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Caballipedia β

La caballería en la Hispania antigua

Turdetanos

La expansión del caballo iniciada hacia el año 2000 AC en las estepas euroasiáticas concluyó, precisamente, en la península Ibérica al mezclarse dos corrientes y dos caballos contrapuestos. Curiosamente, no fueron caballos indoeuropeos los primeros que llegaron a Hispania desde los Pirineos, sino caballos bereberes.

Durante el Calcolítico y el Bronce Inicial Hispano (2500-1300 AC) no existe indicio alguno de caballos pese a que sus principales culturas, Los Millares y El Argar (ambas en Almería), han sido bien estudiadas. Atendiendo al ajuar hallado en sus tumbas colectivas, los guerreros calcolíticos empleaban hachas, cuchillos y flechas, todas ellas de cobre, pero ni espadas ni lanzas. En el Bronce, los enterramientos comienzan a hacerse individuales, apareciendo en sus ajuares las primeras alabardas y unas dagas de tamaño intermedio entre la espada y el puñal, con escotaduras en la hoja y empuñadura de madera.

En el siglo XIII AC varias tribus bereberes arribaron al sur de la península, llevando con ellos caballos libios, es decir un cruce entre el gran caballo ario y el resistente mongol y que, por tanto, conservaba los caracteres predominantes del último. Todos los autores clásicos (Mela, Plinio, Silio, etc.) coinciden en su descripción: gran alzada (1,55 m), cuerpo proporcionado, bella cabeza subconvexa y feas ancas (debido a su grupa caída, desconocida por entonces en Europa), resistente y muy valiente, cualidades muy valoradas por los romanos, que lo prefirieron al itálico.

Los primitivos pobladores del Suroeste peninsular desarrollaron una rica cultura conocida únicamente por el nombre de su capital, Tartessos. Su explotación de los yacimientos minerales de Huelva y su riqueza materializada en espléndidas joyas de oro atrajo a comerciantes fenicios que fundaron la colonia de Gades (Cádiz) hacia el año 1000 AC. Posteriormente fundarían otras factorías en Malaka (Málaga), Sexi (Adra), Ebussus (Ibiza) y Kart Hadash (Cartagena).

Los turdetanos conocían el carro de guerra, como demuestran los restos encontrados en Toya (Jaén), la maqueta de biga de Santa Elena y el relieve de Cigarralejo (Murcia).

Gracias a las buenas condiciones climatológicas del Sur peninsular, los caballos prosperaron con rapidez, incrementándose notablemente su número gracias a las aportaciones de ejemplares númidas con ocasión de las guerras Púnicas. Aunque compartían origen y, por tanto, rasgos genéticos, al haberse desarrollado durante un milenio en hábitats diferentes, el turdetano tenía más clase, mayor volumen, más fuerza, más agilidad y mejor estética. Tras cruzarse con los ejemplares convexos traídos por los vándalos, y con ejemplares daneses hipermétricos importados en el siglo XVI, dio origen a un caballo de 1,60 cuyo perfil ultraconvexo fue afortunada y sistemáticamente modificado mediante cruces con el árabe rectilíneo hasta conseguir el caballo andaluz actual.

Iberos

La pintura levantina muestra innumerables escenas de arqueros y caballos, hasta el punto de que muchos historiadores, creyéndolas contemporáneas de las de Altamira considerasen a la península Ibérica como la cuna de ambos. Destacan las del abrigo de Sautuola en Nerpio, por representar con gran detalle lo que según Brodrick es la ocupación típica española: la guerra civil. Entre las ecuestres, destaca el jinete con casco griego de Gasulla (Castellón) que, probablemente, no fuese sino la representación de un guerrero foráneo realizada por un asombrado indígena, de forma similar a las realizadas por los patagones prehispánicos.

El progresivo conocimiento de las invasiones indoeuropeas y de las colonizaciones minimizó el papel del sustrato mediterráneo en la civilización ibérica, pero hoy se sabe que esta fue el resultado de un proceso de aculturación llevado a cabo por contactos continuados con comerciantes griegos. Comenzaron a llegar hacia 575 AC a las costas de Levante procedentes de Masilia, fundando las colonias comerciales de Emporium (Ampurias), Akra Leuke (Alicante) y Hemeroskopeion (Denia), quedando el cabo La Nao como frontera natural con el área de influencia fenicio-cartaginesa.

Al igual que ocurre con lo celta, lo ibero no responde a un concepto étnico diferenciado, sino solo a un área geográfica ocupada por pueblos con una cultura común, diferenciada de la céltica del noroeste y de la turdetana del sur. De hecho, consumieron sus energías en combatirse los unos a los otros, de ahí que fuesen tan fácilmente conquistados por cartagineses y romanos pese al valor que mostraron después como mercenarios de ambos.

