La caballería española del siglo XX

De Caballipedia
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Alfonso XIII

La idealización de su padre "el Pacificador" y la educación que le dio su augusta madre "doña Virtudes", inculcaron en Alfonso XIII de Borbón una auténtica vocación militar. Desde niño gustó de vestir de uniforme siempre que la ocasión lo permitiese y, ya de mayor, manifestó una total identificación con el Ejército, como lo demostraría su voluntad de participar en sus asuntos más importantes. Como ejemplos basten su presencia en el teatro de operaciones de Marruecos en 1910, los numerosos retratos que se hizo vistiendo uniformes de todas las armas o la omnipresencia de su anagrama "AXIII" en multitud de efectos militares. Ello no fue óbice para que, llevado por sus sentimientos humanitarios, durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) estableciera en el propio palacio de Oriente una oficina de enlace entre los prisioneros de guerra y sus familias, logrando el canje de algunos de ellos y la repatriación de heridos graves.

Sin embargo, lejos de ser pacífico, su reinado se vio sumido en varios desgraciados acontecimientos que impidieron que España alcanzara las cotas de prosperidad y grandeza de otros países al término de la Gran Guerra, Ni su gran talento ni su gran corazón ni su gran amor por la patria bastaron para superar la crisis social de los años 30. Por eso, y antes de que por su persona se librase una guerra civil que, pese a todo, se desencadenaría años después, prefirió abdicar y partir al exilio, lleno de tristeza y desesperanza.

La situación estructural del Ejército era muy deficiente en todos los sentidos: escasez y antigüedad del armamento, politización de la jerarquía, dilapidación de recursos humanos y económicos, injusticia del reclutamiento, insatisfacción interna, incapacidad de movilización rápida. Todavía eran acerbas las críticas por la traumática pérdida de las colonias ultramarinas, apenas disimuladas durante la conmemoración del centenario de la guerra de Independencia Española (1808-1814), cuando el país tuvo que prepararse para una nueva campaña fuera de sus fronteras. Se precisaba elevar la moral mediante una instrucción constante y la adquisición de los mejores medios materiales. Sin embargo, la realidad era bien distinta. Se vivía un ambiente de claro desprecio por todo lo militar por parte de los paisanos y de desatención del Estado. Los sueldos eran escasos, los ascensos estaban detenidos a causa de unas plantillas desproporcionadas y los destinos forzosos eran frecuentes, influyendo de forma negativa en la moral y el rendimiento de la oficialidad.

Por otra parte, la progresiva industrialización continuó atrayendo al campesinado hacia las grandes ciudades en las que las duras condiciones de trabajo le hicieron fácil presa de las teorías marxistas. A su antimilitarismo ideológico se sumaba el práctico, fruto de la sangría continua que suponía la segunda guerra de Melilla (1909). Esta se produjo como consecuencia del convenio suscrito entre Francia y Gran Bretaña el 8 de abril de 1904, por el que se reconocía a la primera el derecho a intervenir en Marruecos para introducir medidas políticas que acabasen con su atraso y anarquía. A dicho tratado se adhirió España el 6 de octubre, recibiendo la encomienda de una zona al Norte para la que se designaron fuerzas de policía propias en Tetuán y Larache, e hispano-francesas en Tánger y Casablanca.

La conferencia de Algeciras, celebrada entre el 16 de enero y el 7 de abril de 1906, concedió a España formalmente el protectorado sobre una zona montañosa, de clima áspero, habitada por tribus de bereberes hostiles. La intervención comenzó muy tímidamente en 1908, produciéndose las primeras agresiones el 9 de julio de 1909. El 27 de julio e se produjo el desastre del barranco del Lobo (1909) cuando la Brigada de Cazadores de Madrid, que avanzaba en dos columnas con un frente de más de un kilómetro, fue diezmada por harkas rifeñas. La movilización subsiguiente fue la espoleta que hizo detonar la Semana Trágica de Barcelona, entre el 26 al 31 del mismo mes.

Dos años después España comenzó la ocupación del Protectorado Marroquí (1911-1914), que se vería interrumpida al estallar la Primera Guerra Mundial ya que se prefirió no provocar a ninguna de las partes. Finalizada esta, se reanudaron las operaciones con una fuerte oposición de las cabilas rifeñas, que desembocaría en el desastre de Annual (1921), el mayor sufrido por el Ejército español en toda su historia: 13.500 muertos.

En el plano táctico, ya desde principios del siglo XX se detecta una total desorientación en cuanto a la orgánica y al empleo de la caballería. Al igual que en Europa, el combate a pie se consideraba denigrante, mientras la carga constituía el recurso decisivo. Para las grandes unidades lo idóneo era el despliegue en tres líneas de entidad similar, formadas respectivamente por:

Ajeno por completo a las corrientes de posguerra, el Ejército español permanecía aislado de los demás y sumido en una sensible atonía. Ni siquiera la guerra de Marruecos (1921-1927) sirvió de revulsivo para romper la inercia. Aunque en la misma llegó a intervenir un reducido número de carros, fueron empleados como complemento de la infantería, siguiendo la doctrina francesa. Su escasez y la abrupta naturaleza del terreno dificultaron su empleo y restaron trascendencia a su intervención, de ahí que apenas se pudieran vislumbrar sus posibilidades. Por otra parte, las operaciones en el protectorado dieron lugar a una división interna en el Ejército entre africanistas fogueados y peninsulares renuentes, que tendría una gran importancia en los sucesos de 1936.

