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Evolución de la cabaña equina

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Durante todo el reinado de los Reyes Católicos aumentó el número de cabezas de ganado, disminuyendo por tanto su precio<ref>Un caballo costaba en el año 1000 lo mismo que 20 bueyes y una silla lo que 5.</ref>. Anticipándose a futuras necesidades, los soberanos dictaron normas para proteger la cabaña equina, algunas tan severas como dictar la pena de muerte a quien exportara caballos y una multa de 10.000 maravedíes a quien cubriera una yegua con un semental no reconocido. Las órdenes militares también patrocinaron la cría caballar para cubrir las bajas de su ganado, destacando la yeguada de la Orden de Santiago en Aranjuez.
La necesidad de aumentar la movilidad de los jinetes, inclinó la preferencia de éstos hacia los caballos bereberes y andaluces, cayendo en desuso la monta caballeresca. A los que perdían su caballo se les ayudaba a la compra de otro, mediante la concesión de un préstamo con fondos de un ''arca de caballos</em>'', una especie de montepío al que colaboraban todos los caballeros.
==Siglo XVI==
Durante esta centuria, la cría caballar sufrió en España la consecuencias del desafortunado cruce efectuado en el siglo anterior, entre sementales napolitanos y nórdicos con yeguas españolas. Se mantuvo al margen de tamaña barbaridad la prestigiosa ganadería de los monjes de la cartuja de Jerez de la Frontera, que criaron un caballo de perfil recto, fina morfología y epidermis azulada, predominando las capas torda vinosa y la mosqueada. Muchos presentaban una estrella sobre la frente y excrecencias óseas en los frontales, señal distintiva de las mejores razas equinas.
La Guerra de Sucesión provocó la caída en picado de la cría caballar, agravada por la escasez de caballos en todo el ámbito nacional. Tanto es así que fueron más elevadas las pérdidas de ganado por expolio que por bajas en combate. Para evitar estos robos, en 1712 se ordenó cortar la punta de una oreja a todos los caballos de la corona (''reyunos</em>''), por lo que cualquier ejemplar ''tronzo</em> '' encontrado, debía ser devuelto sin disculpa.
Al acabar la guerra, se observa un gran esfuerzo legislativo que refleja el interés del rey en paliar o resolver el problema. En 1713 se ordena realizar un registro anual del ganado caballar y en 1725 se organiza la Real Junta de caballería. Ante la falta de ejemplares, Felipe V ordenó comprar 1.500 caballos andaluces a 800 reales, provocando las protestas de los ganaderos por ser el precio bajísimo.
Fernando VI publicó la ''Ordenanza para el régimen y gobierno de la cría caballar</em> '' y en 1748 ordenó inspeccionar todas las paradas de sementales particulares, exigiéndoles que en cada una hubiera, por lo menos, 4 ejemplares de 7 cuartas.
Carlos III publicó una adición a la ordenanza de 1748, eximiendo de la cárcel por impago de deudas y de las quintas a los pastores de caballos. Sin embargo, el monarca vuelve a caer en el error de Felipe III e importa sementales de [[Nápoles]], Normandía y Dinamarca, bastos, linfáticos y de perfil acarnerado, para montar las yeguas de Aranjuez y Córdoba.
==Siglo XIX==
Ya se ha visto cómo en este siglo el gran problema de la caballería fue la escasez de caballos, sobre todo debido a que durante la Guerra de Independencia hubo que remontar tanto al Ejército español como al francés. Solo algunas ganaderías del sur, como la de los hermanos Zapata, pudieron mantener su producción, empleando sementales cartujanos. Muchos de los caballos de la Escuela de Viena descienden en la actualidad de esta ganadería. Como ejemplo de su gran valía cabe citar el caso del  potro ''Escogido</em>'', ganador del Premio de Honor de la Exposición de Sevilla de 1858. Valorado en 10.000 pesetas de la época, fue regalado a D. Francisco de Asís.
Al acabar la guerra no se tomaron demasiadas medidas para paliar el grave problema que padecía la cabaña equina, salvo algunas instrucciones dictadas por el Consejo Supremo de Guerra en 1817, y la creación en 1822 de un establecimiento en Úbeda, donde se cruzaban yeguas españolas con sementales normandos. Este centro vio aumentadas sus existencias con los 58 caballos donados por el marqués de las Atalayuelas, padre de D. Diego de León. Al año siguiente todo este ganado fue regalado a la yeguada real de Aranjuez.

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