La caballería europea en la Baja Edad Media

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El feudalismo

El feudalismo es el sistema político predominante en la Europa Occidental durante el Medievo, extendiéndose en Europa Oriental y Extremo oriente hasta la Edad Moderna.

Se caracteriza por la descentralización del poder político desde la cúspide (donde se encontraba el emperador) hacia la base, donde el poder local se ejercía de forma efectiva con gran autonomía por una aristocracia, llamada después nobleza.

Como formación socioeconómica, el feudalismo se inició en la Antigüedad tardía con la transición de un modo de producción basado en la esclavitud a otro basado en la servidumbre. Fundamentado tanto en el derecho romano como en el germánico, el feudalismo respondió a la inseguridad e inestabilidad propiciada por sucesivas invasiones (germanos, eslavos, magiares, musulmanes, vikingos). Ante la incapacidad de las instituciones estatales, muy lejanas, la única seguridad provenía de las autoridades locales, nobles laicos o eclesiásticos, que controlaban castillos o monasterios fortificados en entornos rurales, convertidos en los nuevos centros de poder ante la decadencia de las ciudades.

Básicamente, el feudalismo consistía en que un hombre libre (el vasallo) recibía la concesión de un bien (el feudo) por parte de otro hombre libre (el señor), ante el que se encomendaba en una ceremonia codificada (el homenaje) que representaba el establecimiento de un contrato sinalagmático (de obligaciones recíprocas). El feudo se dividía entre la reserva señorial (donde se concentraba la producción del excedente) y los mansos (donde se concentraba la producción imprescindible para la reproducción de la fuerza de trabajo campesina). Además, los siervos se obligaban a distintos tipos de pago, como una parte de la cosecha o un pago fijo, que podía realizarse en especie o en moneda (forma poco usual hasta el final del Medievo.

En torno al año 1000, en toda Europa se había implantado ya el régimen señorial. La sociedad feudal se caracterizaba por su división en tres estados: los que luchaban (bellatores), los que rezaban (oratores) y los que trabajaban (laboratores), es decir, los guerreros, los sacerdotes y los campesinos. Pero ello no quería decir, ni mucho menos, que una tercera parte de la sociedad fuera guerrera. De hecho, los ejércitos medievales distaban mucho de ser numerosos. Por el contrario, la arquitectura militar se desarrolló vigorosamente entre los años 1000 y 1300, erigiéndose el castillo como el símbolo más visible del poder feudal. Los señores no podían mantener grandes ejércitos ni acometer empresas de gran envergadura, pero tampoco se prestaba a ello el individualismo de la época. La guerra en Europa quedó reservada a los poderosos.

La caballería feudal

Efectivamente, los señores feudales europeos no dudaron en abandonar la seguridad de sus castillos, para asumir voluntariamente la responsabilidad de limpiar Occidente de bandidos y extranjeros, sin más ayuda que su valor, su armamento y su caballo. Esta extraña mezcla de pureza y crueldad fue aprovechada por la Iglesia Católica para convertir al rudo jinete altomedieval en el perfecto caballero. Así nació la caballería como institución, a la que entraron voluntariamente la mayoría de los guerrero medievales. Solo se exigía vocación de sacrificio y entrega a un modo de vida que exigía bravura sin límites, lealtad hacia el señor, benevolencia hacia el vasallo y juego limpio contra el adversario. Quien incumplía su juramento y no ajustaba su conducta con la propia del caballero era sancionado con la degradación y la infamia de ver rotas sus armas y espuelas.

Las fuerzas de caballería se organizaban de forma bastante homogénea en todo el continente, siendo la lanza fornida o completa la unidad base. Estaba compuesta por un caballero, un doncel o escudero, varios lacayos armados de arco o ballesta, y un número variable de criados, incluyendo generalmente un paje de lanza y/o un palafrenero. La bandera estaba compuesta por varios caballeros hidalgos unidos por lazos feudales y mandados por un abanderado. La mesnada se componía de un número impreciso de banderas de un mismo linaje o región en torno a su señor. Varias mesnadas constituían una hueste, que mandaba un título nobiliario o el propio monarca.

