La caballería en la Europa moderna

De Caballipedia
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Introducción

A finales del Medievo, la Iglesia concedió a la monarquía un origen divino. El régimen absolutista también trajo consigo la unidad de mando y la permanencia de los ejércitos, en gran parte mercenarios debido al exterminio de la nobleza en guerras fratricidas y epidemias. Los monarcas comenzaron a reclutar y armar a sus propios ejércitos, por primera vez desde el colapso del Imperio romano. Los grandes contingentes que desde ahora intervendrán en la batalla, aún sin llegar a los niveles de la Antigüedad, obligaron a los monarcas a crear una administración militar que centralizase los gastos. Nacía así el concepto de Estado moderno.

Esta nueva etapa supuso el predominio de la infantería sobre la caballería, además del nacimiento de la artillería propiamente dicha y la transformación de la artillería y de los ingenieros en sendas armas de apoyo al combate, no limitadas a cuerpos facultativos. La caballería pesada medieval se mostró demasiado lenta e ineficaz frente a las armas de fuego y el orden cerrado de los tercios, por lo que durante doscientos años perderá su protagonismo. La caballería ligera se convertirá en un arma secundaria, más apta para reconocer y hostigar al enemigo que para cargar contra él. A comienzos del siglo XVIII volverán a invertirse estos términos, pudiendo hablarse de una nueva edad de oro de la caballería.

Hasta las campañas de Italia, la caballería se mantendrá, no obstante, como el arma principal del ejército, mientras la infantería comenzaba a comerle terreno. Así, por ejemplo, en Gramson y Morat (1476) la infantería suiza derrotó a la brillante caballería borgoñona de Carlos el Temerario, que había invadido su país. En toda Europa los ejércitos sufrieron los efectos del régimen absoluto, pero se consiguió una mejor utilización de los adelantos científicos para su aplicación a la guerra.

Mejoró la orgánica y la disciplina pero, sobre todo, la instrucción y las innovaciones tecnológicas, especialmente en el siglo XVII. En esta época se consideraba más importante mantener la operatividad de los ejércitos que ganar las batallas. Por esta razón se evitaba luchar en campo abierto, y se desarrolló la castrametación y las técnicas de asedio. Las operaciones se suspendían en invierno, ante la dificultad de recibir los abastecimientos. La ciencia militar consistía en marchar estratégicamente para presentarse unidos al frente, saber acampar y guardar las líneas de retirada y aprovisionamiento.

Ya en el siglo XVIII, la monarquía absoluta gobernará en toda su plenitud con el apoyo de una nueva nobleza que monopolizaba los cargos públicos, desde donde podían dirigir la marcha de la política. La clase media era casi inexistente y ni ella ni el pueblo intervenían en los asuntos de Estado. Los ejércitos seguían bajo el mando directo de los monarcas, que hacían la guerra o firmaban la paz sin intervención de sus respectivas naciones. Progresó la orgánica, el armamento y la instrucción, convirtiendo al militar en un autómata para que pudiese realizar satisfactoriamente las complejas evoluciones en orden cerrado. El fusil con bayoneta destronó al mosquete y a la pica. La artillería se hizo más móvil gracias al empleo del armón, y aumentó considerablemente su precisión y alcance. Las unidades vestían de uniforme y ejecutaban con regularidad maniobras según los numerosos reglamentos de la época. En general, se consiguió una cierta humanización de la guerra al limitarse su violencia. Prueba de ello es la negativa del Consejo de Guerra español a adoptar un nuevo tipo de fusil de retrocarga, aduciendo que este invento sería copiado por otras potencias y resultaría demasiado mortífero. Los ejércitos se hicieron más numerosos: el de Luis XIV tenía 400.000 hombres frente a los escasos 40.000 de Felipe II. Como consecuencia, la administración pública tuvo que desarrollarse considerablemente.

Francia

Caracola de reiters en Ivry (1590)

Durante la primera mitad del siglo, Europa vivirá un enfrentamiento permanente entre Francisco I de Francia y Carlos I de Habsburgo, que trascendió lo político y lo militar para convertirse en un duelo personal. Tras ser derrotada en la batalla de San Quintín (1557), Francia se vio sacudida interamente por las guerras de Religión, desapareciendo del escenario europeo. Durante este conflicto, las tropas españolas invadieron el país vecino para defender a los católicos frente a los hugonotes. Precisamente durante esta intervención encontraría la muerte Alejandro Farnesio.

