La caballería de los Austrias menores

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Felipe III

Durante el reinado de Felipe III de Habsburgo los caballos coraza fueron desplazando progresivamente a los hombres de armas como caballería de línea. No obstante, algunas bandas de ordenanza pervivieron en los Países Bajos hasta su agrupación en tercios en 1649. Tácticamente, España siguió aferrada a lo largo de toda esta centuria a las formaciones de la anterior, mientras en Europa se adoptaba primero el sistema holandés y luego el sueco.

Se continuó cargando al trote e incluso al paso, cubiertos los movimientos por los arcabuceros a pie o a caballo. La unidad táctica siguió siendo la compañía, aunque a veces se empleaba el escuadrón, compuesto por 8 filas de coraceros o 5 del resto de institutos. El fuego se realizaba por filas, manteniéndose la costumbre de retirarse por los flancos a retaguardia para recargar. La carga final se realizaba con espada y pistola. El orden de combate seguía siendo orden cerrado, en dos líneas con vanguardia y retaguardia. La caballería formaba en las alas, mientras la artillería lo hacía en ellas y/o en el centro.

De hecho, la artillería solía iniciar siempre las batallas. Carecía de movilidad porque las piezas no se emplazaban sobre cureñas. En caso de victoria no podían seguir al ejército en su avance, y se perdían en las derrotas. Tras la artillería avanzaban los arcabuceros a caballo, para preparar la carga a la caballería de línea. Generalmente se conservaba el orden paralelo y cada arma luchaba contra su homóloga. El retroceso de alguna unidad provocaba a veces un pánico infundado, iniciándose entonces retiradas desordenadas que solían acabar en desastre.

En 1604 se firmó la paz con Inglaterra, permitiendo concentrar los recursos en la guerra de los Países Bajos. Ambrosio Spínola obtuvo resonantes victorias que pusieron a los holandeses contra las cuerdas y les obligaron a solicitar una tregua en 1609. Sin embargo, la debilidad del monarca español le impidió desaprovechar la oportunidad de zanjar el asunto, derrotando definitivamente a los rebeldes.

Felipe IV

Al reanudarse la guerra tras su muerte, Ambrosio Spínola volvió a cosechar nuevas victorias, destacando la rendición de Breda, que supuso el apogeo de la monarquía austriaca. Sin embargo, poco después estalló la guerra de sucesión de Mantua contra Francia, lo que aprovecharon los rebeldes para recuperar territorios. El Cardenal-Infante Fernando de Habsburgo volvió a dejar las cosas como estaban, pero en 1635 España entró de lleno en la guerra de los Treinta Años y, como consecuencia de la leva masiva y los nuevos impuestos, se produjo la sublevación de Cataluña y la guerra de Independencia de Portugal.

Los recursos destinados a los Países Bajos hubieron de emplearse en expulsar a los invasores franceses del principado. Como consecuencia, las mermadas fuerzas españolas sufrieron las derrotas de Rocroi (1643), Lens (1648) y Las Dunas (1658). En la primera de ellas, Enghien desaprovechó el éxito inicial de la caballería alsaciana (Isenburg) y valona (Albuquerque), que habían puesto en fuga a la francesa y clavado todos sus cañones. Como consecuencia, los franceses se repusieron y cercaron a los tercios que, aislados y rodeados de enemigos, murieron dando ejemplo de valor y heroísmo. En la segunda, Turena venció gracias a una carga de la caballería por el flanco derecho español. Lión Valderrábano (1979) apostilla ambas acciones para salvaguardar el honor de la caballería española, argumentando que estaba constituidas en su mayoría por extranjeros. Aunque es indiscutible que junto a los tercios combatieron tropas mercenarias croatas o alemanas, no lo es menos que en aquella época la caballería que servía en los Países Bajos estaba compuesta mayoritariamente por valones, flamencos, borgoñones e italianos que, lejos de ser extranjeros, eran súbditos de la monarquía en igualdad de condiciones que navarros o aragoneses, y que combatían con el mismo ardor que los españoles de origen peninsular.

Tras ochenta años de guerra, ingentes cantidades de dinero despilfarradas y la sangre derramada de los mejores soldados del mundo, España tuvo que reconocer la independencia de las Provincias Unidas en la paz de Westfalia (1648). Como por ese tratado Francia se anexionaba Alsacia y Lorena, cerrando el Camino Español, se inició una nueva guerra de diez años durante la cual los tercios consiguieron reconquistar Cataluña (1652). Tras la firma del tratado de los Pirineos (1659) España se vio finalmente libre para intentar recuperar Portugal, pero sus fuerzas estaban muy mermadas y todos sus grandes generales habían muerto. La campaña, dirigida por Juan José de Austria resultó un fracaso y finalmente hubo de reconocer la independencia de Portugal.

Como consecuencia del éxito conseguido por los tercios durante el siglo XVI, la caballería debía acompasar sus movimientos a la lentitud de la infantería. Se había perdido también la costumbre de situar mosqueteros a pie en los intervalos entre las compañías[1] como, sin embargo, venían haciendo los suecos y holandeses. Quizás fuese esa una de las causas de las derrotas en Nieuport y Las Dunas.

