Campaña de Margarita de Parma

De Caballipedia
Saltar a: navegación, buscar

Antecedentes

La guerra de los Ochenta Años o guerra de Flandes fue un conflicto que enfrentó a las Diecisiete Provincias de los Países Bajos contra su soberano, el rey de España. El coste económico de una guerra tan prolongada provocó sucesivas bancarrotas de la corona española durante los siglos XVI y XVII. Las Provincias Unidas, actual reino de los Países Bajos se convirtieron en una potencia mundial gracias a su poderosa flota, y experimentaron un importante auge económico y cultural.

La historia de la Guerra de los Países Bajos no resulta fácil de contar, pues tropieza con numerosos prejuicios, tanto por parte de los holandeses, lo que parece lógico, como también de muchos españoles, que se muestran reticentes a la hora de glorificar las indudables hazañas de nuestros propios ejércitos.

La mayoría de los autores prefieres reinterpretar deliberadamente la leyenda negra con fines claramente comerciales, que bucear en busca de la verdad. Una verdad que los holandeses continúan evitando de forma mezquina, pues prefieren culpar a los crueles españoles de lo que no fue más que una guerra civil por motivos religiosos, similar a la que vivieron por aquellas fechas otras potencias europeas como Alemania, Inglaterra o Francia. Lo cierto es que, superada hace siglos la dominación española, la división de los Países Bajos en tres estados, dos confesiones y tres o cuatro lenguas, persiste en la actualidad. De ser cierto lo que pregonan sus historiadores, que todo se debió a la inquina de los españoles, qué fácil hubiera resultado volver a reunirlos.

Pero la realidad fue bien distinta. Mientras España se había convertido bajo el férreo imperio del César Carlos en el paladín de la cristiandad, toda Europa venía agitándose en una guerra religiosa sin precedentes desde las cruzadas, debido al avance imparable tanto de los protestantes como de los otomanos. No es de extrañar, por tanto, que la religión constituyera el centro de la vida europea, con toda la cadena de atrocidades que cometieron los tres bandos. Curiosamente, fue la Inquisición la que se instaló en la memoria colectiva como la gran asesina, cuando fue con diferencia la que menos crímenes cometió, especialmente en España.

Una de las causas que tradicionalmente se han esgrimido para justificar la guerra, es la propia idiosincrasia de Felipe II. A los ojos de los flamencos, acostumbrados a las lujosas cortes europeas, el monarca español se les antojaba bastante antipático. Hombre de pocas palabras, sobrio y ascético, rodeado de una corte pobre de solemnidad o cuando menos nada ostentosa, no siguió el ejemplo de su padre de ser español en España, italiano en Italia y alemán en Alemania. Al contrario que el emperador, nunca aprendió a hablar flamenco ni se rodeó de consejeros de esa nacionalidad. Además, Felipe se mostró siempre muy reacio a abandonar España, lo que quizás hubiera sido ventajoso a la hora de gobernar tan vasto imperio.

Su política de abolir fueros seculares le granjeó también numerosos enemigos entre los naturales, más atentos a protestar por su pérdida que a comprender realmente su significado. La creación de 14 nuevos obispados molestó a los neerlandeses, no solo por cuanto disminuía la influencia de los 4 abades preexistentes, sino porque reducía el poder relativo de la nobleza en los estados generales.

La renovación de los edictos anti heréticos y la intención de Felipe II de establecer en Flandes la Inquisición española, no pudo tener la importancia que se le atribuye, por cuanto los primeros no surtieron efecto bajo su padre y la segunda no llegó a convertirse en realidad.

Todo lo contrario puede decirse de la manifiesta animadversión que mostraban los flamencos hacia el cardenal Granvela, Mientras la gobernadora Margarita de Parma gozaba del respeto de sus súbditos por su conocida rectitud, su consejero contaba con la oposición sistemática de la nobleza, por su astucia y lealtad al rey.

La fortuna de estos nobles provenía en muchos casos de las tierras y ciudades con las que habían sido recompensados por su apoyo durante las guerras entre Carlos I y Francisco I. Uno de ellos, Guillermo, apodado el Taciturno, había sido consejero y general del emperador y en tiempos de su sucesor, había participado en el tratado de paz. Como pago por sus servicios había sido nombrado estatúder o gobernador de Holanda, Zelanda y Utrecht y había engrandecido sus posesiones dinásticas en Nassau (Alemania), con el título de príncipe de Orange, dominio del SE francés en la comarca pre alpina de Venaissin. Su ambición le llevó a traicionar las lealtades que antes había defendido con sus armas, se rebeló contra la Corona, casó con una hija luterana de Mauricio de Sajonia, combatió a los extranjeros cuando él también lo era y descuidó sus posesiones para conseguir el cargo de gobernador general de los Países Bajos, que le fue negado reiteradamente.