La táctica elemental de esta caballería pesada residía en presentar al enemigo un frente amplio y compacto llamado batalla, para dar después una carga a la mayor velocidad posible, a poder ser desde los flancos. Al choque le seguía una desordenada pelea en la que el triunfo dependía del valor individual y de su destreza con las armas, pero casi nunca de la acción conjunta. En el siglo XII la cota de malla se alargó hasta la rodilla, mientras que se adoptaba un pesado yelmo para proteger la cabeza. A la panoplia fueron añadiéndose los mitones, los guanteletes de malla, las casacas acolchadas para usar bajo la cota y las sobrevestes de lana o lino para cubrirla de las inclemencias del tiempo.

Cada caballero tenía a su servicio a un joven procedente de la baja nobleza que le servía de escudero mientras iba aprendiendo el oficio, consiguiendo la destreza, experiencia y méritos suficientes para ascender a dicho rango mediante una ceremonia conocida como "investidura". Cada señor feudal se constituía así en escuela de caballería para los hijos de sus amigos y vasallos, que debían realizar un continuo entrenamiento para poder soportar el elevado peso de sus armas y armaduras. En sus ratos de ocio, aprovechaban para cabalgar en los bosques, cazando venados o jabalíes o, en el caso de España, alanceando toros. Precisamente para favorecer este entrenamiento nacieron los torneos que, al principio, eran combates sangrientos y con el refinamiento de costumbres que sobrevino a las cruzadas, se convirtieron en espectáculos reglamentados.

Aunque la investidura era un rito probablemente germánico, fue la Iglesia quien lo sacralizó al consagrar al caballero e impregnar a la guerra de un carácter menos sangriento. Cristianizando al caballero se le empujaba a comportarse decente y dignamente y a no desenvainar su espada si no era para hacer el bien. Indirectamente se contribuía así a cristianizar a una sociedad rural y pagana de la que aquellos eran ejemplos. A partir del siglo XII, el caballero pasó de protector de desvalidos a soldado de la Iglesia (miles Christi) y acudió a Tierra Santa movido por el místico ideal de la cruzada y el afán de aventuras. La distancia y la separación provocaron la idealización del amor que había quedado atrás, lo que provocó el renacimiento de la poesía y la aparición del amor cortés.

Lanza fornida francesa del siglo XIV
Lanza fornida borgoñona del siglo XV

Las cruzadas

Hasta el siglo XI, los árabes habían tolerado las peregrinaciones a los Santos Lugares por considerar al cristianismo como una "religión de Libro". Sin embargo, aquellas fueron interrumpidas por sus sucesores turcos, tan fanáticos como suelen ser todos los conversos. El Papa convenció entonces a los monarcas europeos para que organizasen una cruzada que recuperó Tierra Santa entre 1095 y 1291.

Pese a sus innegables virtudes militares, los caballeros solían hacer tal gala de arrogancia y desprecio por los más elementales principio estratégicos y tácticos, que cinco grandes ejércitos perecieron en las cruzadas hasta el último hombre. Durante la Primera Cruzada tuvo lugar la batalla de Dorilea (1097), en la actual Turquía.

Tras la toma de Nicea, los cruzados se habían adentrado en un terreno desértico, por lo que se articularon en dos columnas que seguían, de Norte a Sur el cauce del río Betis:

  • La occidental, al mando de Godofredo de Bouillón, Raimundo de Toulouse, Roberto de Flandes y el obispo de Ademar (representante papal). Llevaba 7.000 caballeros, 1.000 peones y 2.000 peregrinos.
  • La oriental, mandada por Bohemundo, Roberto y Tancredo de Normandía. Contaba con 3.000 caballeros, 5.000 peones y 12.000 peregrinos.

El turco seljúcida Kilidje Arslán, al mando de 120.000 hombres, en su mayoría de caballería ligera, decidió atacarles cuando llegaron al valle de Dorilea. Bohemundo advirtió el inminente combate por el polvo que levantaban los caballos y organizó una defensa circular con la infantería protegida tras los carros y los peregrinos en el centro. Dividió su caballería en tres destacamentos de 1.000 caballos que dispuso en cuña inversa y atacó al enemigo, mientras enviaba mensajeros a la otra columna. Aunque fracasó en su primera carga, consiguió contraatacar y rechazar a los turcos al otro lado del vado.

Llegado Godofredo, se hizo cargo del mando, dividió a toda la caballería en varias columnas y las lanzó simultáneamente contra el frente, los flancos y la retaguardia turca. Consiguieron no solo evitar su propio aniquilamiento frente a fuerzas muy superiores, sino que causaron al enemigo 25.000 bajas.

