Caballería

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El término caballería tiene seis acepciones:

  1. Animal solípedo, que, como el caballo, sirve para cabalgar en él.
  2. Institución propia de los caballeros que hacían profesión de las armas.
  3. Una de las partes constitutivas del ejército, que se hacía en cuerpos montados a caballo y posteriormente en vehículos acorazados.
  4. Cada una de las partes componentes de este cuerpo.
  5. Expedición militar, empresa o acción propia de un caballero.
  6. Suerte de tierra que se daba en usufructo a quien se comprometía a sostener, en guerra o paz, un hombre de armas con su caballo.

El arma de caballería está especializada en el reconocimiento, la seguridad y el contacto (DO-001). Sus características principales son la velocidad, la movilidad de sus unidades, la flexibilidad y la fluidez, de las que son consecuencia su rapidez de maniobra y gran radio de acción. La audacia, la acometividad, la iniciativa y el espíritu de sacrificio son virtudes sobresalientes del arma, que compendian y caracterizan el tradicional espíritu jinete del soldado de caballería.

Del carro al caballo

Generalmente se acepta que la infantería es el arma más antigua de todas, pues los primeros conflictos armados se dieron entre grupos de campesinos que combatían a pie, armados con mazas y azagayas. La primera aparición documentada del caballero en el campo de batalla se remonta al Calcolítico sumerio, concretamente en el estandarte de Ur que, pese a su nombre, no es una bandera sino una caja de madera cubierta de oro y lapislázuli. En ella se encuentra la primera representación de un carro de guerra de guerra que, curiosamente, no está tirado por caballos sino por onagros. La necesidad de instruir a sus tripulantes, de domesticar y cuidar a las bestias, y de fabricar las primeras armas de cobre (hacha, jabalina), determinó la aparición de una reducida casta aristocrática pagada con tierras conquistadas. Por lo tanto, puede afirmarse que la caballería es la primera arma profesional del ejército.

Resulta interesante comprobar que el nacimiento de la caballería es independiente del empleo del caballo y responde a la necesidad del hombre de dotarse de una velocidad y de una potencia de choque muy superiores a aquellas con las que había sido dotado por la naturaleza. Como ocurre con el resto de las armas, aunque las misiones que se le asignaron son básicamente las mismas desde su fundación, los medios empleados han ido evolucionando con el tiempo y adaptándose a las innovaciones doctrinales, orgánicas y materiales que se han venido en llamar revoluciones de los asuntos militares.

De igual forma, el término jinete abarca desde la antigüedad a todo hombre, militar o civil que monta a caballo y en su acepción más extensa a cualquier cuadrúpedo (asnos, mulos, dromedarios e incluso elefantes), siendo su femenino la amazona. Como el caballo en sus inicios militares se empleó asociado a un carro de guerra de guerra, el primer soldado de caballería fue, en justicia, un auriga.

Los primeros prototipos de carro de guerra aparecieron hacia 2500 AC eran de madera y estaban tirados por onagros. Las tribus indoeuropeas que habitaban las estepas perfeccionaron estos carros y los uncieron a los únicos caballos supervivientes a la última glaciación. Como el caballo estepario tenía apenas la alzada de un poni, no pudo emplearse para la monta hasta que la cría selectiva mejoró la especie hacia el año 1000 AC. El arma consiguió entonces la velocidad y potencia de choque que le serían características, hasta el punto de que, poco a poco, se fue abandonando el carro de guerra que entorpecía y restaba agilidad al caballo, mientras que encarecía notablemente la dotación de las unidades. Durante los siguientes tres milenios el caballo se convertiría en el rey de todos los campos de batalla. La única opción que le quedó a la infantería para defenderse de sus cargas, fue la de constituir formaciones compactas erizadas de lanzas, picas o bayonetas. La legión romana, el tercio español y el regimiento napoleónico son tres ejemplos del mismo paradigma defensivo. No obstante, unos y otros eran presa fácil de los jinetes si perdían su rígida organización.

Cuando, a comienzos del siglo XX las trincheras, alambradas y ametralladoras imposibilitaron las cargas a caballo, el arma retornó a sus inicios y sustituyó la espuela por la rueda. Simultáneamente, la guerra comenzó a librarse en una tercera dimensión, el aire. La caballería norteamericana volvió entonces a modernizarse y adoptar la montura adecuada al nuevo teatro de operaciones: el helicóptero. Desgraciadamente, los recortes presupuestarios impidieron que este avance llegase a las caballerías europeas, entre ellas la española.

Características

Ya en el siglo II Flavio Arriano (Guischardt 1740) decía que "la caballería se sirve de caballos o de elefantes… su nombre comprende no solamente a quienes combaten a caballo sino también a aquellos que lo hacen montados en carros". Esta definición es tan actual que en Alemania se llamó "caballeros" en su sentido medieval de hombre de armas a las tripulaciones de los carros. Desde sus remotos orígenes, la característica fundamental de la caballería es la de combatir a lomo de animales o vehículos más o menos armados y protegidos. Es el arma ofensiva por naturaleza, hasta el punto de que la sola idea de defensa está proscrita del vocabulario jinete. En caso de necesidad, se emplea una maniobra retrógrada durante la cual se continúa cargando contra el enemigo, retardándolo y desgastándolo, hasta alcanzar la seguridad de las líneas propias con las menores bajas propias y máximas enemigas posibles. De ahí la extendida sentencia "la caballería nunca retrocede, da media vuelta y sigue avanzando".

Otras de sus características son la flexibilidad y fluidez, de las que son consecuencia su rapidez de maniobra, que emplea como base de su actuación, facilitando al mando libertad de acción, conservando la iniciativa o recuperándola cuando se pierda; para buscar y conservar el contacto, obligando al enemigo a combatir en los lugares y momentos que sean más favorables; precipitar la desmoralización del enemigo para anular su voluntad de resistencia y constituir una excelente y ágil reserva.

La caballería combate más aterrorizando y dispersando al enemigo que con la efusión de su sangre, aunque en caso necesario no duda en verter hasta la última gota. Su ventaja consiste en la velocidad de su movimiento, con lo que aumenta la fuerza de su choque y porque yendo de un lugar a otro con rapidez, hace cambiar las circunstancias de la batalla y mudar la fortuna.

Para llegar al choque con la máxima fuerza es preciso que durante el movimiento no se descomponga la unión de la formación, por lo que el aumento de la velocidad será gradual y progresivo hasta alcanzar la impetuosidad que arrebatará a la tropa sobre el enemigo. La formación debe de llegar al choque lo más alineada posible y los escuadrones manteniendo los intervalos iniciales. Y esto es tan válido tanto para la caballería a caballo como para la acorazada.

