Logística de Carlos IV

De Caballipedia
Revisión del 08:02 6 abr 2018 de Fmoglop (discusión | contribuciones) (Texto reemplazado: «</ul>» por «»)
Saltar a: navegación, buscar

Armamento

Durante el reinado de Carlos IV se siguió usando como espada de caballería la denominada "Ramírez de Arellano", con la guarnición llamada de "vela". La hoja tenía una longitud de 880 mm y una anchura de 40 mm en la bigotera.

El 17 de diciembre de 1789 ordena S.M. que todas las llaves fuesen ya a la española, de las denominadas "de miguelete". Dicha disposición supuso la transformación de las armas existentes, tanto del fusil de infantería y dragones, como de las carabinas de caballería y Guardia Real y sus pistolas correspondientes, incluidas las de Marina. Se utilizaron dos versiones de la nueva llave, una con el muelle del rastrillo cubierto por la brida de la cazoleta, y otra con dicho muelle a la vista. Esta última versión incorporó, ocasionalmente, una pieza giratoria con base en el tornillo del rastrillo, que servía de guardavientos para proteger la cazoleta.

Al final del siglo se empezó a utilizar el fusil de retrocarga y algunos intentos de armas de repetición con proyectiles expansivos y puntiagudos.

Hacia 1800 se adoptó para la caballería de línea una espada con guarnición similar a la de dragones. La hoja tiene 855 mm de longitud y una anchura en la bigotera de 34 mm. Solo presenta doble filo en el último tercio. Con alguna variación en las dimensiones de las hojas, la misma fue adoptada también por los Guardias de Corps y los Carabineros Reales. En este caso presenta dos filos corridos en tres mesas y una longitud de 910 mm en los primeros y 890 en los segundos, con una bigotera de 33 y 36 mm respectivamente.

En 1794, ante el inminente ataque francés, la fábrica de Plasencia tuvo que trasladarse a Asturias, donde sus artesanos se repartieron entre varias poblaciones (Larrañaga 1981):

  • Cajeros y aparejeros en Oviedo
  • Bayonetistas en Trubia
  • Llaveros en Caldas, Barco de Soto y Puerto
  • Forjadores y barrenadores de cañones en Mieres y Grado

La implantación de tantas fábricas tuvo al principio sus dificultades, y hubo que recurrir incluso al químico D. Luis Proust de la Academia de artillería de Segovia para que estudiase unos métodos sustitutivos del carbón vegetal. Aunque desde Plasencia se continuaron enviando artesanos a Asturias (entre ellos José Bustinduy y Agustín de Sustaeta), el antiguo sistema gremial vasco fue decayendo poco a poco.

Durante la guerra del Rosellón surgió la necesidad de suministros de importación. Para comprender la complejidad de estas compras sirva como ejemplo la adquisición de 10.000 fusiles construidos en Verlach y Greinach[1]. La gestión fue realizada por D. Nicolás Blasco de Orozco, cónsul español en Viena, a través del cónsul en Liorna, D. Manuel Silva, que a su vez lo encargó al comerciante de esa ciudad D. Domingo Scotto, quien tuvo que cerrar una contrata en Brescia y Sajonia con la intervención de un banquero austríaco, todo ello con la mayor discreción para evitar que Francia boicotease la operación.

Durante esta guerra, la fábrica de Ripoll sufrió la ocupación francesa y el consiguiente saqueo.

En 1804 se comenzó a construir una nueva sede de las Reales Fábricas en Plasencia, pero al ser acabada en 1809, hubo de ser entregada a los franceses.


Material de campamento

El 1 de agosto se firma un asiento para la provisión de camas y utensilios, a cargo de D. Francisco Bringas, por una duración de 6 años y medio. De su lectura obtenemos importante información sobre los problemas de alojamiento, alumbrado y calefacción.

