Logística de Carlos IV

De Caballipedia
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Felipe V

A principios del siglo XVIII, una vez que el fusil fue dotado de la llave de chispa (hacia 1680) y de bayoneta de cubo, invento del general inglés MacKay (1698), fueron desechados los arcabuces, mosquetes y picas. La llave de chispa consistía en una piedra sujeta por dos pletinas soldadas a un vástago que era accionado por el gatillo. Al apretar este último, la piedra rozaba contra una lámina de acero rayado (rastrillo) solidaria a la tapa de la cazoleta, que se abría por esta acción. Las chispas producidas provocaban la ignición del cebo. Esta llave no solo permitía hacer fuego sin peligro para el soldado vecino, sino que conseguía cadencias de hasta tres disparos por minuto. Los primeros que supieron aprovechar sus ventajas fueron los prusianos.

El alcance máximo de un fusil de la época es de 300 toesas (585 m), llegando ya la bala sin fuerza para herir, y el alcance considerado eficaz era de 180 toesas (350 m). En su Tratado de artillería, Morla recomienda que cuando el enemigo esté a 200 toesas se apunte a las bayonetas, cuando esté a 150  a los sobreros, si está a 100 a la cintura y cuando esté a 60 a las rodillas.

En este siglo la artillería sufrió considerables modificaciones que la prepararon para la revolución del siglo siguiente, con Greibeaauval. Al construirse los cañones con ánima rayada, los proyectiles pudieron doblar su peso y adoptar formas cilíndricas con aletas o camisas de plomo para adaptarse al rayado del ánima. El alcance pasó de los 300 a los 2.000 metros cuando el acero sustituyó al bronce. Sin embargo, el avance más importante fue la introducción del armón, que permitió trasladar las piezas, siendo pioneros los británicos en Blenheim (1704).

Los carabineros llevaban un martillo para poder meter la bala a presión en el cañón de la carabina, obteniendo de esta forma mejor precisión que con las balas normales, de menor calibre. Oficiales subalternos y sargentos portaban una carabina más corta que la de la tropa.

Los generales llevan normalmente solo una espada o, preferiblemente, espadín, si bien es probable que en campaña usaran también pistolas de arzón. Aunque muchos retratos los presentan con una coraza totalmente anacrónica, no parece probable que la emplearan realmente.

El armamento de las tropas de la Casa Real tenía un mejor acabado y calidad que el del resto de unidades, así como sellos distintivos.

Por la ordenanza de Flandes de 10 de abril de 1702 se suprimen los mosquetes y al año siguiente desaparecen también los arcabuces y las picas de la infantería, que son sustituidos por los fusiles y las bayonetas de cubo y codillo respectivamente. A la caballería se la dota primero de mosquetes y luego de carabinas. El arma se llevaba asegurada por el cañón en un gancho de la bandolera y por la boca en la portacarabina de la silla. La espada era considerada el arma resolutiva, empleándose las de fuego solo al principio de la carga para desbaratar las formaciones enemigas. Precisamente se llevaba la carabina colgada de un gancho de la bandolera para permitir soltarla en la fase final de la carga y poder desenvainar la espada. Todo ello exigía una gran destreza y habilidad por parte del jinete. Debido al escaso uso que se le daba a las armas de fuego, no se llevaba frasco de pólvora, solo los cartuchos de papel preparados de antemano.

En 1704 los dragones cambian sus arcabuces por fusiles de 10 a 12 balas en libra, que se portaban al revés que en la caballería, esto es, con la culata apoyada en el estribo y la boca hacia arriba, asegurándolos por una correa que iba desde el borrén trasero[1] de la montura hasta la caja del cañón. Dos años antes ya se les había entregado un sable curvo con empuñadura de latón y vaina de cuero herrada. Sus bayonetas eran, al igual que las de infantería, acodadas, lo que les permitía disparar sin tener que retirarlas. Como hacían un uso más intensivo del arma de fuego, llevan un frasco con pólvora de repuesto colgando en el costado derecho. Los granaderos llevaban además una gran bolsa para las granadas de mano. Cambiaron también la espada por el sable curvo pero mantuvieron la pistola de arzón.