El elevado número de voluntarios participantes en la campaña y la presencia de unos notables caudillos hicieron de esta batalla un modelo clásico con un ritmo impropio de la época en que se dio. Constituye por tanto una excepción en la historia bélica medieval donde se puso de manifiesto la limitada capacidad combativa de las mesnadas caballerescas.

Este éxito, que dejó expedito el camino de Siria, no se repitió en 1104, cuando el propio rey Balduino escapó por los pelos de una celada similar a la de Carrae, a la que le atrajeron los turcos junto al propio Bohemundo.

La táctica de la caballería turca, heredada de árabes y partos, buscaba el envolvimiento del enemigo, hostigándole con nubes de flechas hasta agotarle o forzarle a una carga suicida. Para combatirla, los pesados caballeros cruzados se esforzaban en maniobrar como si fueran de caballería ligera, realizando emboscadas y persecuciones. Durante la tercera cruzada, Ricardo Corazón de León apoyó la acción de sus mesnadas con caballero a pie.

Tras cada cruzada quedaban en Tierra Santa miles de peregrinos, para cuya defensa frente a los musulmanes nacieron las órdenes militares:

Sus componentes eran caballeros mitad guerreros y mitad monjes, que hacían votos de castidad, pobreza y obediencia. A los habituales deberes del caballero, que eran los de fidelidad al señor y protección de la Iglesia y los desvalidos, se añadían ahora la asistencia a los peregrinos y la propagación de la fe.

Tras una breve participación en las primeras cruzadas, los caballeros de la orden Teutónica se lanzaron a una cruzada particular para conquistar y evangelizar Europa Oriental, poblada en esta época por varias tribus eslavas mayoritariamente paganas. En esta tarea colaboraría la nueva orden de los Caballeros Livonios Portaespadas.

A finales del siglo XIII aparecieron las armaduras de planchas, compuestas de piezas de acero que resguardan todas las zonas del cuerpo:

  • Coraza para el torso;
  • Escarcelas para las caderas;
  • Quijotes para los muslos;
  • Bacinete con visera móvil para la cabeza.

Simultáneamente, aumentó la preocupación por recubrir al caballo de planchas metálicas para neutralizar ballestas, arcos y picas, llegando a límites descabellados al hacerle cargar con casi 200 kg. Este aumento de peso relegó en España a los caballos "del país" en beneficio de unas razas especiales criadas especialmente en Bretaña y Flandes capaces de tales proezas. Para que llegasen enteros al combate, el caballero se trasladaba en un palafrén más ligero.

Hasta el siglo XIV existió también otra caballería más ligera integrada por los sargentos, que se empleaban en misiones de reconocimiento o seguridad. Cabe destacar entre ellos a los panzerati germanos o los habilard ingleses.

Carga de los templarios en Hattin (1187)

Caballeros sin caballería

Mientras que en los campos de batalla de Sumeria había existido caballería sin caballos, en las huestes medievales, compuestas únicamente de caballos llegó a no existir caballería tal y como hoy la conocemos.

El proceso iniciado por sármatas y partos de hipotecar velocidad y movilidad en beneficio de la coraza y el choque llegó a su punto álgido en el siglo XIII. El peso del jinete acorazado y de las propias bardas del caballo llegó a ser tan elevado que dio lugar a un arma anquilosada, inútil para la guerra de movimientos e incapaz de llevar a cabo una exploración del terreno o una explotación del éxito.

Los aurigas indoeuropeos, sin horizonte en sus objetivos, se habían extendido por medio mundo, pero los caballeros tardofeudales, dada su pesadez, no pudieron cabalgar más allá de unos reducidos campos de batalla. Al no existir la persecución, no se aniquilaba efectivamente al enemigo, por lo que las campañas se eternizaban. Tan solo en España puede hablarse en esta época de caballería propiamente dicha, por cuanto las frecuentes razias imponían una guerra de movimientos rápidos, cuyo único fin era la destrucción del enemigo a toda costa.

Paralelamente a su ineficacia, creció la pompa de la caballería que desde el siglo XII tiene ya carácter hereditario y se cierra en banda a cualquier aportación exterior. El sentimiento de clase superior degenera en el desprecio del peligro y la subestimación del enemigo, abandonándose la táctica más elemental en beneficio de la carga frontal. Como pasaría siglos después cuando el paso del caballo al carro de combate, la caballería precipitó su propia ruina al olvidar sus características esenciales. Si en el siglo XX se aferró al caballo, antes que reconocer la ventaja que ofrecían los nuevos vehículos blindados para realizar sus misiones, en el siglo XIV se olvidó de estas en beneficio del blindaje.