Otra de las posibles causas fue la controversia que mantuvieron Orange y Granvela a cuento de la permanencia en Flandes de los tercios viejos, tras la paz con Francia. Mientras que el primero era partidario de su retirada, por obstaculizar sus intereses, el segundo aconsejó al rey sobre la conveniencia de mantenerlos para sofocar posibles rebeliones. Para evitar indisponerse con la nobleza local, Margarita ordenó finalmente una precipitada retirada en medio del invierno de 1560.

Con objeto de mantener a su leal consejero en Flandes, Felipe II consiguió la dispensa papal necesaria para que el recién nombrado cardenal no asistiera al concilio de Trento. En respuesta, Guillermo y Egmont presentaron su dimisión del consejo de estado y consiguieron que los nobles flamencos rechazaran formar parte de un contingente de caballería que Felipe II había ofrecido a los católicos franceses, argumentando que eso les indispondría con los protestantes alemanes. Para salvar la situación, Margarita de Parma envió una fuerte suma de dinero a la reina de Francia para que ella misma reclutara los soldados.

Llegados a este punto, el señor de Montigny llegó a España para exponer personalmente ante el rey las quejas de los flamencos y a exigir que no se aplicara la pena de muerte a los rebeldes por motivos religiosos. Evidentemente no manifestó su repulsa porque en Inglaterra y otros países se le aplicase a los católicos[1]. Desde Flandes, Orange, Egmont y Horns exigían al rey la sustitución de Granvela. Felipe se demoró tres meses en contestar por encontrarse inmerso en una campaña contra los otomanos y cuando lo hizo se limitó a invitarles a acudir a Madrid para exponerle personalmente sus quejas. Ellos por supuesto lo rechazaron, exasperando al duque de Alba que de buena gana se ofrece al monarca para ir a Flandes a por ellos.

La propia Margarita escribió a su hermano pidiéndole que interviniera para atajar la grave situación, pero Felipe de nuevo se retrasó para limitarse a pedirle paciencia y mano izquierda con los nobles. Pero la presión era ya tan alta, que Granvela decidió escapar con miedo ante el grave riesgo para su vida. Al final, y de forma demasiado tardía, la gobernadora decidió ejecutar a los rebeldes de Valenciennes y Tournai, pero algunos se salvaron por la oposición popular. Egmont accedió finalmente a venir a España, pero de poco sirvió, pues a su regreso, Felipe II ordenaba a su hermana que forzara la observación del Concilio de Trento y de los antiguos edictos imperiales.

1559

Una vez firmada la paz con Francia, Felipe pretende crear un reino unificado en los Países Bajos pero, ante la multiplicidad de jurisdicciones y fueros, desiste y reparte los gobiernos entre la nobleza local y los 50 caballeros del Toisón:

  • Ducado de Brabante: Margarita de Parma, hermanastra del rey y gobernadora de los Países Bajos;
  • Ducado de Luxemburgo: conde Ernesto de Mansfeld;
  • Ducado de Namur: barón Carlos de Berlaymont;
  • Ducado de Limburgo: conde Juan de Frisia;
  • Ducado de Güeldres y condado de Zutphen: Carlos Brimeu, conde de Meghem;
  • Condados de Flandes y Artois: conde Lamoral de Egmont;
  • Condado de Henao y plaza de Cambrai: Jean Glimeau, marqués de Berghes;
  • Condados de Holanda, Zelanda y Utrecht: Guillermo de Nassau, príncipe de Orange;
  • Condado de Borgoña: Claudio Vergio, señor de Camplit;
  • Señoríos de Flandes valón: Jean de Montmorancy, señor de Montigny;
  • Señoríos de Frisia, Overijssel y Groninga: Jean de Ligny, conde de Arenberg;
  • Plazas de Lille, Tornay y Orcies: Florence de Montmorancy, señor de Courrieres;
  • Plaza de Malinas: cardenal Granvela.

