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La era del carro de guerra

Revisión del 15:08 2 abr 2017 de Fmoglop (discusión | contribuciones) (Los indoeuropeos)

Los indoeuropeos

 
Kurgán
 
Ratha indoeuropea
Archivo:Tocarios de Qizil.jpg
Tocarios pelirrojos de Quizil (Sinkiang)
 
Krishna conduce el carro del príncipe Arjuna a la batalla de Kurukhetra
 
Carro solar de Trundholm

En los diversos estudios de los primitivos pueblos indoeuropeos, la discusión sobre el caballo está muy presente. Para Piétrement, el caballo se había extendido por toda la superficie del globo y solo aquellos pueblos que marchaban a la cabeza de la civilización consiguieron domesticarlo. Este planteamiento decimonónico ha quedado totalmente desfasado, pues está comprobado que precisamente los pueblos que hacia el año 3000 AC habían entrado en su fase histórica, no habían visto jamás un caballo por haberse extinguido prácticamente durante la última glaciación. Por el contrario, serían los nómadas habitantes de las estepas euroasiáticas, con un nivel cultural mucho más bajo que el de sus coetáneos, quienes domesticaran a los escasos supervivientes. Hacia esa fecha abandonaron su hábitat natural y entraron en la historia de la única forma que estaba a su alcance, obligando a que las crónicas de los pueblos que conocían ya la escritura se ocupasen de ellos.

Estos pueblos poblaban una estepa que se extendía, sin solución de continuidad, desde los Cárpatos hasta Altai, limitada al norte por la taiga y al sur por el desierto. Las manadas de caballos salvajes se habían visto reducidas a este hábitat por imperativos climáticos. Hombres y caballos convivían en las proximidades de las aguadas y los primeros pronto se dieron cuenta de la conveniencia de ofrecer sus excedentes de grano a los segundos para atraerlos a sus cercados, donde podían explotar la producción láctea de las yeguas mientras las mantenían a salvo de las fieras. Posteriormente comenzaron a consumir la carne de los ejemplares menos dóciles e inútiles para la doma.

Los primeros vestigios de la cultura indoeuropea (urheimat: en alemán, patria primitiva) se descubrieron en Tripolje, cerca de Kiev, si bien se extendía desde el Danubio al Dniéper a través de los Cárpatos, Besarabia y Ucrania. Los niveles inferiores datan del año 3000 AC y, aunque en ellos ya figuran abundantes restos de caballos, solo hay vestigios de domesticación de vacas, ovejas y cerdos. De hecho, la representación de caballos que aparece en una escudilla de plata hallada en Maikop, al oeste del mar Caspio, y datada hacia el 2300 AC corresponde aún a ejemplares salvajes. Los primeros indicios de domesticación proceden del kurgán de Andrónovo (Yeniséi) hacia 2000 AC, donde se encontró la primera tumba tumular con un carro de guerra de dos ruedas y los cadáveres de dos caballos.

Un kurgán es un montículo de tierra y piedra levantado artificialmente sobre una tumba o tumbas. El término es de origen turco y significa "fortificación". Posteriormente pasó al idioma ruso como "túmulo". Los kurganes son típicos de la Edad del Bronce, principalmente en el área comprendida desde el macizo de Altái hasta el Cáucaso, Rumanía y Bulgaria. No obstante, se construyeron ya desde el Eneolítico y siguieron construyéndose después, en la Edad del Hierro. La cultura de los kurganes se divide, arqueológicamente, en varias subculturas como las de escitas, sármatas, hunos y kipchak.

La arqueóloga Marija Gimbutas propuso la hipótesis de que el primer pueblo en utilizar este tipo de tumba sería protoindoeuropeo y hablaría la lengua madre. Cuando empezaron a dispersarse, estas tribus ya conocían la metalurgia del cobre y la domesticación del caballo. Los túmulos, son de medidas variables, desde 7 a 8 metros de diámetro, por 2 metros de alto, hasta tamaños tan considerables como los 500 metros de diámetro de base para los kurganes de Siberia, por 20 metros de alto, y los 350 metros de base, por 76 metros de alto para el Mausoleo de Qin Shi Huang.

A veces son estructuras muy complejas, con divisiones del espacio y cámaras internas, que conforman una macro-tumba con diferentes salas. En la cámara mortuoria, en el centro de la estructura, se enterraban miembros de la élite dirigente con ajuares y ofrendas rituales, con frecuencia, caballos y carros, pero también vasijas, armas, etc.

