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Batalla de Rocroi

No hay cambio en el tamaño, 19:38 29 ene 2017
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Enfrentamiento ocurrido el 19 de mayo de [[1643]] durante la [[guerra de los Treinta Años (1618-16431648)]], entre el ejército francés y el español.
Unos 300 metros antes de llegar al pueblo encontraremos una pequeña cartela con la indicación "Stèle". Giramos para meternos en la pequeña carretera que conduce a Sevigny-la-Fôret; luego, a unos 500 metros, torceremos a la derecha siguiendo la indicación "Stèle". Por este camino, hoy alquitranado, que años atrás ni senda era y había que hacerlo a pie, iremos atravesando por el centro del campo de batalla hasta llegar a la borna o estela que la evoca; está muy cerca. Pero antes, vamos a detenernos un instante, entre dos fuegos, para recordar por qué llegaron hasta aquí unos miles de hombres a matarse. España llevaba ocho años luchando, sin interrupción, contra Francia y sus aliados en la guerra de los Treinta Años. En 1643, Melo quiso atacar el primero invadiendo Francia. Quizá sus éxitos en las campañas precedentes, como la victoria de Honnecourt (26 de mayo de 1642), a pocos kilómetros de aquí, le hicieron pensar que era un gran militar cuando solo era un político que se vio metido, sin pedirlo, en el ejército; él mismo reconocía sus limitadas cualidades castrenses. Antes de Rocroi escribía al rey: «Pruebe V.M. cuanto quiera mi voluntad pero no más mi fortuna». Al inicio de la campaña Melo tenía concentrado su ejército en tres zonas: Artois, Hainaut y Alsacia, él estaba en Bruselas y al empezarla se trasladó a Lille ordenando el desplazamiento de las tropas hacia la frontera con Francia pero sin dejar ver por donde la cruzaría. Su idea era cruzarla lo más lejos de la zona de Amiens donde sabía se encontraba el duque de Enghien, el futuro Gran Condé, con su ejército, espiando los movimientos españoles. Según las maniobras de Melo y de su general Isenburg parecía que los tres cuerpos de ejército pensaban irrumpir en territorio francés entre Guisa y Vervins. El mismo duque de Enghien escribía a su padre: «Los enemigos entrarán en Francia por el lado de Vervins». Pero no fue así. En la noche del 11 de mayo Isenburg giró bruscamente hacia el sur y por la mañana temprano estaba a las puertas de Rocroi. Cercó la plaza con tal rapidez que los labriegos salidos al campo ni tiempo tuvieron, al avistar las tropas, de regresar a sus casas y hubieron de refugiarse en Sevigny-la-Fôret. El duque de Enghien no perdió tiempo. El 10 de mayo se había puesto en marcha en dirección a Peronne intentando averiguar la marcha de su enemigo. Tan pronto supo que los españoles se dirigían a Rocroi se vino hacia aquí pasando por Guise, Vervins y Aubenton, en una marcha contra reloj. El duque necesitaba llegar a Rocroi antes de que los españoles la rindieran, dejaran en ella guarnición y siguieran hacia el sur. El día 18, a media mañana, los sitiadores detectaron la llegada a la zona de la punta de van- guardia enemiga. Los franceses se habían desplazado a tal velocidad que Melo, avisado de su presencia, apenas lo creyó. La altiplanicie de Rocroi tenía zona de bosques y de pantanos. El lado donde estamos nosotros y donde se asentaron las tropas de Melo en espera de intervenir en el asedio, era un ancho rectángulo despejado y seco; más lejos, al oeste  o hacia nuestra izquierda, si miramos a Rocroi: el horizonte quedaba cerrado por un espeso muro de árboles, maleza y fango. Melo estaba seguro de que el enemigo no llegaría por aquella zona aunque puso algunos centinelas. Pero el cinturón de árboles y zona pantanosa tenía una franja elevada de terreno más practicable, al noroeste de Rocroi, por donde hoy están las carreteras a Le Rouilly y Taillette. Los franceses entraron por allí y empezaron a organizarse en orden de batalla a la izquierda de donde estamos, a unos cientos de metros de donde estaba Melo. Los españoles quedaban a nuestra derecha. Melo ordenó que las piezas de artillería que apuntaban hacia la plaza dieran media vuelta poniéndose cara al visitante y avisó a Beck, que estaba junto a Câteau Regnault, para que viniera rápido. Se dice, quizá con fundamento, que si las tropas españolas hubiesen atacado aquella misma tarde a los franceses —que llegaban cansados, sin organizar y además impresionados por la muerte de su rey Luis XIII, fallecido el día 14 de mayo, noticia que acaban de conocer— el efecto sorpresa les hubiese llevado a una victoria casi segura. Pero Melo no se atrevió, quizá esperando los refuerzos de Beck o temiendo ser atacado por la espalda desde la plaza asediada si precipitaba el ataque. La tarde del día 18 transcurrió en preparativos, cada uno buscando su orden de batalla. Cuando llegó la noche los dos ejércitos quedaron uno frente a otro, separados por la oscuridad y una franja de tierra. Se habían congregado en esta planicie unos 45.000 hombres, la mitad por cada bando, más o menos, aunque las cifras