La audacia, acometividad y valor impulsivo de sus tropas, la iniciativa de sus mandos y el espíritu de sacrificio de toda el arma, que tiene su máximo exponente en las situaciones críticas, han orientado siempre su tradicional actuación sobre el campo de batalla. Tradicionalmente se le han asignado las misiones de explorar y reconocer, proporcionar seguridad, constituir una poderosa reserva, explotar el éxito, perseguir al enemigo y proteger la retirada propia. A lomos de caballo o de vehículos acorazados, a pecho petral o incluso pie a tierra, sus fundamentales valores morales, militares, personales y tácticos no han variado peses a que lo hayan hecho la táctica y la técnica.

De hecho, todas estas características se encontraban ya presentes en la caballería de la Antigüedad, desde la batalla de Kadesh (1274 AC) hasta la de los Campos Cataláunicos (451 DC) y conforman lo que hoy en día se ha venido en denominar el "espíritu jinete";. A él y no a la improvisación se debieron gestas como la del Regimiento de Caballería Alcántara, que se sacrificó para proteger la desbandada del ejército de África, tras el desastre de Annual en el verano de 1921. Tras tres jornadas de entrega absoluta, sus últimos efectivos tuvieron que cargar al paso por el agotamiento de sus caballos, sin desfallecer ni volver nunca la cara al enemigo.

Clasificación

La caballería ha estado dividida tradicionalmente en varias especialidades, si bien los distintos autores no se ponen de acuerdo a la hora de definirlas. Cada una de ellas engloba, a su vez, a una serie de institutos responsables de desempeñar cada una de las misiones que la doctrina encomendaba al arma. A lo largo de la historia estos institutos fueron evolucionando constantemente, adaptándose a las circunstancias. Así mientras que algunos simplemente desaparecían, otros mantenían su denominación aunque modernizando sus tácticas, medios y uniformes.

Durante la primera mitad del siglo XIX, de la Pierre dividía a la caballería en línea (lanceros y dragones), ligera (cazadores y húsares) y de reserva (coraceros). Rocquancourt y Ramonet la dividieron en pesada (coraceros y carabineros), ligera (lanceros, húsares y cazadores) y mixta (dragones). De Presle era partidario de dividir el arma en unidades de línea, ligeras y mixtas, para evitar tener que emplear constantemente a la primera en apoyo de la segunda. Por su parte, el general Ferraz argumentaba que en España solo podían constituirse unidades ligeras, así llevasen carabinas, lanzas o sables.

Ya en la segunda mitad de dicha centuria, Villamartín (1833) clasificaba el arma en gruesa, de línea, ligera e irregular. Cometió, no obstante, la equivocación de considerar la primera como una fuerza especial de la segunda, error que podemos considerar también de carácter histórico. Explicaba que la caballería de línea debía actuar reunida en grandes masas compactas, pero solo en movimientos decisivos y contra tropas ya perturbadas por el fuego o sorprendidas en movimiento, con lo que se olvidaba de la gran capacidad de maniobra del arma. Según él necesitaba "armas de choque antes que de pelea; caballos de alzada antes que veloces; y jinetes fuertes antes que ágiles", es decir, las cualidades de la caballería pesada. Las reservas debían estar compuestas por las mismas unidades que las de línea, pues si se empleasen a cada paso dejarían de ser escogidas y en caso contrario estarían menos fogueadas que el resto. A la caballería ligera le asignaba cometidos semejantes a los de los cazadores de infantería y recomendaba que se mezclasen en guerrillas mixtas. Se olvidaba, por tanto, de la necesidad de una caballería intermedia que apoyase a la ligera en sus acciones para no desgastar a la pesada.

Vassallo (1879) clasificaba a los carabineros como caballería gruesa, a los lanceros como caballería de línea y a los húsares y cazadores como caballería ligera. A pesar de reconocer que en España era imposible tener caballos de alzada y hombres corpulentos que permitiesen mantener estos tres tipos de unidades, se acercó al resto de autores europeos de la época, siendo su clasificación muy acertada. Aunque opinaba también que la caballería era un arma auxiliar, sostenía que era indispensable en la guerra y la definía como el arma de los movimientos envolventes y las persecuciones.

Como puede verse, no existe una clara diferenciación entre los distintos tipos de caballería. Personalmente, creo que lo más acertado sería dividir el arma en dos especialidades, cada una con los siguientes institutos:

Archivo:Institutos de caballeria.png
Institutos de caballería

La caballería pesada y/o de línea

La caballería pesada o gruesa se define como aquella que acude al combate fuertemente protegida y montando caballos de gran alzada o carros de combate siendo, por tanto, la más capacitada para llegar al choque. Entre sus misiones fundamentales estaría el ataque y el contraataque, para lo cual una parte de la misma debe constituirse en reserva.

Durante la edad del carro de guerra, los pueblos que los adoptaron solían diferenciar unos carros ligeros, tirados por uno o dos caballos y tripulados por un auriga y un arquero, de otros más pesados, generalmente tirados por tres o cuatro caballos y que incluían, además, un lancero y un escudero.

Sin embargo, en época clásica este tipo de caballería cayó en desuso, quizás por la poca importancia que los griegos y los romanos atribuían al arma en el combate; con la excepción de la excelente caballería de elite macedónica (hetairoi). Incluso los intentos de emplear elefantes a modo de modernos carros de combate no solía producir los efectos esperados pues, en numerosas ocasiones, era mayor el caos que producían en las tropas propias que en las enemigas.

El renacimiento de la caballería pesada se inició con los partos y sármatas, cuyos jinetes y caballos portaban armadura. Los griegos les llamaron kataphraktós (encerrado), mientras los romanos los conocieron como clibanarii (horno), por las elevadas temperaturas que debían soportar. Si bien es cierto que su poder de choque era más que significativo y su invulnerabilidad casi total, adolecía de defectos notorios: tanto el jinete como el caballo se cansaban pronto, se movían más lentamente que otras caballerías y eran poco aptos para una lucha prolongada en climas cálidos. Por el contrario, poseían una capacidad de maniobra mucho mayor que la de las indisciplinadas caballerías ligeras occidentales, que únicamente podían cargar de tomada (esto es, repasando la línea enemiga) ya que, al carecer de estribos, podían quedar desmontados al embestir a la infantería durante el choque. Los catafractos, que cargaban en formación más ordenada, podían efectuar ataques envolventes, por el flanco, cargas frontales e incluso hostigamiento, ya que en ciertos periodos se les dotó de arcos y dardos. Durante la etapa bajo imperial, fueron adoptados como tropas de elite romanas, siendo el germen de la caballería pesada en Europa occidental y dando lugar, en el Imperio Bizantino, a una fuerza de choque casi irresistible. En la época de Justiniano, constituyeron uno de los factores determinantes para la reconquista, por parte del general Belisario, de gran parte de lo que había sido el Imperio romano de Occidente. Durante siglos fueron en Europa oriental lo que habían sido antes los legionarios romanos: soldados profesionales y fiables, reclutados en su mayoría de Asia Menor. Tras su derrota en la batalla de Manzikert (1071) por la caballería ligera de turcos seljúcidas, los catafractos prácticamente desaparecieron de Asia.

