Evolución de la cabaña equina
Siglo XV
Durante todo el reinado de los Reyes Católicos aumentó el número de cabezas de ganado, disminuyendo por tanto su precio[1]. Anticipándose a futuras necesidades, los soberanos dictaron normas para proteger la cabaña equina, algunas tan severas como dictar la pena de muerte a quien exportara caballos y una multa de 10.000 maravedíes a quien cubriera una yegua con un semental no reconocido. Las órdenes militares también patrocinaron la cría caballar para cubrir las bajas de su ganado, destacando la yeguada de la Orden de Santiago en Aranjuez.
La necesidad de aumentar la movilidad de los jinetes, inclinó la preferencia de éstos hacia los caballos bereberes y andaluces, cayendo en desuso la monta caballeresca. A los que perdían su caballo se les ayudaba a la compra de otro, mediante la concesión de un préstamo con fondos de un arca de caballos, una especie de montepío al que colaboraban todos los caballeros.
Siglo XVI
Durante todo el siglo XVI no existieron graves problemas de ganado, ni cuantitativa ni cualitativamente. Se tiene noticia de una gran abundancia de excelentes caballos andaluces y berberiscos en Jaén y Córdoba. Los potros conocidos como Guzmanes o Valenzuelas se llegaron a cotizar a más de 250 ducados. Pese a todo, los monarcas se esfuerzan por proteger y favorecer la cría, en previsión de futuras necesidades.
Carlos I insistió en la prohibición dictada por los RRCC. de vender ganado fuera de España y sus repartimientos y Felipe II ordenó realizar un censo de potros y exigió a los corregidores vigilar estrictamente la conservación y aumento de la casta de sus caballos. Dispuso igualmente que a falta de sementales, se comprasen por cuenta de los consejos a razón de uno cada 25 yeguas y que los propios cuidadores contribuyesen a su manutención. Los ganaderos se encontraban exentos de alcabalas y podían ser eximidos de prisión si demostraban que habían criado al menos doce yeguas durante tres años.
Siglo XVII
A lo largo de todo el siglo XVII hubo gran escasez de ganado caballar, como lo demuestra el que se hicieran varias requisas. Durante este reinado la Yeguada Nacional estuvo situada en Córdoba, como también estuvo en su tiempo la famosa de Almanzor. Se importaron sementales napolitanos, holandeses, normandos y daneses para cubrir las yeguas andaluzas, lo que unido al abuso del garañón y al tráfico de caballos enteros a través de las fronteras de Francia y Portugal, hizo que aparecieran en nuestras ganaderías un caballo que, aunque más poderoso que el andaluz, tenía menos aptitudes para la guerra que el berberisco. Era un semoviente convexilíneo, hipermétrico, de cabeza acarnerada y aires espectaculares que trastornó la mayor parte de nuestra población equina. El culpable de este desaguisado fue el napolitano Geronimo Tiuti.
En 1659 Felipe IV encargó la cría caballar a una comisión llamada Real Junta de caballería,
A Carlos II se debe una copiosa legislación para impulsar y mejorar la crianza de caballos y proteger nuestra cabaña equina. Muestra de ello puede ser la orden para realizar un registro general de caballos y yeguas o la disposición que ordenaba a todo dueño de yeguas tener hierro propio para marcar anualmente a los caballos de su propiedad.
Siglo XVIII
Durante esta centuria, la cría caballar sufrió en España la consecuencias del desafortunado cruce efectuado en el siglo anterior, entre sementales napolitanos y nórdicos con yeguas españolas. Se mantuvo al margen de tamaña barbaridad la prestigiosa ganadería de los monjes de la cartuja de Jerez de la Frontera, que criaron un caballo de perfil recto, fina morfología y epidermis azulada, predominando las capas torda vinosa y la mosqueada. Muchos presentaban una estrella sobre la frente y excrecencias óseas en los frontales, señal distintiva de las mejores razas equinas.