varían según las fuentes. Aquí toda la noche, a campo raso, cubiertos por la humedad pegajosa del lugar, esperando el alba para empezar a matarse. Amaneció. Todo estaba dispuesto. Fontaine que era el maestre de campo general y tenía 66 años, había colocado parte de la caballería en cada ala y en el centro la infantería valona, italiana y alemana; en segundo escalón, los tercios españoles. Los franceses adoptaron una disposición algo parecida pero más abiertos y colocando en las alas alguna infantería. La caballería francesa se puso en movimiento; el ala derecha conducida por Enghien junto a Gassion se echó contra el ala izquierda española al mando de Alburquerque. este, al advertir la maniobra, prefirió salir al encuentro. Cada bando relató los inicios de la batalla a su manera. Vincart, comentando la acometida de Alburquerque dice: —«Cerró con tan grandísimo valor con la dicha caballería e infantería francesa que rompió la vanguardia de dicha caballería, haciendo abertura en los escuadrones enemigos, dejando muchísimos franceses caer por muertos y muchos de ellos pidiendo cuartel.» En cambio, el duque de Aumale escribió que: «Al despuntar el día el ala derecha francesa dirigida por el duque de Enghien comienza el combate. Quince escuadrones apoyados por un batallón de infantería derrotan a 1.000 infantes escogidos y deshacen la caballería de Flandes». Que cada uno diga lo que le parezca, lo cierto es que la suerte o la habilidad o la buena dirección de la empresa no acompañó a los españoles. La caballería francesa dislocó sus filas, que pronto quedaron envueltas aisladas y dispersas; era la desbandada y la huida sin saber adónde. Los franceses siguieron aniquilando y avanzando por entre filas dislocadas de gente sin mando, hasta que llegaron a los tercios españoles, bien colocados, que se habían limitado a repeler agresiones sin recibir instrucciones concretas. Melo viendo la desbandada de gente tuvo la vaga esperanza de que Beck llegara con sus refuerzos, y dio orden a los tercios de resistir. Pero Beck, que estaba llegando a Rocroi, al ser advertido por los fugitivos del desastroso giro de la batalla decidió no acudir. Y Melo, comprendiendo que todo estaba perdido, abandonó el campo sin ordenar la retirada de los tercios que se quedaron solos, abandonados a su suerte, luchando contra todo el ejército del duque de Enghien. Los Tercios se agruparon, formando un gran rectángulo, como fortaleza humana imposible de asaltar. Recibían fuego de artillería, cargas de caballería, asaltos de infantería, y las brechas abiertas en las paredes humanas eran cerradas y las filas que sucumbían reemplazadas. Los escuadrones pronto quedaron diezmados o aniquilados, solo el del Sargento Mayor Juan Pérez de Peralta estaba entero y a él se unieron los restos de cada tercio. Enghien, que deseaba rendirlos por miedo a que les llegaran refuerzos, les mandó un trompeta, como pudiera enviar heraldo a un castillo o fortaleza extrañado de que fueran «tan bárbaros que llegaban a extremos tales». Y les pidió capitular como en plaza fuerte, respetando sus vidas y cuanto llevaran excepto las armas. Así lo hicieron. No tenían otra salida. Eran las diez de la mañana del 19 de mayo. Dos horas habían estado luchando los tercios, solos, abandonados y seguros de su derrota. Fue el sacrificio inútil; inútil, sangriento y heroico. Ningún monumento a la memoria del heroísmo gratuito; solo el recuerdo, y algún nombre de lugar como el de Rouge Fontaine. Dicen que después de la batalla tan cubierta de sangre quedó la hondonada que, desde entonces, el pago se llama "Rouge Fontaine". Es todo el recuerdo de los Tercios españoles en este prado. En un recodo del camino, a la izquierda, está la estela en recuerdo de la batalla; más o me- nos por donde los tercios opusieron su tenaz resistencia. Hoy y desde el 1993, fecha que aparece en el suelo empedrado, la borna tiene derecho a estar sobre alto pedestal y rodeada de arboles; antes estaba clavada en tierra y sin la compañía del camino; estaba perdida y olvidada, tan olvidada como los que murieron en su alrededor. Tiene cuatro caras, cada una con una inscripción: 1.- "Victoire du duc d'Enghien sur les espagnols". 2- "Champ de bataille de Rocroi". 3.-"1922", año en que fue erigida la estela, el 6 de agosto, en presencia del príncipe Sixto de Borbón. Y 4.- "19 mai 1643". Aquí, en este lugar, es donde, aproximadamente, se acercaron los oficiales españoles aceptando la capitulación. Entre ellos vendría el sargento mayor Juan Pérez de Peralta, un héroe de la batalla, un desconocido. Y aquí sería donde preguntaron a los españoles, si la frase es cierta: —« ¿Cuántos erais?». —«Contad los muertos y los prisioneros». Los tercios de Rocroi se rehicieron; alguno había quedado casi por completo aniquilado, como el mandado por el conde de Villalba que tantas bajas tuvo que lo llamarían, en lo sucesivo, "Tercio de la Sangre". Hoy sigue vivo, es el Regimiento de Soria.<br />

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