Por esas mismas fechas, la rueda habría llegado a la estepa procedente de Mesopotamia[1], y pronto el caballo comenzó a sustituir al buey en las carretas de carga. La trascendencia de este cambio fue tal que en poco tiempo se había difundido a todos los pueblos que conocían el caballo. De ahí a emplearlo también en sus carros de guerra solo había un paso, que dieron en cuanto se percataron de la superioridad que ello les confería sobre sus pueblos vecinos. Restos de un carro de guerra aparecen ya en las culturas de Tepe Hissar (Turkestán) y en los kurganes del Volga.

Todos estos pueblos poseían una avanzada metalurgia que habían aplicado a su armamento. Sus carros, que llamaban ratha ("rueda") eran más ligeros que los mesopotámicos y de un solo eje, de aproximadamente 1,60 m de longitud y a solo medio metro del suelo. Dicho eje era solidario de la caja y no de las ruedas, que tampoco eran macizas como las sumerias, sino que solían tener cuatro radios y una pina maciza, sujeta al eje por un pasador. Más tarde el número de radios aumentaría a seis, ocho e, incluso, diez. Las llantas eran de bronce, lo que les confería una gran resistencia. El diámetro total oscilaba en torno a 0,75 cm. La caja (kosa), abierta por detrás, solía ser de mimbre (aqueos, celtas) o de madera y cuero (hititas, mitanios, hicsos). La tracción consistía en una larga vara de 2,40 m de longitud rematada con otra transversal a la que iban sujetos dos caballos mediante collares similares a los empleados anteriormente con los bueyes y que no resultaban apropiados debido a las diferencias anatómicas entre bovinos y équidos. Pese a ello, este atalaje perviviría hasta el Imperio romano. Incluso cuando adoptaron la triga y la cuadriga, nunca duplicaron las varas, por lo que el esfuerzo de tracción de los caballos laterales era muy escaso.

Respecto al freno de embocadura, es probable que al principio se adoptasen las mismas anillas en los ollares y/o labios que se empleaban en los onagros mesopotámicos. Sin embargo muy pronto debieron sustituirse por trozos de cuero o madera y, finalmente, por filetes rígidos de bronce. Hacia 1900 AC se empleaban ya bocados articulados que jugaban en camas de hueso labrado, con tres orificios para sujetar los frenos, los montantes y las riendas. Los restos más antiguos se encontraron en Stalingrado y pertenecen a la cultura de Timber Grave. Los caballos aún no se herraban, pero esto no presentaba ningún inconveniente, ya que las investigaciones genéticas sobre el tarpán han demostrado que fue precisamente la herradura la responsable de la pérdida de la dureza primitiva de los cascos.

Al igual que las carretas sumerias, los carros de guerra indoeuropeos transportaban dos tripulantes, pero ahora el guerrero (savyastha) lleva una panoplia más completa que incluía una lanza y un arco compuesto, además de los venablos. Iba sentado a la izquierda del carro, mientras que el auriga (sthart) iba de pie a su derecha.

La revolución ecuestre coincidió con un empeoramiento climático y una sequía que empujó a los pueblos de las estepas a desplazarse en busca de pastos. Al principio lo hicieron tímidamente, en expediciones de tanteo, pero al comprobar su manifiesta superioridad sobre los pueblos vecinos, comenzaron una arrolladora invasión. A bordo de sus formidables máquinas de guerra, estos pueblos protagonizaron entre 1800 AC y 1600 AC una colosal aventura que cambió para siempre el aspecto político del mundo entonces conocido. Los teucros y los dánaos invadieron la costa occidental de Anatolia, aprovechando la nula vocación marinera de los hititas, que habían atravesado el Cáucaso y creado un poderoso reino en Capadocia. Los hurritas fundaron Mitanni, entre las actuales Siria y norte de Irak. Los kasitas asolaron Mesopotamia, pero fueron rechazados por los babilonios. Medos y persas invadieron Irán, pero con caballos mongoles eumétricos que acusaban siglos de continuados cruces con el tarpán.

Un conglomerado de hititas y hurritas saquearon Siria y Palestina y, aliados a algunas tribus cananeas como la de los habiru[2], se presentaron a las puertas de Egipto en 1730 AC. Su caballería desmanteló con facilidad las formaciones de infantería egipcia (mesha) y se establecieron en el delta del Nilo, donde fundaron su capital, Avaris. Durante doscientos años sojuzgaron Egipto y pasaron a la historia como hicsos (de hika-sheshaut: reyes pastores). Las descripciones egipcias están impregnadas del espanto que produjo en el país del Nilo aquel torbellino de caballos, carros y polvo que se precipitó sobre su ejército.