Sin embargo, la caballería pesada mantuvo su primacía incuestionable sobre el campo de batalla en toda Europa. Sus componentes se conocían en España como hombres de armas y en Francia como gen d'armes. Cada uno de ellos tenía dos caballos: un corcel de guerra encubertado a la divisa del señor feudal, y un capón o palafrén llamado de dobladura, que montaba un paje. Iban armados de punta en blanco, con lanzón de armas de arandela y ristre, maza de armas, estoque, escudo y espada con pavés. Entre sus miembros se contaba lo más florido de la nobleza europea. Sin embargo, esta caballería llevaba en sí misma el germen de su autodestrucción: al hipotecar su velocidad y movilidad a cambio de protección, se convirtió en un arma anquilosada, de gran ventaja táctica pero nula estratégica. Mientras en los ejércitos semitas e indoeuropeos de la Edad de los Metales la caballería no conocía límite en la profundidad de sus objetivos, los pesados caballeros medievales no podían extenderse más allá de unos cientos de metros, de ahí que las batallas carecieran de persecución.

El siglo XVI relegó rápidamente esta caballería a un papel muy secundario, especialmente por su empeño en seguir cargando lanza en ristre sobre unos cuadros de infantería que combinaban la pica para la defensa próxima y el arcabuz para la lejana. En España, la escasa alzada del caballo y la baja estatura del jinete aconsejaban reducir el peso del equipo, por lo que se les autorizó a suprimir las bardas del corcel y a prescindir del palafrén. Además acortaron sus estribos para facilitar su maniobrabilidad, de ahí que recibieran el nuevo nombre de lanzas ginetas. En 1632 se les sustituyó el pesado lanzón de armas por una espada de cazoleta y dos pistoletes de arzón, y el yelmo por el morrión, naciendo así el coracero o caballo coraza, que recuperó la costumbre de cargar al arma blanca.

Con el advenimiento de la dinastía borbónica al trono español, todos los regimientos perdieron sus corazas y se armaron con espada recta y carabina de chispa. Se unificaron en una única especialidad que se conoció como caballería de línea, ya que formaba de esta guisa, bien ocupando todo el frente del enemigo, o bien a los flancos de la infantería.

Durante las guerras napoleónicas reaparecen en toda Europa los coraceros y lanceros, los primeros como reserva frente a la caballería enemiga, y los segundos para cargar contra la infantería o desbordar las posiciones de la artillería. El primer regimiento español de coraceros fue creado en 1810 con las corazas arrebatadas al 13º Regimiento francés. Sin embargo, en España este instituto nunca recuperó su antiguo esplendor, debido a la falta de caballos y jinetes adecuados.

En cambio, la lanza se adaptaba muy bien a la idiosincrasia de los jinetes españoles, especialmente entre los andaluces y extremeños, como dejaron patente las unidades de garrochistas que intervinieron en Bailén. Tal fue el éxito cosechado, sumado al impacto que habían causado en toda Europa los ulanos polacos de Napoleón, que nada más acabar la guerra comenzó un imparable proceso, que culminó a mediados de siglo cuando todos los regimientos se armaron de lanza, independientemente de su instituto. Aunque tanto franceses como ingleses consideraban a los lanceros como caballería ligera, estos jinetes debían tener una estatura regular (1,70 m) y sus caballos mayor alzada que los de los húsares y cazadores. Durante la carga eran apoyados por sus escuadrones de carabineros y tras el choque inicial solían recurrir a la espada, dada la dificultad de manejar la lanza en el combate cuerpo a cuerpo.

Cuando hacia 1875 se armaron todas las unidades con la carabina Remington, comenzó el proceso inverso: desaparecieron los carabineros y se limitaron los coraceros al Escuadrón de Escolta Real ya que, ante las nuevas armas de fuego, las corazas eran más simbólicas que otra cosa. Los cazadores y húsares se mantuvieron como caballería ligera y los lanceros como caballería de línea, apoyándose esta vez en el fuego de los dragones.

Durante la Primera Guerra Mundial hizo su aparición el carro de guerra de combate. Al principio se produjo cierta confusión sobre qué arma sería idónea para acogerlo. Así en Alemania, Francia, Italia, Rusia, Estados Unidos y el Reino Unido se crearon unidades específicas de carros, que antes o después acabarían integrándose junto a la caballería en una nueva arma acorazada. En España, por el contrario, se le negaron los carros por un motivo más bien peregrino: los ligeros Renault FT-17 iban armados con una ametralladora Hothkiss de dotación en infantería y no de la Vickers reglamentaria en la caballería, mientras que los pesados Schneider CA-1 tenían un cañón de 75 mm que era servido por artilleros, por lo que se convirtieron en los antepasados de los ATP. Como consecuencia, las unidades de carros españolas fueron siempre minoritarias y dotadas de material de segunda clase, viéndose relegada el arma a misiones de reconocimiento y perdiendo el carácter decisivo que había tenido hasta entonces.

La caballería ligera

La caballería ligera retrasó su aparición hasta el descubrimiento de la equitación, estando registrado el primer vestigio de un jinete en la narración de la batalla de Kadesh grabada en los muros del templo egipcio de Abu Simbel. Probablemente, la técnica fuera descubierta accidentalmente por aurigas que huían a lomos de sus caballos tras haber sido destruidos sus carros en mitad de un combate. En cualquier caso, el invento tuvo éxito y todos los ejércitos orientales incorporaron un contingente de arqueros a caballo para realizar misiones de exploración y hostigamiento. Para asegurarse una mayor velocidad y flexibilidad, preferían montar caballos de menor alzada que los que tiraban de los carros. En Occidente se prefería la espada y la jabalina al arco, por lo que la letalidad de su caballería ligera fue muy inferior a la de asirios, partos y sasánidas.

