La caballería en la Hispania medieval

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Spania visigoda

Belisario decía de los visigodos que solo sabían emplear la lanza y la espada, y aunque eran imbatibles en el cuerpo a cuerpo, se mostraban ineficaces frente a jinetes armados con arcos que les obligaran a combatir a distancia; de ahí que fuera tan fácil inducirles a lanzarse a una carga inoportuna.

Pese a ello, la importancia de su caballería, que había quedado patente por las derrotas de Valente y Atila, adquirió carta de naturaleza cuando entraron en Hispania para expulsar a suevos, vándalos y alanos. Las huestes godas se articulaban en grupos de 10, 100, 500 y 1.000 caballeros, mandados respectivamente por decanos, centenarios, quingentarios y thiufados. Por encima de ellos se situaba el dux (duque), aunque el jefe de la caballería conservaba el nombre latino de comes stabulari, de donde proviene el título de conde.

Su armamento principal era la lanza y empleaban para el cuerpo a cuerpo el scramax (espada corta) y la francisca (hacha de doble filo). Como defensa llevaban la loriga (armadura hecha de láminas de acero pequeñas e imbricadas) y una caetra (escudo redondo). Como debían montar caballos de gran alzada y valor, era normal que el rey les concediese tierras en estipendio para mantenerlos, lo que daría origen a un sistema protofeudal.

Realizaron frecuentes campañas dentro y fuera de la península Ibérica, y se sabe que en 671 enviaron 40.000 jinetes contra Nimes, por lo que Tarik debió enfrentarse con una poderosa caballería. Lejos han quedado ya los tiempos en los que todos los historiadores aceptaban sin rechistar la carga milagrosa de una caballería ligera árabe que en menos de 70 años conquistaba Arabia, Siria, Mesopotamia, Egipto, el Magreb e Hispania, para llamar a la puerta trasera del reino franco. Montgomery aseguraba que incluso con la logística del Ejército británico, esta hazaña resultaba prácticamente imposible de repetir, y aún hoy día se antoja irrealizable. En realidad, el fácil triunfo no se debió tanto a las armas como a las luchas internas, las disensiones políticas y la división religiosa. El dominio bizantino sobre el norte de África y el Levante peninsular había levantado una fuerte corriente de protesta contra la imposición del dogma trinitario. De ahí que resulte plausible que el intransigente monoteísmo que preconizaba el Islam original encontrase numerosos adeptos entre dos pueblos de tradición arriana como eran los godos hispanos y el sustrato vándalo norteafricano, que indudablemente debió ejercer a su vez una fuerte influencia sobre las tribus bereberes tardorromanas.

Al Ándalus

En 997 Almanzor consiguió llegar hasta Santiago de Compostela gracias a un original planteamiento logístico: llevó a su caballería por tierra y a su infantería por mar desde Setúbal a Oporto. Tras la muerte del genial caudillo, los caballeros peninsulares se enfrentaron con muy diversa suerte a las sucesivas invasiones musulmanas que se fueron sucediendo: almorávides, almohades, benimerines.

En la batalla]] de Zalaca (1086) 7.000 jinetes almorávides mandados por Yusuf derrotaron a Alfonso VI de Castilla, envolviéndolo por las alas tras resistir su primera carga. En la batalla de Uclés (1108), otro ejército musulmán mandado por Miramamolín Yaqub venció al infante D. Sancho empleando la misma táctica.

Jinetes nazaríes

La reconquista

Debido a las peculiaridades del territorio peninsular, sometido a frecuentes razias, se vio pronto la necesidad de una caballería tan ágil como la árabe y de la que carecía Francia, que basaba todo su potencial en su gendarmería. Por otra parte, en España y Portugal abundaban los hidalgos procedentes de la nobleza villana, al contrario que en Europa, donde los únicos caballeros se formaban en los castillos. Son, por tanto, mucho más libres y menos ricos. Además, en España es difícil encontrar caballeros capaces de mantener los dos arqueros, el ballestero, el escudero y el paje que componen una lanza fornida.

Todo ello determina la aparición en Hispania de dos tipos de caballería muy diferentes:

Consecuencia de todo ello es el fraccionamiento de la hueste en profundidad, con dos escalones: el primero (avanzada) que va en algara y el segundo (zaga) que va en celada. El combate, normalmente diurno, se realiza mediante cargas sucesivas y retiradas rápidas, intentando descubrir el flanco vulnerable del enemigo. Se atribuye a El Cid la carga tornada o del revés, que cosechó grandes éxitos. En el poema de Fernán González se habla, por otra parte, de alcances o persecuciones de hasta medio día.

Alfonso VIII de Castilla, que había sido derrotado en la batalla de Alarcos (1195) por los invasores almohades, se tomó la revancha en las Navas de Tolosa, el 16 de julio de (1212), en las proximidades de la localidad jienense de Santa Elena. Fue uno de los enfrentamientos bélicos más importantes de la reconquista, ya que abrió las puertas de Andalucía. Alfonso contó con el apoyo de Sancho el Fuerte de Navarra, Pedro II de Aragón, las órdenes militares y algunos cruzados francos. Lanzando por el centro a los caballeros castellanos y a las órdenes del Temple, San Juan y Calatrava, y reforzándolos cuando desfallecían, al tiempo que navarros y aragoneses destrozaban las alas del califa almohade Muhammad an-Nasir, consiguió tomar el palenque enemigo y hacer una gran mortandad en la posterior persecución, que se prolongó durante 5 km.

Alfonso VIII de Castilla
Carga cristiana en las Navas
Pedro II de Aragón

Referencias

Notas


Bibliografía

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