La caballería seguía a caballo y armada de sable y lanza pero, por anacrónico que ello pudiera parecer, sus unidades llenaron de gloria las páginas de la historia. Así, por ejemplo, en la acción de Taxdirt (1909) un escuadrón del Regimiento Cazadores de Alfonso XIII cargó tres veces contra más de mil rifeños al mando del teniente coronel José Cavalcanti, salvando de un seguro desastre a los batallones propios, que estaban peligrosamente acosados. Dieron la primera carga 65 cazadores, 40 la segunda y los 20 supervivientes la tercera. En otras acciones igualmente heroicas de esa campaña ganaron también la laureada los oficiales Samaniego, Pacheco, Cebollino, Aláez, Hernández Menor y Sáez de Tejada.

La mayor gesta del periodo, incomprensiblemente acallada por la propia cúpula militar y nunca premiada con la Laureada que se merecía hasta 91 años después, la constituyó la actuación del Regimiento de Caballería Alcántara durante el desastre de Annual (1921). Cada escuadrón, cada jinete se revolvió cuantas veces pudo sobre un enemigo muy superior hasta que la extenuación de sus caballos les obligó a dar al paso la última carga. Este hecho justifica por sí solo la razón de ser de la caballería que, en momentos como estos y olvidándose de sí misma, es capaz del sacrificio máximo en beneficio de las demás armas.

Aunque España se había librado de la Primera Guerra Mundial, acabó perdiendo la estabilidad política conseguida en la Restauración. La dictadura de Primo de Rivera resolvió momentáneamente la creciente agitación social y realizó numerosas obras públicas, pero su caída arrastró a la propia monarquía que la había sustentado. La II República no hizo más que agravar la inestabilidad política y social, hasta desembocar en una revolución y una guerra civil.

Segunda República

En 1931 se creó la primera unidad mecanizada en el núcleo de tropas de la División de Caballería. Lamentablemente, ese mismo año se emprendió una masiva disolución de unidades que estaba más orientada a la reducción del personal, especialmente de los oficiales, que a potenciar las posibilidades del arma. Ello no solo se debió a las desacertadas decisiones políticas, sino a la testarudez de unos jinetes que sobrevaloraron al caballo frente a los medios más modernos. Interpretaron mal las experiencias de la Primera Guerra Mundial y ni siquiera la guerra de Marruecos sirvió de revulsivo para romper la inercia.

Mientras todos los países, excepto Polonia, desmontaban a sus escuadrones para convertirlos en unidades acorazadas, la única División de Caballería española mantenía una orgánica similar a la de comienzos de siglo, desplegando en tres líneas. Como la acción seguía basada en el caballo, el armamento preferido era el sable. Según la doctrina de 1930 tenía encomendadas las siguientes misiones:

La forma de realizarlo implicaba que en todas las fases de la batalla debía procurar llegar al choque, combatiendo al arma blanca. Si la conservación del contacto obligaba a combatir a pie, se conducía como la infantería, pero aprovechando cualquier ocasión favorable para volver a montar y continuar el combate.

En esta situación se llegó al año 1936, con una caballería en pésimas condiciones y unidades escasamente operativas. Las dificultades para su reorganización parecían insalvables, por cuanto la caballería era un arma cara, se carecía de fondos y se necesitaban muchos caballos, precisamente, cuando más se notaba el descuido de la política ganadera.

Al estallar la guerra Civil Española (1936-1939), el arma estaba compuesta por diez regimientos de cazadores en la península y cinco tabores de regulares en Marruecos. El cuartel general y el núcleo de tropas de la División de Caballería, tres regimientos, el único grupo blindado, el Depósito Central de Remonta y la Escuela de Equitación quedaron en la zona republicana, lo que suponía según Ramón Salas el 40% de los efectivos del arma[1]. De su personal, una pequeñísima parte consiguió pasarse al bando nacional a lo largo de la guerra, mientras que muchos oficiales retirados por la Ley Azaña se incorporaron también como jefes de unidades de infantería y milicias.

A lo largo de la guerra Civil no se dio a la caballería demasiada importancia por ninguno de los dos bandos. Entre las causas podríamos citar:

  • Lo desfasado de su orgánica y su equipamiento al estallar el conflicto, solo equiparables a los de Polonia.
  • La pérdida de 200.000 caballos durante el periodo republicano, al ceder el Ejército el control sobre la cría caballar].
  • La escasa maniobrabilidad de ambos ejércitos, condición indispensable para emplear con efectividad al arma del movimiento, así como lo poco apropiado del terreno en las ocasiones en que se verificó.
  • Su escasísima proporción, así en la batalla de Aragón (1938) había una división de caballería por 26 de infantería.
  • Solo se le encomendaron misiones auxiliares, como servir de enlace entre cuerpos de ejército, limpiar bolsas y realizar alguna explotación de pequeña entidad, además de explorar y tomar contacto con el enemigo.