Las camas se componían de cuatro tablas, don banquillos de madera o hierro de dos cuartas de alto y cinco de largo, un colchón de lana, un jergón de paja o esparto, un cabezal de lana, una almohada de lienzo, dos sábanas y una manta blanca. En cada cuarto se instala además una mesa con cajón, cerradura y llave, un mantel de gusanillo de España, una toalla y dos bancos.

El asentista entregaba todo este material en usufructo, por 14,5 reales al mes por cada cama de oficial y 8,5 de tropa y juego de utensilios y se encargaba de su limpieza periódica. Las sábanas se mudaban a los 30 días en verano y a los 40 en invierno, los manteles y toallas cada 8. En el caso de tener que quemarse algún material por enfermedad contagiosa del guardia, era indemnizado con el valor estipulado en la contrata.

Además se encargaba de encender y suministrar aceite para los faroles del cuartel, a razón de 6 onzas diarias en invierno y 4 en verano. El farolero cobraba 6 reales diarios y 640 anuales para el algodón y reposición de los rotos. Para la calefacción se suministraba una arroba diaria de carbón para cada cuerpo de guardia de los tres cuarteles durante la temporada invernal.

El Tratado de Castrametación de 1800, publicado para el uso en las escuelas militares a cargo del cuerpo de ingenieros por el teniente coronel D. Vicente Ferraz, nos permite conocer por primera vez cómo acampaba la caballería en campaña.

En primer lugar se reconocía el terreno y se determinaba la línea magistral del campamento, conocido como frente de banderas. A continuación se delimitaba el terreno asignado a cada escuadrón y el ayudante y los sargentos marcaban la alineación de sus respectivas compañías, perpendiculares a los frentes de banderas y generalmente con tantas líneas de tiendas como compañías tenía el escuadrón.

Las tiendas eran algo más amplias que las de infantería, pues además de alojar a 6-8 soldados, habían de tener espacio suficiente para las sillas y equipajes. Tenían un cuadrado de unos 8 pies de lado rematado por uno de sus lados por un semicírculo de 4 pies, llamado manga. Se armaban con dos pilares verticales de siete pies de altura sobre los que descansaba otro horizontal o cumbrera. En la parte inferior tenía unos lazos de cuerda para pasar las piquetas. Las de los oficiales eran iguales a las de la tropa, pero las de los jefes eran más grandes y permitían permanecer en pie en todo el interior y no solo bajo la cumbrera. Se colocaban en líneas paralelas, perpendiculares al frente de banderas, dejando intervalos entre ellas que constituían las calles del campo.

Los caballos se colocaban en líneas paralelas a las tiendas y a nueve pies de éstas. Las tiendas debían tener su entrada hacia la parte de la línea de caballos y éstos con su cabeza hacia la entrada de las tiendas. Los caballos quedaban atados por el ronzal a unas estacas que se clavaban en el terreno y que iban unidas por una cuerda bien tirante.

A cuatro pasos de la línea del frente y en el centro se colocaba el estandarte, a dos pasos de este y hacia atrás, dos horquillas y un palo atravesado para el armero de la guardia de prevención. Sus tiendas se colocaban 150 pasos por delante del frente de banderas con las letrinas a sus lados, separadas unos 30 pasos.

Las tiendas de los oficiales subalternos a 26 pies de las últimas tiendas de cada compañía. En una de ellas se alojaba el primer teniente y en otra el segundo y el alférez.

A 36 pies de las tiendas de los subalternos se situaban las cocinas, una especie de hornillas excavadas en el suelo para que los soldados pudieran cocinar sus ranchos. A 60 pies de éstas, las de los capitanes, a otros 60 pies de ellos la plana mayor del escuadrón y a la misma distancia las tiendas de los vivanderos.

Referencias

  1. AHN. Estado, Leg. 3.754.

Navegación

ARTÍCULO ANTERIOR ÍNDICE ARTÍCULO SIGUIENTE
Logística de Carlos III Evolución logística Logística de Fernando VII