Mientras las unidades de reiters alemanes siempre tuvieron entidad regimental, la caballería de súbditos de la Monarquía Hispánica, ya fuesen españoles o europeos, siempre había estado organizada en compañías sueltas. Esto cambió a partir del reinado de Felipe IV de Habsburgo, aunque los motivos aún no están demasiado claros. Los nuevos trozos o tercios de caballería reunirían normalmente 5 compañías de 100 a 200 coraceros y una de arcabuceros, precisamente la del comisario del trozo o maestre de campo del tercio. En 1634 se organizó la primera unidad de dragones, una arma mixta que se desplazaba a caballo pero podía combatir indistintamente montada o desmontada. La mayoría de las unidades de caballería y dragones que se crearon tuvieron una vida efímera, generalmente reducida a una campaña. Solo unas pocas tuvieron continuidad y llegaron a formar parte del ejército de los Borbones, heredando algunos de sus historiales las unidades actuales. La mayoría no tenían nombre fijo, conociéndose por el apellido de sus jefes. Esta costumbre se prolongará hasta 1718 y dará lugar a no pocos equívocos a la hora de identificar a algunas unidades, especialmente si el mismo oficial pasaba de una a otra.

A ello se sumaba otro problema añadido: rara vez la proporción de españoles naturales enrolados en los ejércitos de los Habsburgo alcanzaba el 25% del total, contando con todos sus repartimientos. Los escribas del reino tenían verdaderas dificultades para transcribir algunos apellidos de difícil cuando no imposible pronunciación. Como consecuencia, la variedad con la que pueden encontrarse escritos algunos nombres de oficial y, por tanto, de unidad, provoca notables malentendidos. Resulta imperdonable que se emborrone la memoria histórica de cualquier soldado confundiendo su nombre (último vestigio de su memoria) porque es tanto como despojarle de su mayor honra: la de haber servido. Es el deber de cualquier historiador respetar la memoria de los soldados de España, independientemente de cuál fuese ahora su nacionalidad porque, cuando ellos sirvieron, Flandes, Valonia, Luxemburgo, el Franco Condado, Milán, Nápoles, Sicilia, Cerdeña y los presidios toscanos, se mantenían como provincias españolas gracias a la sangre que tan generosamente derramaron sus leales súbditos. Sería imposible reconstruir la historia militar de España sin contar con aquellos soldados, como tampoco sin los alemanes, súbditos del Imperio que Carlos I de Habsburgo segregó de la Monarquía Hispánica, pero que se mantuvieron como sus más firmes aliados hasta el testamento de Carlos II.

Carlos II

Las guerras libradas por la casa de Habsburgo, la emigración a América y las grandes epidemias habían dejado la nación exhausta y despoblada, la industria arruinada y el campo inculto. Los Habsburgo habían perdido su hegemonía europea pero, al colapsarse la dinastía, no habían perdido ni uno solo de los territorios del Imperio español. Ello se debía a que sus ejércitos, mal organizados y peor dirigidos sostuvieron siempre el honor de sus armas.

A finales del reinado de Carlos II de Habsburgo el Ejército español se encontraba en franca decadencia, muy alejado de su brillante pasado bajo los Austrias mayores. La culpa de todo ello recaía en dos factores básicos: economía y disciplina. De un lado, las tropas llevaban siendo mal pagadas mucho tiempo y no solo desde el punto de vista cuantitativo, sino sobre todo porque los salarios llegaban con mucha irregularidad a las guarniciones. De igual forma, tampoco se proveían fondos para adquirir o mantener los uniformes, armamento y equipo. El resultado de todo ello era que los soldados debían recurrir en numerosas ocasiones al pillaje para subsistir. En segundo lugar, la disciplina brillaba por su ausencia, siendo los mandos superiores directamente responsables por su tolerancia. Más preocupados por obtener prebendas reales que de imponer sanciones, los oficiales no sabían ni podían hacerse respetar. Las tropas se comportaban de forma totalmente impropia para cualquiera que vistiese un uniforme y eran frecuentes los motines y las deserciones.

Referencias

Notas

  1. Táctica que venía en llamarse recubrir el estribo.

Bibliografía

  • Barudio, Gunter. "La época del Absolutismo y la Ilustración". Historia Universal, vol. 25. Siglo XXI. 1981.
  • Dülmen, Richard van. "Los inicios de la Europa moderna". Historia Universal, vol. 24. Siglo XXI. 1982.
  • García Cárcel, Ricardo et al. "Siglos XVI-XVII". Manual de Historia de España. Historia 16, vol. 3. 1991.
  • Lión Valderrábano, Raúl y Juan Silvela Miláns del Bosch. La caballería en la historia militar. Academia de Caballería. 1979.
  • Parker, Geoffrey. El ejército de Flandes y el Camino Español (1567-1659). Alianza. 1972.
  • Parker, Geoffrey. España y los Países Bajos, 1559-1659. Rialp. 1986.
  • Parker, Geoffrey. La revolución militar y el apogeo de Occidente, 1500-1800. Alianza. 2002.