La combinación de su velocidad y agresividad con el estribo, permitió a la caballería ligera árabe imponerse sobre la pesada de persas, bizantinos y visigodos. Cuando invadieron la península Ibérica introdujeron la monta a la jineta, esto es, con estribos cortos sobre ejemplares de pequeña alzada, mientras que los caballeros castellanos preferían montar a la brida, con piernas estiradas sobre grandes corceles. Los escuderos que acompañaban a los nobles a la guerra constituyeron a partir del siglo XV compañías independientes de caballos ligeros. Aunque su equipo no era tan pesado como el del hombre de armas, seguía siendo bastante considerable: yelmo, peto y espaldar, lanza ligera, capagorja y espada con tablachina. En ocasiones se confunden con la Compañía de estradiotes, que sirvió de escolta a Fernando el Católico durante la campaña napolitana y que siguió prestando servicio junto a los monarcas Habsburgo, siendo integrada en la Guardia de la Lancilla desde Felipe II. Su nombre viene del término italiano strada (camino), ya que en su origen veneciano se dedicaban a reconocer las vías de comunicación.

A mediados del siglo XVI los caballos ligeros fueron sustituidos por los herreruelos, nombre derivado del alemán reiter, que significa "jinete", y acabó denominando la capa corta o esclavina que vestían (y no a la inversa como algunos opinan). Como armas defensivas usaban coselete para el torso, grebas para las piernas y chapelete para la cabeza. Las ofensivas consistían en pistolete o tercerola de llave de rueda y espada de cazoleta. Tenían la misión de explorar, dar seguridad, tomar contacto con el enemigo y constituir puestos avanzados. Realizaban una curiosa maniobra conocida como "la caracola", que consistía en formar en línea delante de los hombres de armas, realizar la descarga a la distancia conveniente para intentar descomponer la formación enemiga y luego volver a la retaguardia por los intervalos para recargar. En el siglo XVII estos herreruelos fueron reemplazados por arcabuceros a caballo, que prestaban apoyo de fuego durante la carga de los caballos coraza.

A comienzos del siglo XVIII aparecen en España los húsares. Esta palabra viene de los términos magiares husz (veinte) y ar (renta), y comenzó a usarse durante el reinado de Matías I (1458-1490) para designar a un tributo de 20 jinetes perfectamente equipados y armados que tenían que aportar cada aldea para hacer frente a las incursiones otomanas. Montaban caballos muy ágiles y veloces que les permitían perseguir al enemigo durante las explotaciones. También se encargaban de proteger la retirada propia con el fuego de sus carabinas y el filo de sus sables. En el siglo XVII el nombre fue adoptado por un cuerpo de caballería pesada de la confederación lituano-polaca, caracterizado por las alas que adornaban el espaldar de sus armaduras.

La caballería ligera estuvo a punto de desaparecer en España durante el siglo XVIII, sobreviviendo solo dos cuerpos: el Regimiento de Caballería Ligera "Voluntarios Españoles" y el Regimiento de Caballería Ligera "Costa de Granada", heredero de las compañías de lanzas que proporcionaban las provincias de este reino para proteger sus costas (caballos de cuantía).

A finales de este siglo reaparecen los húsares y en 1803 se crean tanto en infantería como en caballería las primeras unidades de cazadores. Este instituto realizaba misiones de exploración y vigilancia del despliegue propio para interceptar a las vanguardias enemigas (de ahí su nombre). Según Bardin, el origen de los cazadores hay que buscarlo en unos cuerpos especiales creados por Federico II de Prusia a partir de sus guardias forestales. Pretendía conseguir unidades de tiradores selectos aprovechando su experiencia cinegética, de ahí que desde el principio emplearan en todos los países el emblema de cuerno de caza que les dio nombre. A España llegaron por influencia de Francia, donde se habían creado años antes en la Legión Extranjera de Fischer. Fueron el último instituto montado en desaparecer, haciéndolo junto a sus caballos.

Con la llegada de la mecanización, sus misiones las heredaron las unidades de exploradores, a bordo de vehículos ligeros sin blindaje (jeeps) y de motocicletas todoterreno. Hoy día, esta especialidad cuenta con vehículos de reconocimiento blindados y vehículos de combate sobre ruedas para favorecer su movilidad, su velocidad y su proyección a escenarios internacionales.

Finalmente, podemos incluir en esta especialidad a unas unidades encargadas de desempeñar un cometido tradicionalmente encomendado a la caballería, las secciones de vigilancia. Hasta hace poco contaban únicamente con material radar, pero es previsible que poco a poco vayan adoptando otros materiales propios de las de inteligencia como sensores inatendidos, cámaras térmicas, drones aéreos y terrestres no tripulados, etc. Se configura de esta forma la caballería del futuro, concebida para integrarse en la doctrina ISTAR: Intelligence, Surveillance, Target Acquisition and Reconnaissance (inteligencia, vigilancia, adquisición de objetivos y reconocimiento).

El arma mixta

A las dos especialidades anteriores, habría que sumar otra compuesta por soldados que se movían a caballo pero podían combatir a pie. Su origen puede remontarse al comienzo de la caballería ligera, pues los arqueros a caballo eran empleados en ocasiones pie a tierra. durante la Edad Media fueron sustituidos por ballesteros, debido a la dificultad de este arma para cargarla a caballo. Iban ataviados de coraza, faldón, medios quijotes, morrión sin celada, espada, puñal y ballesta.

Aunque el arco había perdido la importancia de antaño, en 1497 llegó a España una compañía de arqueros borgoñones que servía como escolta del archiduque Felipe tanto a pie como a caballo. Llevaban espada de dos manos, arco, saetas y carcaj. Posteriormente los sustituyeron por una especie de lanza de gran moharra conocida como ahuja o archa, siendo conocidos desde entonces como archeros. En el siglo XVI se integraron en la Guardia de la Cuchilla.

Los escopeteros a caballo fueron empleados por primera vez por el cardenal Cisneros en la toma de Orán. A comienzos del siglo XVII fueron sustituidos por los arcabuceros a caballo, que se convirtieron en el instituto preferido por los capitanes generales para sus compañías de guardias, además de constituir la compañía de elite de cada tercio o trozo. Sin embargo, dadas las dificultades de hacer fuego a caballo, nunca tuvieron la importancia de sus colegas de infantería como unidades de maniobra.