La Guerra de Sucesión provocó la caída en picado de la cría caballar, agravada por la escasez de caballos en todo el ámbito nacional. Tanto es así que fueron más elevadas las pérdidas de ganado por expolio que por bajas en combate. Para evitar estos robos, en 1712 se ordenó cortar la punta de una oreja a todos los caballos de la corona (reyunos), por lo que cualquier ejemplar tronzo encontrado, debía ser devuelto sin disculpa.
Al acabar la guerra, se observa un gran esfuerzo legislativo que refleja el interés del rey en paliar o resolver el problema. En 1713 se ordena realizar un registro anual del ganado caballar y en 1725 se organiza la Real Junta de caballería. Ante la falta de ejemplares, Felipe V ordenó comprar 1.500 caballos andaluces a 800 reales, provocando las protestas de los ganaderos por ser el precio bajísimo.
Fernando VI publicó la Ordenanza para el régimen y gobierno de la cría caballar y en 1748 ordenó inspeccionar todas las paradas de sementales particulares, exigiéndoles que en cada una hubiera, por lo menos, 4 ejemplares de 7 cuartas.
Carlos III publicó una adición a la ordenanza de 1748, eximiendo de la cárcel por impago de deudas y de las quintas a los pastores de caballos. Sin embargo, el monarca vuelve a caer en el error de Felipe III e importa sementales de Nápoles, Normandía y Dinamarca, bastos, linfáticos y de perfil acarnerado, para montar las yeguas de Aranjuez y Córdoba.
Carlos IV prohibió usar burros garañones en paradas que no tuvieran caballos y en 1789 amplió las disposiciones de Carlos III para eximir también a los criadores de doce o más yeguas y autorizar a usar pistolas de arzón a todo aquel que criase tres yeguas o un semental. En 1796 organizó la Real Junta o Delegación de caballería para la Cría Caballar, a la que se agregó la Escuela de Veterinarios. El mando de dicha Junta lo ostentaba, por entonces, el teniente general Godoy.
Siglo XIX
Ya se ha visto cómo en este siglo el gran problema de la caballería fue la escasez de caballos, sobre todo debido a que durante la Guerra de Independencia hubo que remontar tanto al Ejército español como al francés. Solo algunas ganaderías del sur, como la de los hermanos Zapata, pudieron mantener su producción, empleando sementales cartujanos. Muchos de los caballos de la Escuela de Viena descienden en la actualidad de esta ganadería. Como ejemplo de su gran valía cabe citar el caso del potro Escogido, ganador del Premio de Honor de la Exposición de Sevilla de 1858. Valorado en 10.000 pesetas de la época, fue regalado a D. Francisco de Asís.
Al acabar la guerra no se tomaron demasiadas medidas para paliar el grave problema que padecía la cabaña equina, salvo algunas instrucciones dictadas por el Consejo Supremo de Guerra en 1817, y la creación en 1822 de un establecimiento en Úbeda, donde se cruzaban yeguas españolas con sementales normandos. Este centro vio aumentadas sus existencias con los 58 caballos donados por el marqués de las Atalayuelas, padre de D. Diego de León. Al año siguiente todo este ganado fue regalado a la yeguada real de Aranjuez.
En 1824 se intenta dar un impulso serio a la cría caballar y se organiza la Junta Suprema de caballería, además de las yeguadas de Cazorla y Sevilla, también con sementales normandos y yeguas españolas. La primera fue trasladada poco después a Córdoba.
Después de la muerte de Fernando VII y cuando más falta hacía por la [[primera guerra Carlista, se disuelve la Junta Suprema de caballería y se vuelve al sistema de circunstancias elaborado por las Cortes de Cádiz, con libre comercio ganadero y supervisión del Ministerio de Agricultura.
Ante el desastroso resultado obtenido, el Departamento de Guerra se volvió a hacer cargo de la cría caballar en 1864. El arma de caballería, principal cliente de la misma, concentró todo su esfuerzo en conseguir una verdadera mejora. En tres años se desecharon los 339 sementales existentes y tras la tercera guerra Carlista se emprendió una labor que, aun contando con una asignación tres veces inferior a la de quince años atrás, dio resultados esperanzadores.