En Europa, varios pueblos precélticos (goidelos, ambrones, ligures e ilirios) aprovecharon el valle del Danubio para dispersarse por las llanuras húngaras y el Alto Elba. Sin embargo, la resistencia que encontraron a su avance fue mayor que en Asia, por lo que cuando se asentaron en Germania y en las Galias, eran ya un pueblo de jinetes. Simultáneamente, sármatas, escitas y cimerios se asentaron en las estepas meridionales de Rusia, a orillas del Mar Negro. Los aqueos saltaron de Capadocia a la península Balcánica, extendiéndose por Tracia, Macedonia y Tesalia. Finalmente se establecieron en la Argólida, donde fundaron su capital, Micenas, tras imponerse a los pelasgos. Desde allí invadieron Creta, acabando con la talasocracia minoica.

En Extremo Oriente, los tocarios avanzaron desde la meseta de Pamir hasta Mongolia. Los chinos les llamaron yue-tché y fueron los encargados de introducir el nomadismo entre las tribus mongolas, enseñándoles el uso del carro de guerra y la domesticación del caballo. Aunque algunos autores los identificaron con los hiung-nu, las crónicas les describen como velludos y de gran nariz, rasgos que no se corresponden con los de ninguna tribu mongola. Derrotados por los verdaderos hunos en el siglo III, tuvieron que retirarse hacia el noroeste de la India, donde fundaron los reinos de Saka y Kushana.

Los arios (cuyo nombre se haría extensible al resto) destruyeron la cultura del Indo y empujaron a los drávidas al sur de la India. En el subcontinente se empleaban ya carretas tiradas por bueyes en esa época pero no como armas de guerra, por lo que su infantería fue barrida fácilmente. La importante transformación operada en aquel país culminó con el propio nombre de India, que proviene del dios Indra traído por los invasores. Las modernas excavaciones de Mohenjo Daro y Harappa muestran la estela de muerte y desolación que dejaron a su paso, recogida tanto en el Rigveda como en el Avesta. En los tres tomos de este último que se conservan de los veintitrés originales, se describe como Yima, rey de los arios impulsó a los suyos para conquistar Irán, India, Anatolia y Europa, gracias al poder que les conferían sus caballos domesticados frente a los pueblos que solo conocían el asno. Las descripciones de sus caballos los muestran como típicamente mongoles, con capa de color bayo y el vientre más claro, algo lógico si tenemos en cuenta que los arios provenían del lago Baikal, donde esta especie se impuso sobre la tarpánica. Preferían uncir yeguas a sus carros, por ser más dóciles que los sementales a los que no castraban.

En menos de doscientos años, todas las grandes civilizaciones existentes habían caído en poder de los pueblos de las estepas: Babilonia, Egipto, Creta y la India. Ningún ejército de entonces, ni siquiera el sumerio también armado con carros, pudo hacer frente a la velocidad y la potencia de las cargas de los caballos esteparios. Si en México los escasos ejemplares que llevaban los conquistadores causaron estragos entre las nutridas filas de aguerridos aztecas, podemos imaginar el efecto estremecedor que causaría una masa de carros lanzados al galope, mientras su tripulación lanzaba una lluvia de flechas y jabalinas sobre las exiguas formaciones de la Edad del Bronce, integradas por simples campesinos que no habrían visto un caballo en su vida. De hecho, la aparición del caballo tuvo también un impacto cultural, al sustituirse el culto ancestral a la diosa madre por una compleja cosmogonía protagonizada por los nuevos dioses guerreros.

El elevado coste de fabricación del carro de guerra y su armamento, así como la complejidad inherente al adiestramiento de las tripulaciones y al cuidado de las bestias contribuyó a acentuar las diferencias sociales en el seno de estas sociedades, anteriormente igualitarias. Como consecuencia, apareció una reducida casta aristocrática de soldados profesionales pagados con tierras conquistadas, acabando así con la igualdad social de las civilizaciones fluviales calcolíticas. Por tanto, puede afirmarse que, mientras que el nacimiento de la caballería sin caballos había sido determinante en la aparición del primer ejército permanente, la caballería a caballo lo fue de la profesionalización de este.