Los oficiales de caballería, a partir de la ordenanza de 12 de julio de 1728 abandonan sus carabinas. En el artículo 7 de dicho reglamento se especifica además que por cada compañía de 30 hombres se dará además un reemplazo anual de 3 carabinas y 3 pares de pistolas para la caballería y 3 fusiles y 3 pistolas para los dragones. De hacer falta más, serían por cuenta de la unidad. Esta ordenanza estipula también las características técnicas que debe tener el armamento, tanto de la caballería como de los dragones:

 

ARMA BLANCA CABALLERÍA DRAGONES COMÚN
Tipo Espada recta Sable curvo  
Modelo Doble concha y gavilanes Una concha de latón sin gavilanes  
Longitud 5 palmos (1,045 m)    
Peso 3 libras y 6 onzas (1,55 Kg)    
Ancho hoja De 2 a 1,5 dedos    
ARMA DE FUEGO CABALLERÍA DRAGONES COMÚN
Tipo Carabina Fusil Pistola (2-1)
Calibre 14 adarmes (17,5 mm) Ídem Ídem
Longitud 6 palmos y 3 dedos (1,260 m) 5 pies (1,624 m) 2 palmos y 7 dedos (544 mm)
Peso arma 6 libras (2,76 Kg) 9 libras (4,14 Kg) 2,5 libras (1,15 Kg)
Peso bala 1 onza (28,5 g) Ídem Ídem

 

Hasta 1734 los dragones usan las mismas pistolas que la caballería y los mismos fusiles que la infantería, comenzando entonces la fabricación de armamento específico. Las Guardias de la Costa de Granada llevan como arma principal la espada y como secundaria una pistola de arzón. La Compañía de Lanzas lleva escopeta corta de chispa y espada con empuñadura de gavilanes.   El armamento de los Mogataces consiste en el yagatán y una pistola.

Las principales fábricas de armas de este periodo son las de Plasencia en Vizcaya, Ripoll en Barcelona y Silillos en Madrid, esta última de vida efímera (1729-1757). Todas ellas funcionaban aún por el sistema gremial, por lo que para fabricar un arma había que contratar cañoneros, llaveros, cajeros, bayoneteros y aparejeros. La corona supervisaba el diseño y sellaba los ejemplares aprobados con la inicial correspondiente a la fábrica (B, C, S respectivamente). Las armas se adquirían por mediación de asentistas (sociedades o particulares) que adelantaban el dinero a los gremios y no cobraban hasta que aquellas pasaban el examen de los maestros armeros reales y obtenían la certificación correspondiente.

Pese a que en 1712 llegaron a Plasencia los maestros llaveros flamencos Lamberto Wiñan y Pedro Francisco Henil, hubo de recurrirse a la importación de llaves francesas hasta 1734, coexistiendo, por tanto, con la española (llamada de miguelete).

Los precios de las armas sacadas de los almacenes se fijaba, según la real cédula de 23 de diciembre de 1732, en:

  • Fusil: 58 reales
  • Bayoneta: 6 reales
  • Carabina: 46 reales
  • Pistolas: 37 reales
  • Espada: 32 reales
  • Sable: 26 reales

Tenemos noticias de una nueva contrata de armamento fechada en 1734. Si bien no se conocen las características exactas de los modelos, sabemos que cada arma se encareció en 5 reales de vellón. A partir de entonces se fabrican tres modelos diferentes de fusiles para infantería, dragones y guardias Españolas; dos de carabina para caballería y guardias de corps y cuatro de pistolas para caballería, dragones, Armada y guardias de corps.