A todos los caballos del Ejército se les cortaba el extremo de su oreja derecha, para poder identificarlos en caso que fuesen robados o simplemente capturados tras un combate. Por esta señal se conocían como "reyunos". Esta práctica cayó en desuso tras la Revolución de 1868, más por la pretensión del gobierno de desvincularse de la realeza que por alivio del ganado.
Durante la tercera guerra Carlista se adoptó la costumbre de recortar la cola a 4 cm del corvejón, para mejorar su higiene. Esta práctica se demostró bastante dañina, pues a algunos animales se les llegaba a cortar algunas vértebras, por tener el maslo más largo de lo prevenido, mientras que al resto se les privaba gratuitamente de la forma natural de librarse de los insectos.
Las crines debían dejar los ojos despejados y se peinaban siempre hacia el lado de montar, comenzando por 10 cm de largo en las orejas y acabando con 20 cm en la cruz. Una nueva norma de 1877 modificó lo anterior, ordenándose que se dividiesen las crines por igual a ambos lados del cuello, para evitar la caída de la cerviz. Asimismo se ordenó que la cola se dejase crecer hasta dos dedos (35 mm) por debajo de los espejuelos.
En 1874 se enviaron comisiones a diversos países para comprar caballos. En Hungría se compraron 900 ejemplares, que aunque fueron defendidos por D. Francisco Campuzano, no causaron demasiado entusiasmo en los regimientos que los recibieron.
Para reducir gastos, en 1875 se reduce el número de los depósitos de sementales, quedando los de Jaén, Córdoba, Baeza y Valladolid, con 100 caballos cada uno. Cuatro años más tarde, siendo ministro de Fomento Echegaray, se suprime toda esta organización, pero ante las peticiones de los remontistas, en 1880 se vuelve al sistema de paradas controladas por los jefes de la caballería. Ese mismo años se crea la Junta de Cría Caballar del Reino, dependiente del ministerio de Guerra, aunque con representantes en el de Fomento.
El siglo XX
En 1904 la Junta de Cría Caballar del Reino queda integrada en la Dirección de Cría Caballar y Remonta, con el título de Junta Superior Directora del Ramo de Cría Caballar. Bajo el mando de un teniente general, está dividida en dos secciones, cría caballar y remonta, a su vez mandadas por un general de caballería cada una.
En la reorganización de ese año se aumenta un establecimiento de remonta y 2 de sementales
En 1918 las funciones de dicha junta son traspasadas a una sección del Ministerio de la Guerra, al mando de un general de brigada del arma. Además se divide el territorio español en 8 zonas pecuarias, realizándose las instalaciones necesarias para que cada zona cuente con los establecimientos imprescindibles.
Por RD de 25 de noviembre de 1926, se reorganizan los servicios de Cría Caballar y Remonta, a fin de atender "que no pierda su calidad y eficacia, aun cuando sea afectada por el criterio de economía que informa la totalidad de la reforma", una reforma que también había implicado a toda la caballería. Se reducen a dos los depósitos de recría y doma, teniendo sus planas mayores en Jerez y Écija, con un destacamento cada uno en Córdoba y Úbeda, respectivamente. Se conservan las ocho zonas pecuarias existentes, siendo sus coroneles jefes, a la vez, inspectores de los depósitos de sementales y de los servicios de cría caballar para el cesno del ganado y estadística del mismo. Se suprimen las delegaciones de cría caballar, absorbiendo tales servicios cada zona pecuaria. Las dos yeguadas militares se funden en una sola, ubicada en Jerez y al mando de un teniente coronel.
Tras el advenimiento de la II República, la cría caballar pasa a depender del Ministerio de Fomento. En octubre de 1935 vuelve a ser responsabilidad del Ejército, pero solo hasta marzo de 1936, en que es encomendada al Ministerio de Agricultura. Tantos cambios en asuntos que, como la cría caballar, precisan de una labor continuada y de unidad de criterio, resultan desastrosos. Así entre 1932-33 la especie caballar registra más bajas que durante toda la Guerra Civil.
En febrero de 1940 se restituyen al Ministerio del Ejército los Servicios de Cría Caballar, pasando a depender del arma de caballería.
Referencias
- ↑ Un caballo costaba en el año 1000 lo mismo que 20 bueyes y una silla lo que 5.