Al final de este periodo, el caballo se había extendido desde sus reductos siberianos hasta Europa meridional, Anatolia, Mesopotamia, Egipto, Irán, China y la India. Más al Este, el estrecho de Bering, deshelado desde milenios atrás, impidió el retorno del caballo al continente americano que le había visto nacer, hasta que lo llevaran los españoles en el siglo XV.

En la siguiente imagen puede verse la expansión actual de las lenguas indoeuropeas. A las nueve representadas habría que sumarles la tocaria de Sinkiang, la hurrita del Cáucaso y la hitita de Anatolia, hoy día extintas. El orden de la leyenda corresponde a la antigüedad del primer vestigio de escritura en cada una de ellas.


600px Griego
Indoiranio
Romance
Céltico
Germánico
Armenio
Báltico
Eslavo
Albanés

Egipto

En 1700 AC el delta del Nilo fue invadido por los hicsos, una alianza de pueblos guerreros semitas e indoeuropeos que dominaba la técnica del carro de guerra. Construyeron un complejo sistema de fortificaciones que les aseguraba el dominio del terreno conquistado. Muchas de ellas todavía se conservan hoy día, como la de Avaris, con 16 km cuadrados, altos taludes de 18 m de altura y grandes puertas en rampa que permitían salir simultáneamente a una pareja de carros con sus caballos lanzados al galope. El armamento de los hicsos también era muy superior al egipcio, con armaduras de cuero y láminas metálicas, espadas de bronce y arcos compuestos de gran potencia, fabricados con una combinación de madera, asta y tendones. Sus caballos, al igual que los persas, tenían caracteres cruzados entre mongoles y tarpanes, siendo los precedentes del caballo berberisco. De esta época, precisamente, data el relato del bíblico de José, siendo difícil que en alguna otra hubiera gozado un extranjero de tantos honores en la corte faraónica.

Los egipcios centraron su resistencia en Tebas, y durante doscientos años pagaron tributos a los hicsos mientras creaban un nuevo ejército a partir de las lecciones aprendidas. Comenzaron a criar caballos y a fabricar carros en tan gran escala que en pocos años los exportaban a todo el Próximo Oriente. Al principio eran copias de los hicsos, pero luego los perfeccionaron, añadiéndoles planchas de bronce en los costados, elevando el número de radios a seis y suprimiendo las llantas metálicas. En la proa de la vara llevaban un abanico de cobre bruñido que servía para reflejar el sol y deslumbrar a los enemigos.

Nacía así el tent-heteri, el militar que servía en la caballería. Cada carro de guerra transportaba a un auriga y un guerrero, este último armado con casco de visera, arco y diez jabalinas que, al igual que las flechas, se alojaban en un carcaj fijado a la caja del carro. Era una tropa de elite, mucho mejor pagada y considerada que el resto y el primer soldado profesional de Egipto. Carros, caballos, aurigas y guerreros estaban siempre preparados para el combate y sufrían un duro entrenamiento. Como el guerrero se costeaba su propio equipo, el ingreso en la caballería se limitó a las clases adineradas. No obstante, el faraón ejercía un control absoluto sobre la cría caballar, y eran las cuadras reales las que proveían de caballos al cuerpo.

Tras varios años de luchas, en 1534 AC Ahmosis I consiguió tomar Avaris y expulsar a los hicsos, a quienes persiguió hasta Canaán, arrasando de paso todos sus bastiones, incluyendo Jericó. Ahmosis fundó la dinastía XVIII que, al contrario de las anteriores, se extendería por Asia para alejar la frontera oriental del corazón del Imperio y asegurar las rutas comerciales. Así Tutmosis I llegó a Naharún, a orillas del Éufrates, y Tutmosis III emprendió diecisiete campañas victoriosas que culminarían con la derrota del rey de Kadesh y otros monarcas semitas en la batalla de Meggido (1479 AC), gracias a una violenta carga de caballería que desbarató la formación aliada.