Durante la guerra de los Treinta Años, Gustavo Adolfo de Suecia bautizó a sus arcabuceros como dragones, nombre que inmediatamente fue copiado por el resto de países europeos. Al principio constituían un arma independiente tanto de la caballería como de la infantería, aunque compartiendo características de ambas. Otros autores atribuyen su origen al duque de Alba, al mariscal Brisach o al general Walhausen. En cualquier caso, este nombre parece más cercano al animal mitológico, quizás por su versatilidad como animal terrestre, fluvial y aéreo, que a teorías etimológicas que quisieron hacerlo proceder del germanismo trager (tarja en español), que era el nombre de un pequeño escudo de cuero con una escotadura para la lanza, que los hombres de armas llevaban atado al brazo izquierdo. Posteriormente se dio este nombre al peto de ante o cuero de los arcabuceros, que también tenía una abertura para apoyar la culata de su arma.

Como combatían generalmente a pie, los dragones llevaban una estaca para amarrar a las bestias durante la batalla. La calidad de estas no siempre fue la más deseable, ya que prácticamente se limitaban a ser un medio de transporte y muchas de ellas se perdían durante el combate. A partir del siglo XVIII la compañía de preferencia de cada regimiento estaba compuesta por granaderos a caballo, que cumplían las mismas funciones de apoyo de fuegos que los carabineros en la caballería pesada. En contadas ocasiones, estas compañías dieron lugar a regimientos independientes.

Durante la guerra de Sucesión Española existía una única inspección para caballería y dragones, pero en 1717 se crearon dos independientes. Durante todo el siglo XVIII se levantaron varias voces que abogaban por su integración en la caballería (Ramírez de Arellano 1767), lo que no ocurriría hasta 1805. Aunque teóricamente mantenían la función de echar pie a tierra para seguir combatiendo si la situación lo requería, cada vez la empleaban menos.

Los dragones fueron suprimidos y reorganizados varias veces a lo largo del siglo XIX. Pese al escaso éxito que cosecharon durante la guerra de Independencia, Jomini defendía su existencia en el Ejército francés por su utilidad para la ocupación y defensa de puntos sensibles durante la retirada y el reconocimiento de bosques. De Presle los consideraba una caballería intermedia, apropiada para sostener a la ligera sin tener que desgastar a la de línea. En Inglaterra cobraron mucha importancia, distinguiéndose unos dragones pesados y otros ligeros.

A mediados del siglo XX dejaron paso a las unidades mecanizadas, que mantuvieron al principio incluso su nombre tradicional. De hecho fueron las primeras en dotarse de transportes blindados tanto de ruedas como de cadenas e incluso mixtos.

Pese a las indudables ventajas de este instituto para combatir en los nuevos conflictos asimétricos y a sus innegables virtudes para prestar seguridad y realizar controles durante las misiones internacionales, las modernas unidades de dragones mecanizados se encuentran a punto de desaparecer como instituto de caballería, debido a su considerable demanda de personal en comparación con el resto, y a las escasas o nulas diferencias respecto de la infantería mecanizada.

Referencias

Notas


Bibliografía

  • MADOC. 2011. PD1-001. Doctrina para el empleo de las fuerzas terrestres. Ministerio de Defensa de España.


REVISAR

La caballería es una de las cuatro armas constitutivas de los ejércitos, que se caracterizaba históricamente por combatir montada en carros de guerra y posteriormente a caballo. En la actualidad lo hace a bordo de vehículos acorazados, tanto de ruedas como de cadenas.

Archivo:Emblema Caballeria.png
<center>Emblema del Arma de Caballería</center>

Historia

Edad Antigua

La caballería nació con la propia historia pues, con anterioridad a la invención de la agricultura, las tribus de cazadores-recolectores no mantenían disputas territoriales entre sí. La necesidad de proteger los primeros núcleos urbanos y de comerciar con los excedentes agrícolas impulsó a los sumerios mesopotámicos (actual Irak) a organizar la primera unidad militar permanente, de la que se tiene constancia gracias al Estandarte de Ur (2500 AC). En esta caja de madera cubierta de oro y lapislázuli se representa a una formación de infantería y otra de caballería, lo que induce a pensar que ambas armas nacieron de forma simultánea. La infantería tuvo desde el principio un papel defensivo, al estar compuesta por milicias de campesinos reclutados a tiempo parcial, y que volvían a sus tareas agrícolas tras cada campaña. Sin embargo, la caballería asumió las tareas ofensivas, gracias a la mayor velocidad y potencia de choque que le proporcionaban sus carros frente a los nómadas que asaltaban las caravanas comerciales. Estaban construidos con una tosca caja de madera y mimbre, con cuatro ruedas macizas y solidarias a los ejes. El tiro consistía, normalmente, en cuatro onagros<ref>Especie de asno asiático</ref>, dos de ellos tractores y otros dos para equilibrar el vehículo en las curvas e impedir el vuelco. El costoso y complejo proceso de fabricación y mantenimiento de las cuadrigas, de los arreos y del armamento de bronce, así como el cuidado y adiestramiento de las bestias, favoreció la aparición de una casta social predominante constituida por aurigas, arqueros y lanceros. La caballería puede considerarse, por tanto, como el arma profesional más antigua de la historia militar, de ahí que en todos los países de referencia encabece sus ORBAT.

Archivo:Estandarte Ur.jpg
<center>Estandarte de Ur</center>

Hacia 1800 AC las caravanas mesopotámicas alcanzaron la estepa euroasiática, donde trabaron contacto con las tribus indoeuropeas. Estas habían domesticado a los únicos caballos supervivientes a la última glaciación, y con ellos sustituyeron a los onagros en sus carros, que perfeccionaron al aligerar el peso de la caja, reduciendo el número de ruedas a dos, y haciéndolas radiales e independientes de los ejes para aumentar su estabilidad. La potencia de choque de estas bigas y su nueva metalurgia del hierro les permitió extenderse desde Extremo Oriente hasta las islas Británicas y desde el Báltico al Egeo en una violenta cabalgada que duró ocho siglos: tocarios en China, arios en la India, persas en Irán, mitanios en Mesopotamia, hititas en Anatolia, aqueos en Grecia, escitas en Rusia, eslavos en centroeuropa, germanos en Escandinavia y celtas en la fachada atlántica.