Países Bajos

Mauricio de Nassau, caudillo de los protestantes holandeses, ideó una nueva táctica que se mostró muy superior a la española. Su victoria en la batalla de Nieuport (1600) frente al archiduque Alberto, gracias a la mejor disposición de sus tropas para el combate, se considera tradicionalmente como el punto de inflexión entre la táctica española y la holandesa.

Estableció una completa separación entre las tropas dotadas de armas de fuego y las que carecían de ellas. Sustituyó los gruesos escuadrones de caballos, por pequeñas unidades más maniobreras. Dio más flexibilidad a las líneas, ligándolas entre sí y constituyendo grandes unidades tácticas al mando de un jefe único. Normalmente disponía a la infantería en tres líneas, con la caballería entre ellas y en las alas.

Suecia

Si en el siglo XVI brillaron con nombre propio tres grandes estadistas españoles, el Gran Capitán, el duque de Alba y Alejandro Farnesio, el máximo exponente del siglo XVII fue Gustavo Adolfo de Suecia. Cuando subió al trono de su país en 1611, se encontró un erario repleto con el que pudo modernizar su ejército hasta convertirlo en el mejor de su tiempo.

Uniformó a todas sus unidades, reduciendo los equipos del infante y del jinete y los arreos de los caballos. Aligeró el mosquete tanto de peso como de calibre, suprimió su horquilla y le dotó de llave de rueda y de cartuchos con envuelta de papel que facilitaba su carga. Suprimió la lanza, por lo que la caballería de línea comenzó a cargar con espada, si bien estaba armada de carabina y dos pistolas de chispa como armamento secundario. La aproximación se realizaba al paso o al trote corto, pasando al galope en los últimos doscientos metros.

En 1630 organizó las primeras unidades de dragones, a las que armó con espada, arcabuz y pistola. En defensiva estaban preparadas para proteger las trincheras y puntos estratégicos. En ofensiva, comenzaban haciendo uso de sus armas de fuego, para luego desmontar y buscar el choque espada en mano. Algunos autores sostienen que esta peculiar forma de combatir fue copiada de los arcabuceros holandeses.

En infantería estableció como unidad táctica al regimiento, que agrupaba en brigadas, medias brigadas y cuartos de brigada. Estas unidades formaban en dos líneas, a veces con dos escalones en cada una, uno de mosqueteros (6 compañías por regimiento) y el otro de piqueros (2 compañías). Los primeros se agrupaban en mangas o pelotones de 6 filas con intervalo de 3 pies, mientras los segundos lo hacían en batallones de 6 filas codo con codo. El fuego se hacía por filas o por pelotones. En el primer caso, cada una de ellas pasaba posteriormente a retaguardia entre los intervalos laterales, para recargar. En el segundo, las dos primeras filas se tendían en tierra, las dos siguientes se arrodillaban y las dos últimas permanecían de pie.

Para la caballería prefirió el escuadrón, que formaba con 15 o 20 caballos de frente por 3 de fondo sin intervalos ni distancias. La caballería afecta a cada brigada servía de enlace y protección, mientras que la independiente constituía la reserva y se emplazaba a retaguardia o a los flancos. Fue precisamente el adecuado empleo de esta reserva la causa de muchas victorias suecas sobre los ejércitos imperiales.

La artillería de posición formaba a vanguardia del centro o de las alas y la de regimiento en los intervalos de la primera línea. Esta disposición permitía un mejor aprovechamiento del terreno y facilitaba el apoyo mutuo entre las tres armas.

Aunque aumentó el grado de movilidad de las unidades, aún se mantenía el orden paralelo, oponiéndose cada arma a su homóloga. Pese a todos estos adelantos, quizás la mayor innovación que introdujo Gustavo Adolfo fue acabar con la costumbre ancestral de suspender las operaciones en invierno.

Prusia

Durante el reinado de Federico Guillermo I, se utilizaban ya las líneas articuladas en solo tres filas con contacto de codos entre los soldados. Esta formación era propiciada por el uso del mosquete de chispa, que permitía hacer fuego sin peligro para el vecino. Las filas avanzaban sin romper la formación y disparaban sucesivamente y a la voz de mando, rara vez a discreción.

Federico II el Grande convirtió su pequeño país en uno de los más importantes de Europa y a su ejército en el más poderoso gracias, sobre todo, a la aplicación de una severa disciplina. No había maniobra, por muy complicada que fuera, que sus tropas no pudieran ejecutar de una manera perfecta, sobre cualquier clase de terreno y en las peores circunstancias. Su táctica fue eminentemente ofensiva, carácter que se había perdido desde los tiempos del Gran Capitán, salvo por el breve paréntesis de Gustavo Adolfo.