El primer descalabro serio sufrido por un contingente de caballería pesada tuvo lugar en Courtrai (1302) cuando una hueste flamenca de piqueros a pie destruyó a otra francesa de 1.500 caballeros. Estos quedaron atrapados en un terreno pantanoso y fueron presa fácil de los piqueros. No se adoptó medida alguna porque se culpó al barro de la derrota.

El segundo descalabro fue la victoria de los alabarderos suizos sobre los caballeros austriacos en Mongarten (1315). Los jinetes cayeron en una emboscada en un angosto paso alpino y fueron degollados. Esta vez se culpó al terreno y a la falta de un reconocimiento previo.

Veinticuatro años después, los mismos alabarderos suizos formaron el erizo en Laupen frente a sus propios señores feudales, que se vieron imposibilitados para vencerlos. La llegada de refuerzos cogió a la caballería por el flanco y por retaguardia. La victoria fue tan clara que esta vez no pudo culparse a nadie.

Simultáneamente, en las islas Británicas se venían desarrollando las unidades de arqueros desde las guerras galesas. Con casi dos metros de altura, su arco (longbow) requería un esfuerzo muscular de 50 kg para tensarlo, pero lanzaba una flecha de un metro con mucha precisión a 230 metros, con una cadencia de una docena por minuto. Comenzada en 1337 la Guerra de los Cien Años contra Francia, el primer gran encuentro tuvo lugar nueve años más tarde en las proximidades de Crêcy. Eduardo III de Inglaterra dividió a sus caballeros en tres fracciones y les hizo echar pie a tierra. Mantuvo una de ellas como reserva y alineó las otras dos con tres amplias cuñas de arqueros. En total 12.000 hombres. Frente a ellos, Felipe VI de Francia presentó 30.000 hombres, que incluían a toda la nobleza francesa, a los reyes de Bohemia y Roma y a 6.000 ballesteros genoveses, que situó al frente de sus tres filas de caballeros. Cien metros antes de que pudieran emplear sus ballestas, fueron diezmados por una granizada de flechas que desconcertó sus filas. Cuando los ingleses hicieron tronar su único cañón, no dudaron en darse a la fuga, pese a que no tuvo más efecto que el psicológico. La gendarmería francesa, que venía ya a la carga, pasó por encima de sus mercenarios, para estrellarse infructuosamente hasta quince veces contra una lluvia de flechas que la diezmó. Los que sobrevivían a la caída de su caballo, eran rematados en tierra por los peones ingleses, mientras se debatían inútilmente para levantarse por el peso de sus armaduras.

Crêcy demostró que la caballería ya no era la reina de las batallas y que había perdido su hegemonía por apartarse de sus características esenciales en busca de una protección que ahora resultaba insuficiente, incluso antes de que la infantería se dotase con las nuevas armas de fuego.

Desde la desaparición de las legiones romanas no existía en toda Europa infantería digna de tal nombre, reclutándose en caso de necesidad a peones campesinos o villanos mal armados y peor protegidos. Una vez concluida la campaña, regresaban a sus actividades económicas al servicio de los eclesiásticos y caballeros. A partir del siglo XV, las guerras civiles y las epidemias diezmaron esta aristocracia guerrera y permitieron a los monarcas concentrar el poder y las tierras. En adelante, los títulos nobiliarios se concederían a una nueva elite cuyo poder no residía en la fuerza militar sino en la económica. El pueblo llano apenas advirtió este cambio, pues siguió sometido a servidumbre hasta la Revolución francesa.

Referencias

Notas


Bibliografía

  • Cahen, Claude. "El Islam hasta el Imperio Otomano". Historia Universal, vol. 14. Siglo XXI. 1972.
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  • Flori, Jean. La Caballería. Alianza Editorial. 1998.
  • Le Goff, Jacques:
    • "La Baja Edad Media". Historia Universal, vol. 11. Siglo XXI. 1972.
    • La civilización del Occidente medieval. Paidos. 1999.
  • Lión Valderrábano, Raúl. La caballería en la historia militar. Academia de Caballería. 1979.

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