El asentista general para las fábricas de Plasencia en 1735 pasa a ser la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas, que hizo de intermediaria entre la Real Hacienda y los gremios de cañoneros, chisperos, cajeros y aparejeros. Estos gremios estaban sometidos a la presión que sobre ellos ejercía la compañía en el terreno laboral, pero cobraban puntualmente e incluso recibían créditos para adquirir los materiales con más comodidad y alimentar a sus familias, mientras se resolvía la liquidación. Entre 1748 y 1753 esta compañía interrumpió temporalmente sus actividades, reanudándolas entre ese último año y su disolución en 1785, pasando entonces a la Real Compañía de Filipinas.

La real orden de 20 de noviembre de 1738 estipula que todas las armas y el vestuario de los Ejércitos provengan de fábricas españolas. Se intenta con ello poner fin a las importaciones de armamento que tanto descontento producían entre los armeros españoles.

Fernando VI

A pesar de ser el reinado de Fernando VI una época de paz, el armamento sufrió notables variaciones. En 1752 se hace un pedido de fusiles de calibre de 19 en libra, a 89 reales la unidad. No debió tener mucho éxito, porque en la contrata del año siguiente se vuelve al de 16 en libra. En 1757 se unifican los calibres para infantería, caballería y dragones en el de 16 en libra y se ordena que se fundan los cañones, tanto en Plasencia como en Cataluña, pero con hierro de Vizcaya.

Durante el reinado de Fernando VI y buena parte del de Carlos III se continuó usando la espada definida en la ordenanza de 1728, con algunas modificaciones en la empuñadura y longitud, que pasó de 888 a 925 mm. En el tratado antes citado, Morla alude a ella como la espada anteriormente usada por la caballería, por lo que debió de cambiarse con anterioridad a 1786.

En el de 1757 se cambian algunas características del armamento. Las bayonetas de infantería y dragones también son idénticas, pero con la hoja tres pulgadas más corta en el segundo caso.

Carlos III

Conocemos por una contrata de 1760 que los Guardias de Corps tenían, además de su espada reglamentaria, un espadín con puño de plata, supuestamente para paseo o servicio a pie.

La artillería a lomo nació en Prusia, estrenándose en Reichenbach (1762).

En 1767 publica D. García Ramírez de Arellano su Instrucción Metódica de la caballería, proponiendo algunas modificaciones en la forma de las hojas y sobre todo de las empuñaduras. Debió ser tenido en cuenta, pues en 1786 se fabrica una nueva espada con la guarnición propuesta, aunque con hoja en tres mesas, de 880 mm de largo y 40 de ancho en el nacimiento de la guarnición. 22 años antes de que se decretara el cambio de llave, ya advirtió Arellano de los accidentes que provocaba la llave francesa por la facilidad con que se montaban accidentalmente al introducir las pistolas en sus fundas.

Al tiempo que publicaba su obra, se adoptó un nuevo sable para dragones, manteniendo la guarnición de latón en forma de concha simple, pero con una hoja recta de 894 mm. Aunque del tratado de Morla se deduce que se acabó imponiendo la guarnición de hierro, parece ser que algunos regimientos mantuvieron la de latón, por conservarse un ejemplar en el Museo del Ejército[2] del regimiento Numancia, con una hoja de 900 mm.

En una contrata de 1769 se habla ya de pares de pistolas para dragones, por lo que se deduce que a partir de ese año comenzaron a emplear dos en lugar de una.

Desde 1753 los asientos de la Compañía de Guipuzcoana de Caracas se sucedieron cada 7 años[3], de modo que fue renovada en 1761, 1768, 1775 y 1783. Este último periodo no llegó a completarlo, trasladando la contrata y capitales a la Real Compañía de Filipinas en 1785. Esta última lo mantuvo hasta 1797 en que cesó, a causa del expediente que se formó a instancias de los gremios de fabricantes de Plasencia, sobre las pérdidas que habían tenido en el pago de las armas, tras la invasión de los franceses. En 1798 propuso la mencionada compañía un nuevo pliego de condiciones, que parece que llegara a cuajar.