Tutmosis había avanzado lentamente ocupando varias ciudades de Palestina, cuando fue informado de que las fuerzas amorreas y cananeas se habían concentrado al norte del Carmelo. Avanzó rápidamente y, en lugar de seguir los fáciles caminos occidentales que desembocaban en el Jordán, decidió subir por el desfiladero de Aruna, poniendo a su ejército en fila india y desmontando los carros, que hubieron de ser transportados a hombros de su tripulación. La sorpresa fue absoluta y permitió a Tutmosis rehacer su frente a la vista de la ciudad sin ser molestado por sus enemigos. Al día siguiente planteó la batalla apoyando su flanco derecho en el torrente Quina, afluente del Cisón y rodeando Meggido hacia el noroeste. El rey de Kadesh acudió en socorro de la plaza, pero tuvo que aceptar el combate en posición de desventaja y fue arrollado por la caballería egipcia, debiendo buscar refugio precipitadamente en la plaza[3]. El botín de la batalla incluiría 924 carros (dos de ellos dorados), 200 armaduras, 500 arcos, 97 espadas y 2.238 caballos que reforzarían el ejército egipcio y su incipiente cría caballar.

Archivo:Batalla de Meggido.jpg
Tutmosis III en Meggido

Tutmosis instalaría posteriormente varias guarniciones en Siria y Palestina que le permitirían asegurar la paz en la región, además de servir como bases logísticas a su ejército de maniobra, que ahora contaba con numerosos escuadrones de caballería y patrullaba incesantemente los recién conquistados territorios. Como consecuencia de ello, las campañas tendrían ahora que retrasarse hasta la primavera, para permitir que los caballos pudiesen forrajear sobre el terreno y este se encontrase endurecido para permitir evolucionar a los carros sin dificultad.

Su sucesor, Amenofis III, obtuvo una victoria sobre los nubios que plasmó en la estela de Qumel Helah (Tebas). En la misma se aprecia a cuatro prisioneros montados a horcajadas sobre los caballos que tiran del carro de guerra del faraón. Poco conocedor de la nueva técnica, el artista grabó las cuatro piernas derechas de los prisioneros sobre el costado derecho del primer caballo, un fallo de perspectiva que no volverá a repetirse años después cuando aparezca la primera representación de un jinete propiamente dicho. Otros prisioneros representados bajo el carro dan idea de que si los que montaban perdían el equilibrio, eran directamente arrollados por vehículos y bestias y posteriormente abandonados en el desierto.

También surge en esta etapa un incipiente estado mayor, con oficiales encargados de la administración financiera, la logística y las operaciones. A su frente se situará generalmente el propio monarca o su primogénito, con algunas excepciones como la de Horemheb. Los propios faraones suelen hacer en esta época ostentación como guerreros y aurigas, de ahí que frecuentemente sean representados en carros al frente de sus tropas. Gracias a su nueva caballería, Egipto se encontró en disposición de exigir tributos a los pueblos que sometía, siendo los carros y los caballos los dos preferidos ya que la cabaña nacional seguía siendo escasa.

Archivo:Exodus.jpg
Fotograma de la película Exodus

Tras la revolución teológica preconizada por Akenatón, y los breves reinados de sus débiles sucesores Tutankamón y Ay, el poder cayó en manos del general Horemheb, que decidió devolver a Egipto su papel preponderante en la escena internacional. Precisamente de un grabado de su tumba, descubierto en Saqqarah y hoy conservado en Bolonia, nos ha llegado la primera representación de un jinete hitita descubierta presuntamente por Maspero (aunque la técnica parece demasiado moderna). Dos nuevos jinetes aparecen en la tumba de Seti I en Tebas sentados también a pelo casi en la grupa. Como en ambos casos se representaron huyendo y no combatiendo, puede inferirse que se trataba de aurigas que intentaban salvar la vida tras quedar destruidos sus carros.

Mitanni

Los hurritas asentados al norte de Mesopotamia, en la región del lago Van, consiguieron por esta época una preponderancia sobre sus estados vecinos gracias a la superioridad de su técnica bélica. Íntimamente relacionados con los arios que invadieron la India. Comparten con ellos no solo sus nombres y topónimos, sino también el nombre de sus dividinades: Mitrasil, Arunasil e Indar. Sus aristócratas se conocían como mariyannu y eran famosos por sus carreras de carros, idénticas a las descritas en el Rig Veda. También sus caballos eran del tipo ario eumétrico-rectilíneo.

Tras invadir las tierras de Canaán, Tutmosis III decidió someter Mitanni, para lo que ordenó construir en Biblos una flotilla de barcos de madera de cedro con los que cruzar el Éufrates. Aunque no ha quedado constancia de ningún enfrentamiento armado de envergadura, el faraón ordenó levantar en el margen izquierdo del río una estela triunfal en cuyos grabados se pueden leer instrucciones a sus aurigas, a los que llamaba mahir. Tras esa incursión, todos los faraones se esforzaron por acondicionar los caminos que desde el delta atravesaban el Sinaí y Palestina para facilitar la marcha de los carros y de los correos hasta la frontera.