Pese a todo ello, y por anacrónica que desde el punto de vista actual pudiera parecer esta caballería, lo cierto es que protagonizó también hechos heroicos, propios del arma del sacrificio. Sus cargas, cuando los frentes no estaban organizados, provocaban terror y aún resultaban efectivas. Así, por ejemplo, tras el golpe de mano efectuado por un tabor del Grupo de Tiradores de Ifni, que derrotó a la compañía que defendía el puente de ferrocarril en Pindoque, un escuadrón del Regimiento de Caballería Calatrava, al mando del capitán Millana, cruzó el puente a pesar del intenso fuego de la XII Brigada Internacional, de la artillería y de los carros rusos. Tras reagruparse al otro lado, partió al galope para tomar el vértice Pajares, desde donde rechazó los intensos ataques enemigos. A continuación, cruzó el resto de escuadrones del 1º Regimiento, reforzados por la I Bandera del Tercio y el 2º Regimiento, que alcanzó la carretera de Chinchón. Finalmente, el 3º Regimiento desalojó a las fuerzas gubernamentales de su posición. Asegurada la cabeza de puente por toda la brigada, y mientras cruzaba la infantería, el 4º Escuadrón del Regimiento de Caballería Numancia y el 3º del Tabor de Caballería Regulares de Alhucemas, junto a dos tabores de infantería y una sección de zapadores, se batieron heroicamente en la acción del Pingarrón frente a 42 carros rusos y fuertes contingentes republicanos, manteniendo la posición pese a las bajas de todos los oficiales y suboficiales y del 80% de la tropa.

En la batalla de Teruel (1937) se efectuó una maniobra combinada de ala y doble envolvimiento para cercar dicha plaza. Es sintomático que allí la caballería tuviese una destacada actuación a pesar de que el terreno no le resultaba favorable. Trasladada la División de Caballería al frente de Aragón, tomó parte en la batalla de Belchite (1937) y en la ofensiva republicana sobre Teruel. En la tercera fase, la División de Caballería estaba encargada, junto con la 5ª de Navarra, de servir de enlace entre el cuerpo de ejército marroquí de Yagüe y el de Galicia de Aranda, además de reducir las bolsas creadas y proteger los flancos interiores de ambas columnas. Mientras los navarros envolvían Sierra Palomera, los escuadrones en arrolladores avances conquistaron Argente, Visiedo y Lidón, y llegaron a orillas del Alfambra, capturando gran cantidad de prisioneros.

Posteriormente, la División de Caballería participó en la batalla de Aragón (1938), en el avance hacia el Maestrazgo y en la batalla del Ebro (1938). Al iniciarse esta última, tuvo que realizar marcha de 90 km por jornada para desplazarse desde Alcañiz hasta la zona asignada. Dos brigadas fueron destinadas a la defensa de Gandesa, objetivo principal del Ejército republicano, y al sector de Mequinenza-Fayón. Tras durísimos combates que duraron doce días, se obligó a las unidades republicanas a volver a cruzar el río, aunque a costa de perder un 50% de efectivos y de ganar un escuadrón del Tabor de Caballería Regulares de Alhucemas la Laureada de San Fernando. La tercera brigada consiguió detener el avance enemigo en el Alto Tajo (Muelas de San Juan).

Rehecha la División de Caballería, tomó parte en las operaciones que permitieron la conquista de Cataluña y, trasladada a Talavera de la Reina en marzo de 1939, participó en las últimas acciones que permitieron la conquista de Madrid.

Mientras tanto, en el Sur se había formado una segunda División de Caballería bajo el mando del general Gete, destacando entre sus muchas acciones las llevadas a cabo entre el 20 y el 24 de julio de 1938 en Extremadura, concretamente las cargas de los tabores de regulares de la I Brigada contra fuerzas muy superiores en Monterrubio, o la defensa de Castuera y de Campanario ante los contraataques de los carros republicanos. También combatió en este sector la tercera gran unidad del arma: la Brigada Móvil de Caballería.

Hay que señalar que un gran número de escuadrones combatieron a pie por falta de ganado y que, junto a muchas unidades de infantería mandadas por oficiales de caballería tuvieron también un comportamiento heroico, como el 4º Escuadrón del Regimiento de Caballería Numancia, que obtuvo la Laureada de san Fernando en la acción de las Minas (1937), o el 6º y 7º del Regimiento de Caballería Castillejos, que la consiguieron en la defensa de Corbalán (1936).

Las unidades de caballería del Ejército Popular aún fueron más reducidas en número y actuaron más diseminadas, viéndose afectadas por las incesantes reorganizaciones de aquel a lo largo de todo el conflicto. En la batalla de Brunete (1937) se emplearon dos regimientos en el ataque principal y aunque la aviación nacional les causó un grave quebranto, fueron los encargados de frenar la desbandada republicana tras la fracasada ofensiva.

En la batalla de Belchite (1937) se empleó por primera vez una importante masa de caballería: la IV Brigada, que venía de participar en la frustrada toma de Zaragoza junto a otras 27 de infantería, si bien actuó por primera vez reunida y en vanguardia. Pese a su extraordinario comportamiento durante los dos primeros días de ofensiva, cedió al llegar a Mediana por haber sido diezmada.

En el núcleo de tropas del ejército de maniobra existía una brigada de "tanques" y otra de blindados, que apenas podían identificarse con una supuesta arma de caballería acorazada. Según el informe del general Walter y del teniente coronel Galán sobre la ofensiva de Segovia en mayo de 1937, estas unidades fracasaron por no estar debidamente conjuntadas con la infantería. En su afán de esperarse la una a la otra, no avanzó ninguna.