El descubrimiento de la equitación se retrasaría varios siglos, hasta que la cría selectiva corrigiese progresivamente la escasa alzada de los ponis asiáticos. Aunque el primer testimonio gráfico data de la batalla de Kadesh (1275), es posible que ocurriese de forma accidental algunos años antes cuando el auriga de una cuádriga destrozada tuviera que huir a lomos de uno de sus caballos. Los asirios fueron los primeros en incorporar ambos tipos de caballería a sus ejércitos, con los que impusieron su hegemonía en todo el Próximo Oriente. Las grandes cuádrigas con cuatro guerreros (auriga, arquero, lancero, escudero) se reservaban para cargar contra las formaciones de infantería enemiga. Los jinetes constituían una fuerza ágil y veloz especializada en la exploración, el hostigamiento y la persecución. En 609 AC los asirios serían derrotados por los persas (que copiaron sus tácticas) y estos, a su vez, en 331 AC por los macedonios quienes, tras la campaña del Indo, sustituyeron los carros por elefantes. Durante el Imperio romano se siguieron fabricando y perfeccionando los carros, pero solo como vehículos deportivos y de transporte. En su lugar, apareció un nuevo tipo de caballería pesada compuesta por jinetes bárbaros de gran estatura, montados en sementales hipermétricos capaces de soportar el peso de su propia armadura y la del jinete.

Archivo:Batalla de Kadesh.jpg
<center>Carros hititas y egipcios en la batalla de Kadesh</center>
Archivo:Grabados Abu Simbel.jpg
<center>Primer jinete representado en Abu Simbel</center>

Edad Media

A lo largo del Medievo la caballería pesada se convirtió en el arma fundamental de la maniobra, hasta el punto de que la lanza fornida constituía el núcleo profesional de todas las mesnadas feudales. Cada lanza estaba compuesta por un hombre de armas (gen d'armes), un escudero, varios arqueros o ballesteros y un paje responsable del caballo de dobladura. El primero vestía armadura de punta en blanco; se armaba con una amplia panoplia que incluía un lanzón de ristre, mandoble, hacha y mangual; y montaba a la brida, con las piernas estiradas y bien apoyado en una silla de altos borrenes. La infantería, por su parte, se vio reducida a peones campesinos y villanos, mal armados y peor protegidos, que eran reclutados para cada campaña y desmovilizados a su término. No obstante, el aumento progresivo del peso de las armaduras de jinetes y caballos propició el declive de la caballería, al olvidar que su misma esencia radicaba en su velocidad y movilidad, y no tanto en su protección. Esto no ocurrió en la Península Ibérica debido a que, por influencia árabe, los hombres de armas convivían con otro tipo de caballería ligera que montaba a la jineta, esto es, con estribos cortos y rodillas flexionadas, sobre veloces corceles andaluces. Su armamento se reducía a lanza y espada bastarda; protegiéndose por cota de malla y adarga.

<center>Una lanza fornida en el siglo XIV</center>
Archivo:Monta a la jineta.jpg
<center>Caballero castellano montando "a la jineta"</center>

Edad Moderna

A raíz de las innovaciones introducidas por el Gran Capitán durante sus campañas en Italia, el tercio de infantería recuperó el papel preponderante que habían tenido las legiones romanas y las falanges griegas. Contrariamente a los que muchos piensan, cada tercio combatía siempre reforzado por compañías sueltas de lanceros y coraceros (llamados en España herreruelos, del alemán reitre: jinete). Los primeros eran, básicamente, unos hombres de armas a quienes se había aligerado el armamento y se había suprimido el clíbano de sus cabalgaduras, reservándose normalmente para cargar a la caballería contraria. Los últimos, en cambio, eran caballos ligeros que habían sustituido la lanza por un par de pistoletes de arzón. Para evitar quedar ensartados en las picas enemigas, desarrollaron una táctica conocida como la caracola: consistía en cargar al trote hasta una distancia de treinta pasos del cuadro enemigo, realizar allí una descarga cerrada de sus pistoletes para desorganizar a las primeras filas, y regresar posteriormente a retaguardia entre los intervalos para recargar. A partir de la reforma emprendida por el conde-duque de Olivares en 1632, esas compañías sueltas se reunieron en trozos de coraceros y arcabuceros a caballo, antecedentes de los regimientos de carabineros que importaría de Francia la nueva dinastía borbónica. Simultáneamente, Gustavo Adolfo de Suecia introducía en su ejército a los dragones, unas tropas que se desplazaban a caballo y podían combatir indistintamente montados o desmontados. Conocerían su mayor auge durante el siglo XVIII, superando gracias a su polivalencia las limitaciones de las rígidas líneas de infantería.

Archivo:Caracola Nordlingen.jpg
<center>Caracola de coraceros durante la batalla de Nördlingen</center>
Archivo:Caracola herreruelos.jpg
<center>Maniobra táctica de la caracola</center>

Edad Contemporánea

Con la Revolución francesa, los reducidos ejércitos reales, mitad profesionales mitad mercenarios, fueron sustituidos por enormes ejércitos nacionales, compuestos únicamente por ciudadanos conscriptos. La caballería experimentó un esplendor sin precedentes, combinándose sus seis institutos tradicionales (coraceros, carabineros, lanceros, dragones, cazadores, húsares) en brigadas, divisiones e, incluso, cuerpos completos de caballería, como el mandado por el mariscal Murat en la batalla de Eylau.

Derrochando una osadía rayana en la temeridad, los jinetes decimonónicos combatían por igual a la caballería contraria, a un cuadro de infantería, o a una batería de artillería. Para la posteridad quedarán los sublimes versos que dedicó Lord Alfred Tennyson a la tan valerosa como inútil carga de la brigada ligera británica en Balaklava. Simultáneamente, en la guerra de Secesión la caballería demostraba su valor estratégico cuando estaba bien mandada y pertrechada, penetrando profundamente tras las líneas enemigas para cortar sus rutas de abastecimiento y realizar audaces golpes de mano. El canto del cisne de la caballería a caballo se produjo en la campaña de Siria durante la I Guerra Mundial, gracias a la audacia con la que los jinetes árabes hostigaban la retaguardia otomana comandados por el británico Thomas E. Lawrence.

Simultáneamente, en el frente europeo se experimentaba el definitivo declive del caballo como arma, debido a su imposibilidad de seguir cargando en un campo de batalla sembrado de ametralladoras, trincheras, alambradas y cráteres de artillería. Para recuperar la capacidad de maniobra, sir Basil Liddel Hart propugnó hacia 1920 la sustitución del caballo por vehículos a motor. Siguiendo sus enseñanzas, algunos oficiales de caballería visionarios como John F. C. Fuller (Reino Unido), Heinz Guderian (Alemania), George S. Patton (Estados Unidos) y Charles de Gaulle (Francia) consiguieron que en sus respectivos ejércitos se crease un arma acorazada, combinando unidades mecanizadas de reconocimiento con otras de carros de combate.