En cuestiones religiosas, implanta la Inquisición para perseguir la herejía y aumenta a 15 el número de obispos en estas provincias, prefiriendo para el cargo a muchos españoles o simpatizantes, lo que enfurecerá a los reformistas:

  • Arzobispado de Malinas: obispados flamencos
    • Amberes
    • Bolduque
    • Ruremunda
    • Gante
    • Brujas
    • Ypres
  • Arzobispado de Cambrai: obispados valones
    • Tournai
    • Arrás
    • Saint Omer
    • Namur
  • Arzobispado de Utrecht: obispados neerlandeses
    • Haarlem
    • Midelburg
    • Levarda
    • Groningen
    • Deventer

Hecho esto, reforma la milicia: el gobierno de la Armada recae en Philip de Montmorancy, conde de Horn, y el de la artillería a Philip Estaveleu, señor de Glayoni; se reducen las bandas de ordenanza a 3.000 caballos repartidos entre 14 cornetas, cuyos capitanes eran los mismos gobernadores de las provincias excepto Juan de Frisia, complementados por:

  • Philip de Croy, duque de Aarschot;
  • Conde Maximiliano Henni de Boussu;
  • Conde Antonio Laligni de Hoectrat;
  • Conde Juan Croy de Reyx;
  • Conde Henrico Brederode.

Inmediatamente, los estados generales solicitan al rey que saque de las provincias todas las tropas extranjeras. Este accede a licenciar a las tropas alemanas e italianas, pero se resiste a deshacerse de los tercios españoles, que guarnecen los presidios fronterizos y son de su plena confianza. Tras arduas negociaciones, consigue una demora de cuatro meses para encontrar una solución. El 8 de septiembre Felipe llega a España sin comprobar que el gobierno de las provincias comience a rodar sin sobresaltos.

Se promueve una conspiración para que los tercios abandonen el país, acusando a su tropa de promover revueltas en las ciudades. Participan en ella el príncipe de Orange, molesto por haber quedado el cardenal Granvela como lugarteniente de Margarita, y frustrado en sus aspiraciones de casar con la hija de Cristina de Dinamarca; Horn, que aspiraba al gobierno de Güeldres; Egmont, burlado por Granvela cuando aspiraba al gobierno de Hesdin; y Lazaro Zuvend, coronel de las tropas alemanas durante las guerras de Hungría y Picardía. Paralelamente, la herejía calvinista se va extendiendo desde Westfalia y Frisia al resto de los Países Bajos.

1560

Las 15 compañías españolas supervivientes se fusionan en un único tercio mandado por Alonso de Navarrete. Pese a las gestiones de la duquesa, los estados generales se niegan a aportar el dinero necesario para pagarlos y exigen su retirada. Margarita tiene que pagarles de su propio bolsillo, debiendo solicitar créditos para ello. El 4 de octubre Margarita escribe al rey que las quejas de la población contra los desmanes de la tropa española han conducido a una situación insostenible, y que tienen que salir inmediatamente de Flandes. Este envía el dinero necesario y ordena que el tercio parta hacia Flesinga (Zelanda), donde es embarcado en octubre a la espera de un viento propicio para zarpar.

Poco después, las cartas de Granvela advierten al rey de su error, por lo que este ordena a Margarita que contemporice. En carta del 15 de octubre de 1560, ella le contesta que las ciudades se niegan a pagar sus impuestos mientras los extranjeros no salgan del país y que, de producirse una revuelta general, esos 3.500 españoles no bastarían para sofocarla. El 12 de diciembre el rey accede a que el tercio de los españoles se haga a la mar, ya que así podrá emplear sus pagas en levantar nuevas tropas en Italia, muy mermadas tras la derrota de los Gelves. También ordena que, una vez en tierras españolas, las compañías partan deshiladas a Nápoles o Sicilia, responsabilizándose sus maestres de campo de la disciplina general. Justo antes de la partida, muere Navarrete y todas las compañías quedan a cargo de los siguientes capitanes:

  • Tercio de Navarrete: Julián Romero
  1. Diego Pérez Arnalte
  2. Rodrigo Pérez Palomino
  3. Francisco Silvestre
  4. Jordán de Valdés
  5. Francisco Zapata de León
  6. Francisco de Valverde
  7. Zayas
  • Tercio de Cáceres: Juan Pedro Mendoza
  1. Diego de Aponte
  2. Juan Periche de Cabrera
  3. Antonio de Peralta
  • Tercio desconocido:
  1. Álvaro de Cepeda y Ayala
  2. Martín de Eraso
  3. Juan de Figueroa
  4. Antonio de Tejeda
  5. Juan de Trespuentes