Los hititas

Coincidiendo con la revolución religiosa implantada por Amenofis IV, que cambió su nombre por el de Akhenatón en honor de su nuevo y único dios, en Anatolia llegaba a su apogeo el Imperio hitita. Las principales fuentes sobre este imperio son el Rescripto de Telepinu (hacia 1600 AC), el Testamento político de Hattusil, los Anales de Subiluliuma y la Biografía de Hattusil III. Eran uno de los pueblos indoeuropeos que habían participado en las grandes migraciones hacia 1800 AC y llegaron allí procedentes del Cáucaso. Aunque alcanzaron un poderío militar sin precedentes, este nunca fue acompañado por un esplendor cultural similar al de las otras civilizaciones contemporáneas. Constituye una excepción la metalurgia del hierro, en la que se adelantaron trescientos años al resto, gracias a que supieron mantener "férreamente" su secreto. No obstante el hierro era por entonces tan escaso que cada pieza equivalía a 5 de oro, 40 de plata o 2000 de cobre, y aunque la mayoría se extraía en torno al lago Van, les resultó fácil monopolizar la producción tras derrotar a los mitanios.

Al contrario que en Egipto, sus caballos arios proliferaron extraordinariamente gracias a los pastos cilicios, llegando su fama incluso hasta tiempos de Herodoto. Resultaban realmente caros, ya que cada uno costaba el doble que un buey, es decir, 300 gramos de plata. Mucho después de la desaparición del Imperio, darían origen al caballo árabe. Los hititas redactaron los dos textos de hipología más famosos el mundo antiguo: un tratado de veterinaria encontrado en las ruinas de Ugarit, y un detallado reglamento de doma para caballos de guerra firmado por Kikuli de Mitanni, caballerizo mayor del rey Subiluliuma hallado en la antigua capital Hattusas, hoy Bogaz Koi.

Con los hititas la caballería alcanzó su máximo esplendor, convirtiéndose en un arma brillante y efectiva, aunque costosa. Sus carros eran la base de su ejército, empleándolos en masa y por sorpresa, gracias a desplazamientos nocturnos. Los hicieron más ligeros que los mesopotámicos, aunque incorporaron a un tercer tripulante, el bracero: sujetándose en las anillas traseras, servía de apoyo al auriga y al guerrero, favoreciendo su estabilidad en las maniobras más cerradas. Cada guerrero sufragaba el coste del carro, de los caballos y del propio auriga, lo que restringía también esos puestos a la aristocracia. El rey les recompensaba sus servicios prestados concediéndoles tierras, que pasaban a sus herederos al igual que sus carros. Los jefes de escuadrón, conocidos como shakrumash, también pasaban este cargo a sus hijos, independientemente de su valía. Constituían el núcleo del ejército, pero también de la política y la administración.

En los palacios hititas se almacenaba y reparaba todo el material de guerra de las unidades de caballería que, no solo tenían su plantilla cubierta permanentemente, sino que disponían de hombres y caballos de refresco para cubrir las bajas. Hombres y caballos usaban peto de cuero, completándolo los primeros con casco y armamento convencional.

En 1594 AC la caballería hitita abandonaba por primera vez su territorio para ayudar a los kasitas en la conquista de Babilonia. Durante el reinado de Subiluliuma alcanzó verdadera proyección histórica al cruzar el Éufrates y conquistar el reino de Mitanni (1370 AC). Posteriormente este se convertiría en un estado vasallo al casar al príncipe heredero Matiwaza con una hija del soberano hitita. Desde Mitanni, los hititas invadieron Siria, Karkemish y Alepo, entrando en el área de influencia egipcia. Al morir asesinado Tutankamón, su viuda Ankhesenamón solicitó a Subiluliuma la mano de uno de sus hijos, pero este también fue asesinado por el camino.