Durante la guerra de Vietnam, la caballería de los Estados Unidos experimentó la máxima polivalencia al combinar sus unidades acorazadas con otras ligeras de asalto aéreo. Gracias al dominio de la tercera dimensión, la caballería parecía destinada a convertirse en la reina de la futura batalla aeroterrestre. Sin embargo, al acabar el conflicto la crisis energética y los recortes presupuestarios aconsejaron reunir los helicópteros en unidades homogéneas para facilitar el adiestramiento de las tripulaciones y el mantenimiento del material. No obstante el sueño sigue vigente, y todo buen jinete ansía ver carros y helicópteros de ataque combinados en regimientos mixtos.

Actualmente, la caballería conserva su antigua dualidad, constituyendo la pesada un arma acorazada y especializándose la ligera en misiones de inteligencia, reconocimiento y vigilancia (ISR). Únicamente en España se concentran en infantería la mayoría de los carros debido a una paradoja histórica: tanto en la guerra de Marruecos como en la guerra Civil los escasos carros adquiridos o capturados por nuestro ejército se entregaron a la infantería, mientras la caballería seguía a caballo hasta bien entrados los años 60. Esta situación ha torpedeado todos los intentos emprendidos hasta la fecha de crear un arma acorazada equivalente a la de todos los países de referencia.

<center>1st US Cavalry Division en Vietnam</center>

Misiones y capacidades

Según la PD-001 "Empleo de las fuerzas terrestres", la caballería es por excelencia el arma del reconocimiento, de la seguridad y del contacto. Sus características principales son la velocidad, la movilidad de sus unidades, la flexibilidad y la fluidez, de las que son consecuencia su rapidez de maniobra y gran radio de acción. La audacia, la acometividad, la iniciativa y el espíritu de sacrificio son virtudes sobresalientes del arma, que compendian y caracterizan el tradicional espíritu jinete del soldado de caballería.

Dada la dualidad de sus medios, es el arma más capacitada para desempeñar con solvencia las funciones de maniobra e inteligencia. La maniobra es el conjunto de actividades encaminadas al empleo de las fuerzas mediante la combinación del movimiento y el fuego efectivo o potencial para alcanzar una posición de ventaja respecto al enemigo. Las unidades acorazadas, equipadas fundamentalmente con carros de combate, constituyen un elemento de alta resolución en la maniobra. Se caracterizan por su movilidad, potencia de fuego, protección contra el fuego enemigo y el efecto de choque que las hacen especialmente aptas para realizar acciones ofensivas. También son apropiadas para constituir una potente y ágil reserva y para lanzar contraataques en el marco de acciones defensivas. Para su protección y ocupación del terreno necesitan la colaboración de unidades mecanizadas o, en su caso, ligeras formando parte de agrupamientos tácticos interarmas. Requieren un terreno apto para su maniobra, y tienen necesidad de un voluminoso apoyo logístico.

Por su parte, la inteligencia comprende el conjunto de actividades encaminadas a satisfacer las necesidades de conocimiento del jefe relativas al entorno operativo, necesarias para el planeamiento y conducción de las operaciones, así como para la identificación de las amenazas contra las fuerzas propias y el cumplimiento de la misión. Las unidades de reconocimiento están capacitadas para llevar a cabo acciones de información y seguridad relacionadas, principalmente, con acciones ofensivas y defensivas. Su flexibilidad y movilidad les permite operar aisladas de las fuerzas propias, penetrar en los dispositivos enemigos y explotar a fondo la sorpresa.

Cada instituto de caballería se especializaba teóricamente en alguna de las misiones que la doctrina de la época asignaba al arma, si bien en la práctica cualquier regimiento podía cumplimentar todas ellas con soltura. Hoy día, esa polivalencia sigue caracterizando a los modernos regimientos ligeros acorazados, cuya diversidad de materiales les permiten desempeñar todas las misiones tradicionales de los distintos institutos:

  • Caballería ligera:
    • Húsares: reconocimiento en profundidad, explotación del éxito, enlace.
    • Cazadores: exploración montada, vigilancia, apoyo de fuegos.
  • Caballería de línea:
    • Lanceros: reconocimiento de combate, ataque premeditado, maniobra envolvente.
    • Dragones: exploración desmontada, seguridad táctica, apoyo de fuegos.
  • Caballería pesada:
    • Coraceros: reserva, contraataque, protección de la retirada.
    • Carabineros: seguridad de zona, escolta, apoyo de fuegos.
Archivo:Institutos caballeria.jpg
<center>Institutos de caballería en España</center>

Esprit de corps

Heráldica

Tradicionalmente, cada instituto de caballería se distinguía del resto por el color de sus uniformes y el diseño de determinadas prendas, especialmente la de cabeza que solía ser casco de hierro a la romana para los coraceros, chapska polaco para los lanceros, chacó de paño para los cazadores y kalpak de piel para los húsares.

Por el Reglamento de 1796 cada regimiento llevaba su nombre en los botones del uniforme.

A partir de 1815 cada regimiento llevaba en sus botones, en el cuello de la casaca y en la hebilla del cinturón el número correspondiente a su antigüedad, establecida en 1741 aunque no figuraría en la denominación de la unidad hasta 1803.

El reglamento de uniformidad de 1849 estableció un emblema distintivo para cada instituto:

  • Coraceros y carabineros: una granada.
  • Lanceros: dos lanzas cruzadas.
  • Dragones: dos sables cruzados.
  • Cazadores: una corneta.
  • Húsares: el anagrama de su nombre.

Las lanzas y los sables cruzados fueron empleados por primera vez en los botones y en los cuellos de los uniformes diseñados por la cartilla de uniformidad aprobada por R.O. de 11 de junio de 1892. Los lanceros y dragones los llevaban en color dorado y los cazadores plateados. Algunos regimientos tenían reconocido el privilegio de ostentar sus armas particulares (Lusitania, Princesa), las veneras de las órdenes de caballería (Santiago, Calatrava, Alcántara, Montesa) o bien las cifras reales (Alfonso XII, Alfonso XIII, María Cristina, Victoria Eugenia).

El Grupo de Cazadores de Larache, creado en 1913, fue la primera unidad que adoptó el emblema de las lanzas y los sables en su escudo de armas.

Al unificarse en 1931 todos los regimientos en el instituto de cazadores y disolverse aquellos vinculados a la monarquía, las lanzas y los sables cruzados fueron adoptados como emblema del arma de caballería, empleándose en los cuellos de la guerrera, troquelados en metal plateado y acompañados del número del regimiento correspondiente.