1561

La flota se hace finalmente a la mar el 10 de enero de 1561, pero una tormenta la dispersa y no llega a Laredo, como estaba previsto: Juan de Mendoza (Nápoles) y catorce compañías desembarcan en Coruña, Betanzos, Ribadeo y otros puertos del Cantábrico; Julián Romero (Sicilia) llega a Portugal con tres compañías, desde donde viaja hasta Cádiz y luego a Toledo para informar al rey el 23 de febrero. Allí recibe órdenes de que las tres partan a reforzar La Goleta. En junio de 1561 Mendoza embarca el resto hacia Sicilia y Nápoles, donde despliega en diversas fortalezas junto a las del tercio del reino.

En Flandes, Margarita decide nombrar ella misma a los capitanes de la nueva milicia local, como había hecho María de Hungría, a fin de garantizarse su lealtad. De esta forma, queda extinto el empleo de maestre de campo, lo que enfurece a los nobles. Como el rey no apoya sus pretensiones de desposar a la hija de la duquesa de Lorena, Orange decide casarse con la luterana Ana de Sajonia. Esta comienza a promover misas protestantes en las que atrae a numerosos nobles, sin que Margarita se decida a atajarlo.

El papa Pío IV nombra cardenal a Granvela el 25 de febrero de 1561, pero este retrasa su aceptación hasta contar con el beneplácito del rey. Se sospecha la injerencia de los rebeldes para alejarle de Flandes, pero fracasan porque Margarita consigue que le envíen las credenciales en lugar de tener que acudir él a Roma como era habitual.

1562

Tras la derrota de Dreux, algunos hugonotes franceses se refugian en las ciudades flamencas de Tournai, Lille y Valenciennes, donde ganan muchos adeptos. Margarita advierte a sus gobernadores, Florence de Montmoranci señor de Montigny y Juan Glimeu, marqués de Berghes. El 22 de marzo, el primero ejecuta a los cabecillas y quema sus libros, pero el segundo se limita a encarcerlarlos y se marchar a Lovaina para no cumplir la sentencia. Margarita intenta ejecutarlos ella misma, pero el populacho lo impide apedreando a los alguaciles mientras cantan los salmos sagrados traducidos al francés por Clemente Maroto, que había sido camarero de Francisco I. La cabeza de este es puesta a precio y tiene que huir a Turín, donde muere.

Margarita envía a Philip de Croy, duque de Aarschot para que reprima el motín de Valenciennes con su caballería, pero cuando llega a la plaza la encuentra tranquila. Los hugonotes le explican que si permiten que los encarcelados permanezcan libres, no volverán a alzarse. El 12 de mayo Aarschot solicita a Margarita que envíe a 20.000 infantes para levantar un castillo que sofoque cualquier nuevo disturbio, pero ella le ordena apresar a los prófugos y ejecutarlos junto a los cabecillas del motín.

Entretanto, algunos nobles y eclesiásticos de Brabante se oponen a que los nuevos obispos tomen posesión de sus diócesis, pues eso perjudicaría los privilegios de los antiguos abades. Envían una carta al papa, pero Margarita se adelanta advirtiendo al embajador en Roma. Para prevenir nuevos disturbios, Margarita prohíbe la convocatoria de los estados generales, no así la de la Orden del Toisón, donde confabulan igualmente sus adversarios. Orange, Egmont y Horn escriben al rey contra Granvela. Felipe rechaza destituirlo salvo que aporten pruebas concluyentes, y ordena a Egmont acudir a España con ellas. Este rehúsa aceptar, temiéndose una celada, y responde que su deber era permanecer atento a las fronteras con Francia.

1564

El rey acaba aceptando las quejas contra Granvela y le ordena salir de Flandes hacia Borgoña. Parte luego a Roma con ocasión de la muerte de Pío IV y, una vez elegido su sucesor Pío V, a Nápoles como virrey.

1565

Egmont acude a la corte para entrevistarse con el rey. A su regreso, lleva cartas de este a la gobernadora con instrucciones sobre cómo tratar a los herejes, pues estos aceptaban el suplicio a modo de mártires, lo que redundaba en la extensión de la plaga y no en su cura. Felipe entrega al cuidado de Egmont a su sobrino Alejandro Farnesio, hijo de los duques de Parma, cuya boda concierta con la infanta María de Portugal. La idea satisface a su madre, envía al conde de Mansfeld con una gran escolta a Lisboa a recoger a su nuera, hecho que se efectúa el 21 de septiembre.