El teniente coronel Matallana, en su informe sobre la batalla de Brunete, culpó del bajo rendimiento de los carros a la casi absoluta falta de coordinación con la infantería. En las Directivas del ejército de maniobra para la operación sobre Brunete se observa que dicha brigada de "tanques" se encontraba diseminada en compañías de 15 carros, actuando sus capitanes con completa independencia. Matallana se quejaba de que no se explotara el éxito, tarea harto difícil si la caballería se encontraba diseminada por grupos de escuadrones y los carros acompañaban a la infantería.

Lo mismo ocurrió en el sector centro de la ofensiva republicana durante la batalla del Ebro, donde el XV Cuerpo, reforzado por la División 16ª del XII solo disponía de un regimiento de caballería, el 3º de la II Brigada. Otro tanto ocurría con el V Cuerpo en el sector Sur.

Dispersos, aislados y empleados sin tener en cuenta la orografía, pocas veces realizaron los carros roturas del frente y contraataques efectivos. Se emplearon por primera vez en Madrid a finales de octubre de 1936, durante la ofensiva gubernamental contra el flanco de la Columna Varela. Los T-26 rompieron el frente aprovechando la sorpresa causada en el bando nacional pero, al verse aislados pese a que el ataque se había llevado a cabo con 12.000 hombres, decidieron volver sobre sus líneas. En esa misma acción, la columna de caballería de José Monasterio hizo frente a 15 carros rusos del comandante Greisser (Paul Arman) en la acción de Seseña (1936), consiguiendo capturar uno y destruir varios con botellas de gasolina. Pese a que el general Batov hace mención de ello en Bajo la bandera de la España republicana, fueron los milicianos comunistas del 5º Regimiento los que se atribuyeron la invención del cóctel "Molotov". Curiosamente, el arma que debía haber inspirado el empleo del carro de combate generalizó el primer método de lucha contra el mismo.

El general Rojo escribiría después de la batalla de Brunete

Los carros no aprovechan la sorpresa del ataque, están mucho tiempo en el campo de batalla, abren fuego a gran distancia y avanzan muy lentamente.

Lejos de vislumbrar las posibilidades de estos medios, insistía en la necesidad del perfecto enlace con la infantería. Por el contrario, el coronel de caballería Casado se quejaba de que en Brunete los carros eran mantenidos durante horas en una posición, dejando que la artillería enemiga los inutilizase, se recalentasen los motor y se fatigase el personal.

Tampoco por el lado nacional se supo comprender las posibilidades de los carros, quizás por no disponer de buen material, pues los únicos dignos de tal nombre eran los T-26 capturados al Ejército popular. De todas formas, antes de la contienda los carros Renault FT-17 que existían en España se habían asignado ya al arma de infantería.

Es importante señalar que en las órdenes de operaciones rara vez aparecía la caballería considerada como arma, con un apartado independiente en el apartado de maniobra, como lo tenían la artillería, ingenieros y aviación.

Francisco Franco

Tras la guerra Civil, España atravesó una dura etapa en la que, carente de industria, debía levantarse la nación y reorganizarse el Ejército, pese al aislamiento político y económico. La caballería partía con la desventaja añadida de la escasa importancia que se le había dado durante el conflicto. No obstante, las Fuerzas Armadas se constituyeron en una institución medular de la nación, que hasta la década de los sesenta carecerá de estructuras civiles que articulasen la vida social y política. Si a eso se une su potencial humano, dotado de experiencia bélica, instrucción, disciplina y moral de victoria, se explica por qué se convirtieron en una gran fuerza que podía ser aplicada inmediatamente, sin condicionamientos interiores, y por qué eran respetadas tanto por los aliados como por las potencias del Eje. Gracias a ello y a la indudable labor diplomática de Francisco Franco y sus asesores, se pudo adoptar primero una política de neutralidad y a partir del 14 de junio de 1940 de no beligerancia.

Tras el desembarco de Normandía la derrota de Alemania era solo cuestión de tiempo, por lo que el gobierno intentó desvincularse. No le sirvió de mucho, pues tanto Roosevelt como Truman mostraron su oposición total al régimen, pese a que Churchill destacase en la Cámara de los Comunes el 24 de mayo las ventajas que los aliados habían obtenido con la neutralidad española. En Yalta (4 de enero), San Francisco (15 de abril) y Potsdam (17 de julio de 1945), España fue tratada como perdedora de la contienda y condenada a un duro aislamiento internacional (resolución de Naciones Unidas de 13 de septiembre de 1946), lo que impedirá la renovación de su Ejército.

Aunque la caballería siguió con sus misiones de siempre, no se la dotó de los medios más adecuados para llevarlas a cabo. Al finalizar la guerra eran muchos los que pensaban que se necesitaba sustituir el caballo por modernos vehículos blindados. Aunque los ingenieros propusieron varios prototipos de carro de combate y de autoametralladora, no se disponía de la capacidad económica necesaria para afrontar su desarrollo, por lo que hubo que adquirirlos de segunda mano a otros países.