El Reglamento de uniformidad para el Ejército de Tierra de 27 de enero de 1943 incorporó las lanzas y los sables cruzados a los rombos portaemblemas, esta vez en metal dorado sobre esmalte rojo, distinguiéndose diversas modificaciones en función del fabricante; simultáneamente se suprimían de los botones que se uniformaban con el águila y la cruz de Santiago para todo el Ejército.

La O.M. 38/1986 suprimió los rombos, pasando el emblema troquelado a los cuellos de las guerreras y su representación en plástico negro a las galletas portadivisas. Dicho emblema consiste en dos lanzas modelo 1861 en aspa, con banderolas en las que se marca la separación de los colores nacionales, resaltadas de dos sables modelo 1860 en igual posición y con las empuñaduras abajo.

Archivo:Boton caballeria 1815.jpg
<center>Botón de guerrera para caballería de línea y ligera (1815)</center>
Archivo:Boton coraceros 1859.jpg
<center>Botón de guerrera para coraceros y carabineros (1859)</center>
Archivo:Boton Caballeria 1892.jpg
<center>Botón de guerrera para lanceros y dragones (1892)</center>
Archivo:Emblema Caballeria 1931.png
<center>Emblema del Regimiento de Cazadores de Caballería nº 1 (1931)</center>
Archivo:Rombo caballeria 1943.jpg
<center>Rombo portaemblema de caballería (1943)</center>
Archivo:Emblema caballeria 1986.png
<center>Emblema de caballería (1986)</center>

Patronazgo

Archivo:Santiago en Clavijo.jpg
<center>Representación del apóstol Santiago en la batalla de Clavijo</center>

El apóstol Santiago se convirtió en patrón del arma de caballería en 1846, sustituyendo a los patrones particulares de los distintos regimientos. Su nombre es la españolización del nombre del hijo de Zebedeo (del latín sanctus Jacobi, sant Yago en castellano antiguo). Su vinculación con la reconquista hispana proviene del año 844 cuando, según la leyenda, protegió a las huestes cristianas de Ramiro I durante la batalla de Clavijo frente a los musulmanes. Desde entonces, su influencia se extendió allende las fronteras asturianas, dando lugar a varias rutas de peregrinaje que, desde los principales monasterios francos y borgoñones, se dirigían hasta la aldea gallega de Iria Flavia, donde se erigió el santuario de Campus Stelae (el campo de las estrellas).

Lema

  • Descripción: ¡Santiago, y cierra España!
  • Justificación: Tiene su origen en dos gritos de guerra (¡Santiago! ¡Hispania!) que, desde la Edad Media, proferían las unidades de caballería antes del combate contra los musulmanes, si bien no necesariamente combinados en la misma frase. Aparece por primera vez mencionado en su totalidad en la obra Don Qujote de la Mancha:

Plantilla:Cita

Espíritu jinete

  • El espíritu de la Caballería, hecho de audacia y abnegación, de sacrificio y disciplina, no morirá jamás porque es el alma misma de los jinetes y el alma es inmortal.

Himno

El himno de Caballería fue interpretado por primera vez en 1957 por la XII Promoción de la Academia. Sus autores fueron:

  • Letra: Comandante D. Francisco Javier Giráldez González, profesor de la Academia de Artillería
  • Música: Capitán Músico D. Ángel de la Cruz Madrigal

<div align="right"> Haga clic en el botón "play" para reproducir el himno de Caballería. <flashmp3>Archivo:Himno de Caballeria.mp3|autostart=no</flashmp3><br /> Haga clic aquí para descargar el himno en formato mp3.<br /> Haga clic en la imagen inferior para descargar la partitura.

Archivo:Partitura Himno Caballeria.jpg
<center>Partitura del himno de Caballeria</center>

</div>

♫ Caballero español,<br /> centauro legendario,<br /> jinete valeroso<br /> y temerario.<br /> Tu deber y tu honor<br /> te llevan al sacrificio,<br /> acepta con orgullo este servicio.<br /> <br /> Ataca con valor,<br /> a caballo eres fuerte,<br /> y luchas cuerpo a cuerpo con la muerte.<br /> Que si mueres de Dios<br /> recibirás la gloria,<br /> y los clarines<br /> cantarán victoria.<br /> <br /> Brigada heroica,<br /> la Patria espera<br /> que tus jinetes<br /> defiendan su bandera.<br /> Sables bizarros,<br /> bravos lanceros,<br /> que en el combate<br /> lucháis tercos y fieros.<br /> <br /> Vais a la muerte<br /> con alegría<br /> con el galope<br /> de la Caballería<br /> <br /> Un grito pone<br /> fin a la hazaña,<br /> con nuestro lema:<br /> ¡Santiago y cierra España! ♫<br />

La charoska

<center>Charoska conservada en el Regimiento de Caballería Farnesio</center>

En 1908 el rey Alfonso XIII, apasionado por todo lo militar, fue nombrado coronel honorario del Regimiento de Caballería de Olviopol, 7º de Ulanos del Ejército ruso. En justa reciprocidad, el zar Alejandro de Rusia fue nombrado coronel honorario del Regimiento de Caballería Farnesio, 5º de Lanceros. En el intercambio de regalos subsiguiente, correspondió al "Farnesio" un retrato del zar vestido con el uniforme de gala español y una extraña jarra conocida como charoska, supuestamente destinada al brindis con champán y vodka. Desde entonces, en cualquier celebración del arma no puede faltar una charoska improvisada con medios y bebidas de circunstancias. Mientras cada miembro de la unidad bebe encaramado a una silla de montar, o bien erguido con un pie apoyado en un símil de estribo, el resto entona la siguiente canción:<br />

♫ Soy un caballero noble y español.<br /> Vengo a ofrecerte vino y alegría,<br /> como buen soldado de caballería.<br /> Toma esta charoska<br /> y bebe hasta el final. ♫<br /> ¡¡¡Empínala, ‘pínala, ‘pínala…!!!<br />

Unidades de caballería

Para una relación completa de las unidades de caballería a lo largo de la historia, véanse los siguientes artículos:<br />

Referencias

Notas

Bibliografía

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  • Bueno Carrera, José María (1978). Soldados de España. Almena.
  • Bueno Carrera, José María (1983). El Ejército de Alfonso XIII (3 vol.). Barreira
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  • Grávalos González, Luis y Francisco Vela Santiago (2001). La Caballería en el reinado de Alfonso XII. Almena.
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  • Silvela Miláns del Bosch, Juan et al. (1999). La Caballería en la Guerra Civil. Quirón.
  • Silvela Miláns del Bosch, Juan et al. (1999). Del caballo a los medios acorazados. Quirón.
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