1566

El 2 de abril de 1566 entraron en Bruselas 350 jinetes al mando de varios nobles flamencos. Tras alojarse en casa de Guillermo de Orange, fueron recibidos por la gobernadora, quien ante esta demostración de fuerza decidió relajar el rigor de los edictos y conceder un perdón general. Los rebeldes enviaron entonces al marqués de Berghes y al barón de Montigny a la corte, pero el rey los entretuvo durante meses, mientras negociaba con la gobernadora nuevas ofertas e intentaba ganar tiempo para hacer frente a la amenaza turca.

Los rebeldes tomaron el gesto como un signo de debilidad y aumentaron sus demandas, pues lejos de buscar el bien del pueblo y su libertad de conciencia, lo que pretendían era obtener el poder absoluto en Flandes y la independencia de España. Con pocos días de diferencia se produjeron asaltos a iglesias, profanación de imágenes, biblias y ornamentos sagrados en lugares tan alejados como Saint Omer, Yprés, Amberes y Gante, lo que demuestra que no fue un levantamiento espontáneo. Como las autoridades no ofrecieron ninguna respuesta, fueron los propios habitantes católicos, hartos de sacrilegios, quienes se enfrentaron a los rebeldes. Los encabezaron los líderes del bando realista, los condes de Mansfeld, Arembergh, Noircarmes y Berlaymont.

Margarita de Parma concedió un nuevo perdón general, a cambio de que los protestantes respetaran las propiedades y el culto de los católicos. Felipe II se limitó a excusarse de acudir a Flandes por enfermedad y a aconsejarle que nombrase gobernadores católicos para las provincias en las que éstos eran mayoritarios. Sin embargo, los disturbios volvieron a producirse, forzando a los propios ciudadanos católicos a enfrentarse a los rebeldes que recibieron apoyo de Inglaterra, Suiza y los protestantes alemanes y franceses. En cambio, el apoyo del emperador Maximiliano a los católicos no pasó del nivel diplomático.

Cansados de esperar la respuesta del rey, Berghes y Montigni convencieron al príncipe Carlos de que fuese a los Países Bajos, donde sería elegido como monarca. Enterado el rey ordenó prenderlos, muriendo el primero en prisión. Cuando los nobles sediciosos se confederaron en Termonde, solo le quedó al monarca el recurso de la fuerza.

Además de los 6.000 españoles, 12.000 alemanes y 10.000 italianos que ya se estaban levantando para la defensa de Malta y la Goleta, se ordena al barón de Vergigey que levante 100 celadas borgoñonas y 100 arcabuceros a caballo; a Enrique de Vienne, barón de Cheusteau, a Claudio, señor de Cleis Raex y Alto de Monmartin y al conde de Lodron, que levanten alemanes, debiendo el último hacerlo en el Tirol y lagos de Suabia para que están más cerca de Italia, donde habrían de bajar los 4.000. A Diego de Mendoza le ordena juntar armada en La Coruña para pasar a los Países Bajos, y a su gobernadora tener otra en Ulisinghen (¿Flesinga?) para salir en su conserva en la entrada del canal. Al rey de Francia, su cuñado, le pide paso franco desde la Provenza a Borgoña y Luxemburgo. A su primo el duque de Saboya y al de Lorena les avisa del paso del ejército. Y, finalmente, envía a Juan de Acuña Vela para reconocer todo el itinerario.

El consejo real se reúne en Segovia para debatir quién debía mandar este ejército. Descartado Ruy Gómez por carecer de experiencia militar, solo quedan las opciones del duque de Feria y el de Alba, más diplomático el primero y más enérgico el segundo. El rey opta por Alba, dado su mayor experiencia bélica y el mayor respeto que infundirá en sus tropas. Inmediatamente, Fernando ordena que las compañías de caballería de Milán se acrecienten hasta las 100 plazas, incluyendo la que le servirá de escolta, y recluta otras dos para los capitanes Juan Montañés, castellano de Novara, y Monter, del de Asti. A García de Toledo le ordena que transporte a Lombardía los tercios viejos de Nápoles, Sicilia y Cerdeña que, junto al del ducado, ascienden a 8.000 hombres. A ellos se suman otros 3.000 bisoños que llevará Alba desde la península. Ordena también que permanezcan en Lombardía los alemanes que estaba previsto trasladar a Malta y que se recluten 500 gastadores para abrir camino por Saboya. A su duque le provee de dinero para pagar 2.100 que debe levantar para proteger el paso del ejército.