El enfrentamiento entre hititas y egipcios era previsible, pero se retrasó hasta 1274 AC, bajo el reinado de Muwatali. En Egipto gobernaba desde hacía seis años Ramsés II, quien se había encontrado con un ejército poderoso y bien adiestrado tras las reformas de sus antecesores Ramsés I y Seti. La batalla se dio en la plaza de Kadesh[4], un nudo importantísimo de comunicaciones, donde se encontraban de un lado las caravanas que unían Fenicia con Mesopotamia a través de Palmira y las que unían el Mar Rojo con el Imperio hitita vía Damasco. Kadesh está considerada la primera batalla de importancia estratégica de la historia, por cuanto es la primera en la que se enfrentan dos grandes imperios por la posesión de los puertos mediterráneos en los que desembocan las rutas caravaneras que proceden del Indo. Pero es, además, la primera en la que se enfrentan dos ejércitos regulares con unidades de caballería a caballo.

Parece actualmente probado que contingentes hititas tomaron parte activa en la defensa de Troya. Poco después, el Imperio sucubía ante la nueva oleada indoeuropea conocida como los pueblos del mar. Aunque Tudhaliya IV y Arnuanda II hicieron cuanto estuvo en su mano por contenerlos en la costa occidental de Asia Menor, el Imperio corrió finalmente la misma suerte que Troya, al ser derrotado su último soberano Arnaunta por los mushki (frigios), una tribu indoeuropea procedente del lago Van que conocía también el secreto de la metalurgia del hierro. En 1175 AC Hattusas era pasto de las llamas y el Imperio se fraccionaba en varios principados neohititas que sobrevivieron hasta la conquista asiria, mientras que la costa occidental era colonizada por los dorios, jonios y eolios. Las famosas yeguadas hititas fueron saqueadas por los filisteos, que se llevaron muchos ejemplares con ellos hasta Canaán, tal y como relata la Biblia.

La batalla de Kadesh

Kadesh era una plaza de la antigua Siria donde tuvo lugar la batalla de carros más famosa de la historia, entre el ejército egipcio de Ramsés II y el hitita de Muwatalli, a finales de mayo de 1274 AC.

Durante muchos años solo se conoció la versión egipcia de la batalla, repetida hasta la saciedad en todos los monumentos levantados por Ramsés[5]. Según la misma, el faraón habría cargado personalmente contra las fuerzas enemigas, desbaratándolas sin más ayuda que su propio arrojo. El descubrimiento del otrora glorioso Imperio hitita en las recientes excavaciones efectuadas en Capadocia, dio conocer la otra versión, permitiendo a los historiadores hacerse una idea más exacta de la batalla.

Ramsés pretendía superar las hazañas de Tutmosis III, haciendo retroceder a los hititas hacia Anatolia, para lo que reunió a su gran ejército de 25.000 hombres divididos en cuatro divisiones de infantería (las tradicionales de "Amón", "Ra" y "Sutek" y la recién creada de "Ptah"). Para conseguir oponer más fuerzas de caballería a los temibles carros hititas, sobornó al príncipe Bentesina de Amurru (Siria), antiguo vasallo y aliado de Hattusas, quien aportó un notable contingente de jinetes. Enfrente, los hititas alineaban además contingentes de Naharin, Arzawa, Ugarit, Alepo y Araunna entre otros.

Los egipcios tardaron un mes en llegar hasta las alturas cercanas a Beirut, donde establecieron su base de operaciones. Desde allí viraron hacia el este siguiendo el río Orontes hasta divisar la fortaleza de Kadesh. Al otro lado les esperaban ocultos los hititas, cuyos espías habían convencido a Ramsés de su presunta retirada. El faraón cayó en la celada y cruzó el vado de Sabtuna queriendo establecer su campamento al noroeste de la ciudad.

Gracias a los grabados egipcios conocemos la composición de sus fuerzas: a la cabeza marchaba la vanguardia de la división "Amón", con las trompetas y estandartes al frente y el resto en disposición de adoptar rápidamente el orden de combate. Le seguía el faraón, rodeado por su escolta de mercenarios lidios, los carros y la intendencia, a lomo de asnos y carretas tiradas por bueyes. En total unos 7.000 hombres, de los que la caballería ocupaba una posición muy secundaria como apoyo a la infantería.

Cuando Muwatali le vio aproximarse, mandó a sus hombres replegarse al sur de la ciudad y al otro lado del Orontes, ocupando una posición ventajosa que le permitía dominar el eje de marcha egipcio y cortar la retirada de Ramsés. Al contrario que este, colocó en vanguardia a su caballería: 3.500 carros formando dos escalones al mando del general Targanuna. Dos alas con un millar de jinetes se situaron a sus flancos, mandados por los oficiales Pi y Semarú. En la retaguardia formaba la falange hitita y la infantería ligera aliada.