La caballería prusiana fue completamente transformada, recobrando sus características fundamentales de velocidad, movilidad y fluidez, que la hicieron excepcionalmente apta para exploraciones lejanas, atrevidos golpes de mano y cargas irresistibles. En resumen, recuperó la capacidad de maniobra y por tanto la capacidad de decidir batallas. El fuego fue relegado a casos excepcionales, volviendo a cargar al galope y al arma blanca, que en esta época es ya el sable. En los reglamentos prusianos se remarcaba que nunca debía esperarse la acometida del enemigo, sino que siempre se debía tomar la iniciativa para sacar el máximo provecho del choque. La caballería dejó de formar en las alas y normalmente llegaba al campo de batalla en gruesas masas que, empleadas adecuadamente, eran capaces de resolver el combate más adverso. En las 22 batallas que libró Federico II, su caballería decidió el resultado en 15 ocasiones, eso sí, alcanzando una proporción de un jinete por cada tres infantes. Pese a todo, la infantería continuó siendo su arma favorita, quizás debido a que, recién llegado al trono, fue arrollado junto a sus jinetes en Mollwitz mientras su infantería, imperturbable, mantuvo las posiciones y acabó ganando la batalla.

Federico II dividió la caballería en coraceros, dragones y húsares. Para organizar a los primeros contó con Seydlitz y para los últimos con Zieten, los dos verdaderos artífices del resurgir del arma. Empleó como unidad táctica el batallón de cinco escuadrones a dos compañías, constituyendo cuatro batallones una brigada. El regimiento quedó como unidad administrativa, llegando a tener 13 de coraceros, 12 de dragones y 1 de húsares, además de una unidad de apoyo con artillería a lomo.

Sus jinetes dominaban la esgrima y la equitación, y conocían a la perfección los movimientos necesarios para formar las líneas y las columnas, así como el paso de unas a otras. Grandes masas de caballería, de 20 a 30 escuadrones, eran capaces de marchar en línea a gran velocidad y en extensos frentes sin romper la formación. La columna era preferida para el orden de marcha y la línea o batalla para el orden de combate. En las marchas se articulaban cuatro columnas, las exteriores de caballería y las interiores de infantería, dejando a la artillería en el centro. Toda la formación se ocultaba con una cortina de húsares a los que, pese a todo, el propio príncipe Hohenloe consideraba inferiores a los austriacos. Los coraceros, sin embargo, eran imbatibles en el orden de combate. Solían formar en tres filas con sus oficiales a vanguardia, flancos y retaguardia, mientras que en los húsares no tenían puesto fijo. Éstos últimos formaban generalmente en columna en la retaguardia como reserva.

Con Federico II la táctica dominaba sobre la estrategia, pues todos los movimientos previos y las disposiciones de marcha tenían por objeto adoptar con rapidez el orden de combate, del que todo se esperaba. Lo más importante era conseguir la destrucción del adversario, por lo que estaba terminantemente prohibido atrincherarse o encerrarse en una plaza fuerte. Aunque se formaba generalmente en dos líneas, siguiendo la táctica francesa, se reforzaba un flanco más que otro, y se colocaba a la caballería en el lugar más conveniente. Las líneas nunca se lanzaban perpendiculares al frente, sino en oblicuo, adelantando el ala más reforzada. Muchas veces, gracias a la cortina de húsares, la infantería conseguía sorprender a uno de los flancos del enemigo antes de que el otro advirtiese siquiera su presencia, mientras que la caballería pesada realizaba grandes movimientos envolventes para atacar por detrás. Si el enemigo huía, solo un pelotón de cada escuadrón se lanzaba a su persecución, para evitar una completa dispersión que evitara su reagrupamiento. Dos ejemplos claros de la perfecta utilización de esta táctica fueron las batallas de Rosbach y Leuthen.

Referencias

Notas


Bibliografía

  • Barudio, Gunter. "La época del Absolutismo y la Ilustración". Historia Universal, vol. 25. Siglo XXI. 1981.
  • Dülmen, Richard van. "Los inicios de la Europa moderna". Historia Universal, vol. 24. Siglo XXI. 1982.
  • Hohenlohe-Ingelfingen, Príncipe Kraft de. Cartas militares sobre la caballería.
  • Lión Valderrábano, Raúl y Juan Silvela Miláns del Bosch. La caballería en la historia militar. Academia de Caballería. 1979.
  • Romano, Ruggiero. "Los fundamentos del mundo moderno". Historia Universal, vol. 12. Siglo XXI. 1971.

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