Por una Real Orden de 11 de febrero de 1760 se desestima la petición de la Compañía Guipuzcoana para subir el precio del fusil a 96 reales. Pese al monopolio asentístico ostentado por dicha compañía, este año se encarga 600 carabina y 642 pares de pistolas de a 16 en libra para las Guardias de Corps al armero barcelonés D. Joseph Martínez.

En 1761 ordena S.M. construir una fábrica de armas blancas en Toledo, que ha llegado hasta nuestros días.

Carlos IV

Durante el reinado de Carlos IV se siguió usando como espada de caballería la denominada "Ramírez de Arellano", con la guarnición llamada de "vela". La hoja tenía una longitud de 880 mm y una anchura de 40 mm en la bigotera.

El 17 de diciembre de 1789 ordena S.M. que todas las llaves fuesen ya a la española, de las denominadas "de miguelete". Dicha disposición supuso la transformación de las armas existentes, tanto del fusil de infantería y dragones, como de las carabinas de caballería y Guardia Real y sus pistolas correspondientes, incluidas las de Marina. Se utilizaron dos versiones de la nueva llave, una con el muelle del rastrillo cubierto por la brida de la cazoleta, y otra con dicho muelle a la vista. Esta última versión incorporó, ocasionalmente, una pieza giratoria con base en el tornillo del rastrillo, que servía de guardavientos para proteger la cazoleta.

Al final del siglo se empezó a utilizar el fusil de retrocarga y algunos intentos de armas de repetición con proyectiles expansivos y puntiagudos.

Hacia 1800 se adoptó para la caballería de línea una espada con guarnición similar a la de dragones. La hoja tiene 855 mm de longitud y una anchura en la bigotera de 34 mm. Solo presenta doble filo en el último tercio. Con alguna variación en las dimensiones de las hojas, la misma fue adoptada también por los Guardias de Corps y los Carabineros Reales. En este caso presenta dos filos corridos en tres mesas y una longitud de 910 mm en los primeros y 890 en los segundos, con una bigotera de 33 y 36 mm respectivamente.

En 1794, ante el inminente ataque francés, la fábrica de Plasencia tuvo que trasladarse a Asturias, donde sus artesanos se repartieron entre varias poblaciones (Larrañaga 1981):

  • Cajeros y aparejeros en Oviedo
  • Bayonetistas en Trubia
  • Llaveros en Caldas, Barco de Soto y Puerto
  • Forjadores y barrenadores de cañones en Mieres y Grado

La implantación de tantas fábricas tuvo al principio sus dificultades, y hubo que recurrir incluso al químico D. Luis Proust de la Academia de artillería de Segovia para que estudiase unos métodos sustitutivos del carbón vegetal. Aunque desde Plasencia se continuaron enviando artesanos a Asturias (entre ellos José Bustinduy y Agustín de Sustaeta), el antiguo sistema gremial vasco fue decayendo poco a poco.

Durante la guerra del Rosellón surgió la necesidad de suministros de importación. Para comprender la complejidad de estas compras sirva como ejemplo la adquisición de 10.000 fusiles construidos en Verlach y Greinach[4]. La gestión fue realizada por D. Nicolás Blasco de Orozco, cónsul español en Viena, a través del cónsul en Liorna, D. Manuel Silva, que a su vez lo encargó al comerciante de esa ciudad D. Domingo Scotto, quien tuvo que cerrar una contrata en Brescia y Sajonia con la intervención de un banquero austríaco, todo ello con la mayor discreción para evitar que Francia boicotease la operación.

Durante esta guerra, la fábrica de Ripoll sufrió la ocupación francesa y el consiguiente saqueo.

En 1804 se comenzó a construir una nueva sede de las Reales Fábricas en Plasencia, pero al ser acabada en 1809, hubo de ser entregada a los franceses.

Referencias

  1. En ese reglamento se les proveyó de una nueva montura de doble borrén, cubierta de pieles de carnero negro.
  2. Pieza 25.202.
  3. AGS. y SHM. Leg. 799.
  4. AHN. Estado, Leg. 3.754.