Aunque una patrulla egipcia consiguió detener a varios exploradores hititas, que bajo tortura confesaron a Ramsés el emplazamiento de su propio ejército, era demasiado tarde. La caballería hitita vadeó el Orontes y cayó como un rayo sobre la división "Ra" cuando esta salía de un bosque al llano inmediato de la ciudad. Tras destrozar a las fuerzas egipcias cogidas de improviso, los escuadrones hititas se abalanzaron sobre el campamento de Ramsés. Aunque la caballería hitita, que por primera vez era empleada como arma decisiva en un combate, pudo acorralar a Ramsés en un extremo del campamento, no consiguió doblegar a su escolta. Simultáneamente, los aliados de los hititas, creyendo decidida la batalla, se abalanzaron sobre el botín olvidándose de su objetivo principal y estorbando a los propios carros.

En ese momento llegaron oportunamente desde la costa los jinetes de Amurru, sembrando el caos entre las fuerzas hititas que se creían ya vencedoras. Finalmente la llegada de la división "Ptah" permitió a Ramsés romper el cerco, cambiando el curso de la batalla. Muwatali decidió refugiarse en Kadesh, empleando de nuevo a su caballería en otra de las misiones que le serían características, la protección de la retirada. Targanuna, Pi y Semarú se sacrificaron junto a sus hombres para permitir que las falange hititas pudieran entrar en la fortaleza. Son los primeros nombres conocidos de jefes de unidades de caballería que cayeron al frente de sus escuadrones.

A pesar del sesgo favorable que tomaban los acontecimientos, Ramsés sabía que no contaba con fuerzas suficientes para sitiar Kadesh, por lo que decidió dejarla en manos hititas y regresar a Egipto. Fue perseguido hasta Damasco por la caballería de Muwatali, que dejó en esta plaza una importante guarnición. Aunque el faraón volvió entonando canciones de victoria, lo cierto es que solo cosechó miles de bajas y tuvo que firmar un tratado de paz que concedía a los hititas el control de Amurru y Fenicia. No cabe duda del importante papel que jugó la caballería en esta jornada: el elevado número de carros (5.000), la aparición de los primeros jinetes, el movimiento envolvente de los hititas y su carga contra la segunda división egipcia, el cambio de despliegue para asaltar el campamento de la primera, la protección de la retirada de la infantería y el sacrificio de sus tres comandantes al frente de sus tropas. Todos estos factores que se convertirán en tradicionales en la historia del arma hicieron que ya en su juventud se convirtiese en la reina del campo de batalla.

El tratado de paz significó el principio de una etapa de paz en Oriente Próximo que, curiosamente, coincidiría con el declinar político y militar de ambos imperios, ya que un siglo después caerían bajo el yugo de otros pueblos. Simultáneamente Kadesh supuso el auge del carro de guerra, pero marcó también el inicio de su declive en beneficio de un nuevo tipo de caballería: los escuadrones a caballo. El carro de guerra alcanzó con los hititas una gran perfección, pero en manos asirias aumentaría en peso y tamaño hasta convertirse en un pesado vehículo difícilmente manejable. Los carros falcados de Ciro de Persia, blindados con chapas de hierro, armados de guadañas en sus ejes y tripulados hasta por 20 guerreros serían realmente impresionantes, pero perderían la iniciativa frente a los muchos más veloces y maniobrables jinetes macedónicos, que aprendieron pronto a sobrepasarlos por el flanco y atacarlos por la retaguardia.


En la parte superior de este relieve de la batalla conservado en el templo de Abu Simbel pueden verse los primeros jinetes cuya autenticidad está contrastada:

Referencias

Notas

  1. Según Hancar esta fecha habría que adelantarla hasta 3000 AC con la cultura de Tripolje, pero este punto no ha sido aceptado por otros especialistas en la cultura danubiana.
  2. Identificados por algunos autores como protohebreos.
  3. Los documentos contemporáneos mencionan que hubo de ser izado a las murallas ante el riesgo de ser aplastado por sus propios hombres que se apretaban contra las cerradas puertas de la fortaleza.
  4. Excavada por varios arqueólogos, entre los que destacan M.J. Garstang en 1929.
  5. Pese a su parcialidad destacan como fuentes para la batalla los templos de Luxor y Abu-Simbel, el Rameseum de Tebas y el Memnonium de Abydos, así como el poema conocido como Pentaur, un relato épico conservado en el British Museum excepto un fragmento que se custodia en el Louvre.

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