Pese a ello, los oficiales y suboficiales del arma traspasaron a sus escasos y variopintos vehículos el cariño y los cuidados que antes habían prodigado a sus caballos. La instrucción se adaptó rápidamente y con ilusión, hasta llegar a simular con vehículos ligeros los carros y blindados que debían formar parte de las distintas secciones, distinguiéndolos mediante banderolas de diferentes colores. De esta manera, resultó posible el milagro y las nuevas generaciones de mandos pudieron integrar su gran preparación técnica con el tradicional espíritu jinete.

Aunque es cierto que muchos generales, entre ellos el propio José Monasterio, tenían miedo de que la caballería se diluyera dentro de un arma acorazada, no es menos cierto que otros tenían una idea muy clara de cómo debía ser la caballería del futuro. En un artículo publicado en el número 1 de la revista Ejército (febrero de 1940), el general Rafael García Valiño, tras reflexionar sobre lo heroico e inútil de la carga de los jinetes polacos contra los blindados alemanes, afirmaba que

la solución para llegar antes que las reservas enemigas, pueden darla en el futuro grandes unidades de caballería ricas en carros rápidos y autoametralladoras-cañón, que lanzados por la brecha de ruptura, den en tierra con el enemigo.

En otro artículo publicado en el número 12 de 1941, el comandante José Escaso afirmaba que era precisamente el espíritu jinete lo que debía estimular a la caballería a sufrir las transformaciones necesarias:

para que la caballería mantenga su espíritu ofensivo es necesario dotarla de medios de combate que aumenten su movilidad, tan esencial en el Arma… motos, carros ligeros, autoametralladoras-cañón, le permitirán emprender más arriesgadas empresas.

En el número 20, el comandante Ramón de Meer consideraba imprescindible que

en todos los casos se refuercen las tropas a caballo por ingenios blindados, en la medida de lo posible.

En el 21, el comandante Valero Valderrábano transcribía un párrafo del teniente general Marx en Militar Wochemblatt

La caballería ha renovado y ampliado su antigua importancia… La nueva arma de los tanques significa una nueva forma de caballería imbuida del antiguo espíritu jinete.

Tales opiniones mostraban cómo bastantes oficiales deseaban y propiciaban la transformación de las unidades a caballo nada más acabar la guerra Civil, pero aunque constituían una minoría de gran influencia en el arma y muchos les seguían, tendrían por delante un camino muy difícil de recorrer.

Como muestra de ello, en julio de 1939 se reorganizaba la División de Caballería, constituida por elementos de reconocimiento (ciclistas y motociclistas); de combate (cazadores y autoametralladoras); y de apoyo (dragones sobre transportes blindados). Esta orgánica, calcada de la rusa, solo daría resultado en Stalingrado gracias a las peculiaridades del terreno.

En 1943, una comisión presidida por el general Alonso Martín, realizaba una visita a Alemania con el fin de realizar un estudio de la doctrina, orgánica y materiales de la Panzerdivision. A su regreso se elaboró un documento titulado Estudio de las unidades blindadas, que sirvió de fundamento para la Instrucción General n.º 2 de 1943 del Estado Mayor Central, por la que se creó la División Acorazada n.º 1 de la Reserva General. Lamentablemente, la forma de creación de las unidades acorazadas alemanas era la más desfavorable para el arma de todas las occidentales. Esta circunstancia, unida a la formación militar de Franco y sus generales, hizo que la caballería española se viera marginada en la carrera para constituir la nueva arma acorazada, al contrario que la británica o la francesa. Al final, esta nunca llegaría a crearse en España, tanto por la renuencia de algunos jinetes a apearse del caballo, como por el rechazo de la infantería a desprenderse de sus carros.

En 1944 volvió a reorganizarse el Ejército español y el arma quedó constituida por una División de Caballería, que mezclaba una brigada de cazadores a caballo y otra de dragones en fase de mecanización, además de varios regimientos independientes repartidos entre ambos institutos. La evidente desproporción entre lo que se deseaba, las plantillas que se aprobaron y las existencias reales tuvo su reflejo en los artículos publicados durante los años 1945 a 1950 en la revista Ejército. El teniente coronel Valderrábano en "La caballería y la mecanización", incluido en el n.º 60 de 1945, tras analizar una vez más la composición de las divisiones rusas, estadounidenses, italianas y francesas, insistía en que la caballería, para cumplir las misiones asignadas, necesitaba estar bien dotada de autoametralladoras y carros. A continuación, expresaba su temor de que solo los países ricos pudieran alcanzar tales deseos.

Cuatro años más tarde, el teniente coronel Mateo Marcos recordaba en otro artículo del n.º 118 que si la caballería subsistía era porque subsistían sus misiones:

Para el cumplimiento de estas no es ya bastante la velocidad del caballo, al que hay que sustituir por la moto y el carro. Los nuevos jinetes han cambiado la vistosidad de los antiguos uniformes por las manos manchadas de grasa y los monos ennegrecidos de los carburadores y escapes, pero trabajan duramente para que renazcan las glorias de la caballería y su eterno espíritu, mientras se sienten tan jinetes como el que más.