La gobernadora decidió levantar un pequeño ejército que puso bajo las órdenes de sus aliados, en un último intento de resolver la situación sin la temida intervención de Alba y sus tercios españoles:

  • 2 coronelías de alemanes bajos:
    • Jean de Ligne, conde de Arenberg;
    • Charles de Brimeu, II conde de Meghen.
  • 2 coronelías de alamanes altos:
    • Conde Philip von Herberstein;
    • Wilhem Bernhard von Schauenburg.
  • 3 coronelías de valones (6x200)
    • Gilles de Berlaymont, señor de Hierges;
    • Karl, conde de Mansfeld-Friedburg;
    • Jean de Croy, III conde de Roeulx.

Los rebeldes piden ayuda a los príncipes luteranos, pero estos no pueden enviar tropas fuera de Alemania sin incumplir los acuerdos de la dieta de Augsburgo. Además, el ejército del emperador se está alistando para detener a Solimán, quien avanza por Hungría con los 150.000 caballos y 300.000 peones que había preparado para tomar Malta, con el pretexto de que el recién proclamado emperador no había pagado el tributo aceptado por su padre. Como Felipe se encontraba con un doble frente en el Mediterráneo y en los Países Bajos, no pudo ayudarle con recursos humanos, pero sí financieros: 200.000 ducados. A cambio, el emperador se ofreció a ayudarle en Flandes una vez detenido el turco.

El 29 de agosto Margarita reitera su ofrecimiento de perdón a quien renuncie a las armas y concede libertad de culto en tanto llegue el rey. Los de Bolduque contestan saqueando todos los templos por lo que envía al conde de Meghem con un regimiento de valones y alguna caballería. Noircarmes sale de Bruselas en dirección a Tournai, donde tiene noticia de que hay 4.000 calvinistas en 16 banderas junto a Valenciennes. Con su regimiento, el de Hiergues y 300 hombres de armas mata 2.000 y regresa a Tournai.

Como el rey de Francia demora su respuesta, Felipe vuelve a escribir el 30 de octubre a Toledo para que no mueva a la infantería hasta nueva orden, quedando en Lombardía solo el regimiento alemán del conde Gian Battista del Arco y el tercio de españoles bisoños. En cambio, Lodron debe dirigirse directamente a Borgoña y esperar allí al ejército.

1567

Al mando de 8 banderas de infantería valona, 1.500 hombres de armas y 22 cañones, Noircarmes salió de Tournai el 20 de marzo y plantó sitio a Valenciennes, que se rindió tras dos días de intenso bombardeo. De Tournai salen en su socorro 11 compañías de peones, a las que Noircarmes también derrota, antes de someter Maastricht y Bois-le-Duc. Sus privilegios fueron abolidos, sus rebeldes desarmados y sus cabecillas ejecutados. Simultáneamente, los civiles católicos expulsaban a los rebeldes de Amberes, el feudo de Guillermo de Orange, y aunque buscaron refugio en Ousterweel, fueron derrotados por Beauvoir y Valentin de Pardieu, señor de la Motte. A continuación llegó el turno de Ámsterdam, donde Noirquermes y Meghem con solo 13 compañías derrotaron a los 14.000 sublevados de Brederode. Finalmente, Groninga se sometió al conde de Arenberg.

Margarita ordenó ejecutar a los profanadores de imágenes y a los cabecillas rebeldes, reconstruir los templos católicos y derruir los protestantes. A sabiendas de que la llegada del duque de Alba no conseguiría mejorar la situación, escribió al rey, aconsejándole que detuviera la marcha de los tercios y que en su lugar, acudiera personalmente a confirmar la sumisión de las provincias, mostrando clemencia. Por su parte, temiendo la llegada del duque de Alba, Guillermo vendió todas sus posesiones en los Países Bajos y huyó a Alemania junto a sus hermanos. Sin embargo, no pudo convencer a Egmont y a Horn, que prefirieron quedarse a defender la causa protestante.

Referencias

Notas

  1. De hecho en Suecia ha estado en vigor hasta entrado el siglo XX.

Bibliografía

  • Cabrera de Córdoba, Luis. Filipe Segundo, rey de España. Aribau. 1619/1876.
  • Giménez Martín, Juan. Tercios de Flandes. 1999.
  • Strada, Famiano: Guerras de Flandes. Colonia. 1632/1681.