Todavía en un artículo del n.º 133 (1951), el ya coronel Valderrábano consideraba imprescindible que se aplicasen a todas las operaciones modernas la velocidad y la potencia de choque, cualidades del arma acorazada. Tras exponer cómo en todos los países del entorno se habían convertido las cuadras en aparcamientos, los herraderos en talleres e, incluso, los hipódromos en pistas para la instrucción de conductores, se lamentaba amargamente de la lentitud de la transformación en España.

Y es que, pese al estallido de la guerra Fría, España había sido excluida del plan Marshall y no sería hasta 1949 cuando la ONU levantase el embargo y permitiera a sus miembros tratar con España. El 26 de septiembre de 1954 Eisenhower firmó los Acuerdos de Defensa y Ayuda Mutuas, que concedían España material militar a cambio del permiso para establecer bases americanas en su suelo. La consecuencia más importante para el Ejército de Tierra fue que al fin pudo abordarse la sustitución de los medios heredados de la guerra Civil, en especial los blindados y acorazados.

Desde entonces, el caballo sería definitivamente sustituido por el carro de combate y los vehículos mecanizados. Aunque los jóvenes jinetes vieron aquí la posibilidad de recuperar la velocidad, la movilidad y la potencia perdidas, las altas esferas llegaron a plantearse, incluso, la desaparición de la caballería junto al caballo, en beneficio del arma acorazada. La creación de esta tuvo que afrontar dificultades tan insalvables, que se optó por organizar unidades acorazadas dentro de ambas armas. Para distinguir en lo posible sus misiones, se encomendó a la caballería las estratégicas de exploración, reserva móvil y destrucción del enemigo, así como las tácticas de seguridad, asalto y explotación. De todas ellas, solo la destrucción del enemigo correspondía anteriormente a la infantería; el resto eran las misiones tradicionales y casi exclusivas de la caballería, que sufrió un gran revés al ver como la División Acorazada se asignaba a la infantería en lugar de copiar el modelo estadounidense, donde el Armor se había creado tomando como base la 7th Cavalry Brigade.

Como consecuencia de la ayuda americana, se difundió por el arma un ambiente de esperanza y optimismo que hacía a sus componentes analizar exhaustivamente la orgánica y la doctrina estadounidenses. Su influencia sustituyó a la alemana, cuyas carencias habían quedado patentes tras la guerra. El general Mateo Marco, en un artículo del n.º 172 de la mencionada revista (1954), razonaba que

los carros de la División Acorazada debían jugar el mismo papel que la caballería de Napoleón, que impedía al enemigo reorganizarse, paralizándole por el terror y destrozándolo antes de que pudiera reaccionar. El arma acorazada ha sustituido a la caballería. Si queremos mantener nuestro prestigio, tenemos que saber cuidar, manejar y emplear el material automóvil como supimos hacer con los caballos.

Esta opinión estaba en consonancia con lo que había expresado Fuller varios decenios antes. Por su parte, el general López de Letona reconocía en el n.º 184 de 1955

la necesidad de que todos los oficiales del arma entiendan de motores tanto como entendían de caballos, ya que la caballería ha sido siempre el arma de la velocidad y debe continuar siéndolo porque las armas se definen por las misiones que han de cumplir y no por los medios de que se valen para ello.

El general jefe de la División de Caballería, Julio García Fernández, comentaba en el n.º 192 de 1956 "el cóctel de cebada y gasolina" en que se habían convertido las unidades de caballería y afirmaba que la tendencia a mecanizarlas debía desembocar en la necesaria dotación de helicópteros, con lo que ganarían en velocidad y flexibilidad en sus reconocimientos. Aunque reconocía que las unidades mecanizadas se encontraban prácticamente al completo de personal, tenían escasos medios blindados que no se adaptaban a las necesidades del arma.

La División Acorazada seguía ostentando la prioridad para recibir los nuevos medios, siendo exiguos los que llegaban a la caballería, pese a lo cual estimulaban notablemente a los mandos en su afán de ponerse al día. Ello no era óbice para que, con frecuencia, se detectase cierto disgusto al comprobar cómo su arma se veía relegada a misiones secundarias, relacionadas exclusivamente con el reconocimiento y la seguridad. El reparto de los medios parecía ignorar que la caballería era el arma de la decisión e indispensable en la explotación. Pese a ello, la Escuela de Aplicación de Caballería derrocharía celo para elevar la preparación técnica de los mandos a tal nivel que tuvo que ser reconocido por otras armas.

Los comandantes Quintero y Lobo publicaron en 1965 uno de los trabajos más interesantes y mejor documentados sobre la necesaria creación del arma acorazada. Tras estudiar la evolución del empleo de los carros y de las grandes unidades acorazadas en el Ejército estadounidense, británico, alemán y francés, transcribían un párrafo del reglamento de las unidades blindadas galas, en las que supuestamente se había basado la última reorganización:

entre las tropas blindadas, la caballería es el arma básica que tiene la parte preponderante durante la batalla.

La mejora de la economía española era ya evidente hacia 1965, hasta el punto de hablarse del "milagro económico español". Sus efectos por fin comenzaron a notarse en las Fuerzas Armadas, aunque todavía con parsimonia. Se aumentaron los cupos de carburante, comenzaron a llegar piezas de repuesto, se dotó a las unidades de material de transmisiones y se abordó una nueva reorganización del Ejército de Tierra. El 17 de noviembre de 1966 se declararon extinguidas las responsabilidades derivadas de la guerra Civil Española y, por primera vez, una generación de españoles consiguió vivir en paz, dando comienzo a la reconciliación entre las dos Españas. Sin embargo, pese a la aprobación en referéndum de la Ley Orgánica del Estado (14 de diciembre), nuevas amenazas a la paz comenzaban a despuntar en el horizonte vasco.

En enero de 1968 España entregó Ifni a Marruecos. El movimiento estudiantil promovió fuertes revueltas que se unieron a la agitación social promovida desde el otro lado del Telón de Acero. Como consecuencia, se tuvo que declarar el estado de excepción en toda la nación entre el 24 de enero y el 25 de marzo. 1970 fue también un año turbulento, pues aunque se firmó el acuerdo de cooperación entre España y Estados Unidos, se produjeron numerosas reacciones internacionales en contra del juicio de Burgos. La reacción popular a favor del régimen permitió normalizar la situación. El 20 de noviembre de 1975 fallecía Francisco Franco tras una larga agonía, que fue aprovechada por el rey de Marruecos para organizar la "Marcha Verde" contra el Sahara, territorio que acabaría siendo entregado prácticamente sin lucha.

Juan Carlos I

Durante la Transición democrática el Ejército tuvo que realizar un enorme y continuo esfuerzo de adaptación, buscando convertirse en un instrumento eficaz no solo como salvaguarda de la independencia nacional, sino como bandera de la cooperación internacional. Las numerosas pero mal equipadas Fuerzas Armadas de la posguerra civil se convirtieron en un ejército reducido pero muy bien equipado tecnológicamente, completamente profesional y en el que la mujer participa en igualdad de condiciones que el hombre, hasta límites no igualados no solo en otros ejércitos, sino en el resto de estamentos sociales españoles.

Durante los primeros años del reinado se recibieron nuevos medios y se transformaron otros anteriores, mejorando sensiblemente la dotación y la capacidad operacional de las unidades. Sin embargo, ni la orgánica, ni las plantillas, ni las misiones del arma se correspondían con lo deseado.

En 1977 se concentró el esfuerzo militar de la nación con la creación del Ministerio de Defensa. En 1978, el capitán Mena Aguado escribía acerca de la inminente y necesaria reorganización del Ejército. Exponía cómo debía organizarse la futura caballería y deseaba que el arma estuviese, por fin, a la altura que había alcanzado en otros ejércitos extranjeros con los que en el futuro tendría que actuar y homologarse. Se lamentaba de las escasas posibilidades que las sucesivas reorganizaciones y la doctrina vigente concedían al arma y expresaba su sorpresa ante una orgánica que, pese a estar inspirada en la americana, difería tanto en la proporción de las armas que la integraban: la división española tenía un 50% más de batallones de infantería y un 50% menos de escuadrones de caballería. Se había privado a esta de la posibilidad de organizar unidades acorazadas, mecanizadas e, incluso, aerotransportadas mientras que en los Estados Unidos el Armor guardaba celosamente la tradición y espíritu de los regimientos a caballo.

Pese a todo, la década de los 70 fue la mejor para el Ejército desde el término de la guerra Civil Española. El cambio de la gasolina al gasoil permitió abaratar los movimientos, aumentar la autonomía y operatividad de los vehículos lo que junto a las nuevas dotaciones de armamento y transmisiones aproximaron la caballería a los niveles actuales. Las maniobras alfa de escuadrón, beta de grupo y gamma de regimiento elevarían el adiestramiento de las unidades, que no tenían problemas de personal y fueron adquiriendo material de campamento cada vez más completo y moderno.

La Ley Orgánica 6/1980 estableció los principios básicos de la Defensa Nacional y de la organización militar. No es de extrañar que muchos componentes del arma tuvieran cierta expectación por vislumbrar la dirección e intensidad de la reforma que se intuía inminente y radical como nunca. Todos ellos confiaban en que se diera a la caballería un tratamiento similar al otorgado a sus homólogas de otros países de la OTAN. De ahí que se multiplicaran sus colaboraciones en todos los medios de comunicación, incluida la recién fundada revista Jarama, hoy Memorial de Caballería. El miedo a perder el tren del futuro les imbuía de una generosidad que no era recíproca hacia otras armas y les llevaba a preconizar le necesidad de un arma acorazada en la que también participase la infantería.

Inspirado por la experiencia de la 1st (US) Cavalry División en Vietnam, el coronel Durán (1978) realizó un repaso histórico sobre los helicópteros con la conocida frase de Livorsky de que un helicóptero hace todo lo que un caballo y, además, vuela. Con el cambio de década, fueron muchos los que comenzaron a reclamar con insistencia y argumentos sólidos la constitución de la caballería aérea. El capitán Arenas (1980) aseguraba que

"montados en helicópteros, los jinetes de caballería aérea podrían extender inconmensurablemente la tercera dimensión del campo de batalla, llevando a cabo las tradicionales misiones de la caballería de seguridad y reconocimiento.

Sin embargo, en 1980 se organizaron las Fuerzas Aeromóviles del Ejército de Tierra (FAMET), constituyéndose el Batallón de Helicópteros de Ataque I y el de Transporte V. Los tres restantes tomaron la denominación de maniobra y se numeraron sucesivamente entre ambos. En ningún momento se planteó entregar unas unidades interarmas sólidamente consolidadas a la caballería. La batalla estaba definitivamente perdida.

Dos años después, el mismo capitán Arenas, dejándose llevar por el pesimismo, anunciaba alarmado que

"la crisis llevará a la caballería española a una de las páginas más negras de su historia. Resulta chocante que precisamente cuando las características de velocidad, movilidad, flexibilidad, fluidez, potencia de fuego y choque y gran radio de acción son consideradas como idóneas en las unidades que hayan de participar en un futuro conflicto, sea este convencional o nuclear, y siendo estas precisamente las características del arma de caballería, estemos discutiendo su ser o no ser".

La culpa de todo se la achaca a la doctrina vigente, por no diferenciar claramente las misiones asignadas a la infantería y la caballería. Ese mismo año de 1982, el capitán Sánchez mantenía la esperanza de que la Brigada de Caballería Jarama pudiera recibir algún día un grupo de helicópteros con escuadrones de reconocimiento, ataque y transporte.

Esta actitud reivindicativa de los mandos de caballería era una muestra clara de su insatisfacción profesional y frustración por no ver a su arma en la situación que demandaban los tiempos. Todos esperaban con ansiedad la esperada reforma de las Fuerzas Armadas que vendría a poner todo en su sitio, y que se preveía inmediata según lo expresado en el artículo 23 de la Ley Orgánica 1/1980.

Sin embargo, la dimisión del presidente Suárez el 29 de enero de 1981 y el fallido golpe de estado del 23 de febrero de ese año retrasarían esa reorganización hasta 1984, una vez que el PSOE ganó las elecciones por aplastante mayoría. El conjunto de medidas fue bautizado como plan META (Modernización del Ejército de Tierra) y, aunque diseñado a finales de 1982, no se completaría hasta 1988.

Mientras tanto, volvían de forma unánime los artículos en demanda de unidades de caballería aérea hasta el punto de que en el editorial del Memorial de Caballería n.º 29 se plantease la creación de una especialidad aeromóvil como segunda y propia de la caballería. Por otra parte, el campo de maniobras de Renedo, el aeropuerto de Villanubla, las instalaciones de la Academia de Caballería y el apoyo de la Brigada de Caballería Jarama avalaban la propuesta de establecer en Valladolid una escuela de medios acorazados. Intelectualmente, los mandos de caballería estaban preparados para afrontar los retos que se avecinaban, pero todo iba a depender de las posibilidades reales de la nación y de que la política de Defensa que se adoptase confiase en el arma.

Muchas de estas esperanzas se vieron frustradas cuando pasó el tiempo y tras un inicio esperanzador se paralizó la economía española. El paro y la corrupción que marcaron esta década ensombrecieron el panorama e impidieron la renovación y transformación de las Fuerzas Armadas, que fueron relegadas a segundo plano, mientras se las miraba con recelo tras el 23-F, sin darse cuenta de que esta institución se había autovacunado.

Paralelamente, en el gran conflicto bélico de fin de siglo, la guerra del Golfo (1990-1991), las grandes unidades de caballería aliadas desempeñaron un papel crucial en un enfrentamiento resuelto fundamentalmente por una maniobra lejana, rápida y violenta. Las divisiones de caballería británica, estadounidense y francesa fueron las unidades que decidieron la batalla terrestre, dejando a la poderosa Infantería de Marina norteamericana como fuerza de fijación del despliegue iraquí, mediante la amenaza de su desembarco. El propio general Meer, durante su toma de posesión de la Inspección de Caballería a finales de 1990, evocaba la famosa cita de von Seelz en 1929:

Quien busque en el futuro la victoria en la guerra del movimiento no renunciará al arma del movimiento.

El general Lobo (1991), después de estudiar esta campaña y preconizar la constitución de una brigada de acción rápida de caballería, con la movilidad estratégica y la flexibilidad necesaria para cumplir sus misiones en cualquier parte, gritaba "¡Renovarse o morir!". Y Ortega Martín añadía

Con lanzas o sin ellas, con un carro o unas palas en las solapas, el Ejército siempre precisará de alguien que se mueva más deprisa y más lejos que el resto, alguien capaz de pensar con rapidez, pensar con osadía y ejecutar con la mayor energía.

La participación española en las nuevas operaciones internacionales patrocinadas por la OTAN y la ONU demostraron la necesidad de crear nuevos grupos de caballería en todas las brigadas de infantería. Por el contrario, el plan NORTE suprimió la Brigada de Caballería Jarama, heredera de la centenaria División de Caballería, además de otros cuatro regimientos. El arma alcanzaba así su mínimo histórico en cuanto a número de unidades pese a ser estas, precisamente, las menos demandantes de personal y las que desempeñaban una labor más importante en operaciones internacionales, como reconocimiento de itinerarios, seguridad táctica, reserva, etc. En el colmo del agravio, se creó una nueva especialidad interarmas de inteligencia para asumir el rol que tradicionalmente había desempeñado la caballería ligera. Ajenos a esta realidad, muchos oficiales de arma aún seguían soñando con lucir palas en lugar de lanzas en sus solapas.

Referencias

Notas

  1. Esta cifra parece demasiado alta, pero confirma que, en cualquier caso, fue el arma que en mayor proporción apoyó al bando nacional.

Bibliografía

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