Contratados como mercenarios tanto por los cartagineses como, posteriormente, por los romanos, los iberos alcanzaron merecida fama. El jinete ibérico empuñaba, no embrazaba, un escudo redondo, pequeño y algo cóncavo llamado caetra, de origen celta, que transportaban normalmente colgando a la espalda derecha del caballo. En fechas posteriores se sustituyó por el scutum, más grande y de forma circular. El casco típico ibérico era de cuero, pero gracias al comercio con Grecia se introdujeron modelos corintios dotados con cimera de media luna o penachos de color púrpura, con o sin carrilleras. Los escasos restos de corazas metálicas son de dudosa adscripción, siendo más probable que se empleasen de cuero.

La lanza (soliferrum) era de una sola pieza metálica y sección hexagonal o rectangular, pero no era empleada por los jinetes al desconocerse el estribo. En su lugar empleaban la jabalina (falarica), que tenía una punta de sección cuadrada y un asta de abeto de tres pies de longitud, portando cada guerrero gran cantidad de ellas. Generalmente, las empleaban con puntas embreadas e incendiadas para desorganizar al enemigo y obligarlo a desembarazarse de su escudo tras la primera andanada, situándolo en desventaja para el cuerpo a cuerpo. También era muy empleada la honda, especialmente en Baleares, pero no hay constancia de que fuese empleada por jinetes.

No obstante, el arma ofensiva por excelencia era la falcata, un sable con un solo filo curvo, punta larga y afinada, y empuñadura cerrada con formas animalísticas. Se cree que fue traída a Occidente por los etruscos y a Iberia por los tartesios, aunque también se han encontrado piezas muy semejantes en Grecia y Macedonia. Se construían con piezas de hierro que hubieran resistido al óxido tras pasar enterradas entre dos y tres años. Secundariamente se utilizó una daga corta (kopis), la doble hacha (bipennis) y las mazas arrojadizas (cateia). La gran cantidad de falcatas encontradas demuestran que su empleo estaba muy extendido entre los iberos, sin diferencia de jerarquías.

La estatuaria ibérica presenta notables ejemplos de jinetes, destacando el de Bastida de Mogente (con gran cimera), los dos del collado de los Jardines y los tres del santuario de la Luz. En el santuario de Cigarralejo se han encontrado 56 estatuillas de caballos y 21 de yeguas con sus potros. Presentan cabezadas completas adornadas con flecos, borlas y piezas de metal, petral, riendas, bocados y la primitiva silla ibérica o ephippión, constituida por una simple cubierta de cuero, lana o tejido vegetal, sujeta por una cincha y, en muchos casos, con una almohadilla sobre la cruz para sujetar las riendas y dejar así las manos libres para el combate. No obstante el jinete de Palencia ofrece la única representación de una montura auténtica en este periodo. Se han encontrado muchas espuelas de bronce en Numancia, Sorba, Mataró, Archena, Jaén, etc., encontrándose bien representadas en las pinturas de Liria. Gracias a las excavaciones del marqués de Cerralbo en Anguita, sabemos que los caballos eran ya herrados en Hispania hacia el siglo IV AC, mientras que en el mundo clásico no se generalizaría esta práctica hasta doscientos años después.

El primer ejército hispano organizado militarmente del que se tiene noticia es el ibero que se enfrentó a Amílcar en 237 AC, y lo hizo con tácticas inspiradas en las griegas. Diodoro, su único cronista, basado en textos perdidos de Polibio y Posidonio, dice que Indortes reunió 50.000 guerreros.

Celtas

La primera cultura europea que entró en la península Ibérica fue la de los Campos de Urnas, que se extendió por Cataluña hacia 1250 AC, procedente, al parecer de Lausacia (Polonia). No hay ajuares funerarios porque se impuso el rito de la incineración, pero en algunos depósitos de armas hallados en ríos aparecen espadas cortas de bronce con nervio central y empuñadura de lengüeta, así como cascos y escudos que combinaban el bronce con la madera. Curiosamente, los asentamientos de esta cultura se producían mayoritariamente en valles y carecen de murallas, lo que da idea de una sociedad agrícola más o menos pacífica.

Hacia 1050 AC comenzaron a llegar las primeras tribus de la cultura de Hallstatt, extendiéndose por toda la fachada atlántica hasta la desembocadura del Guadiana, donde contactaron con los tartesios. A partir de entonces se asentaron en castros situados en lugares de fácil defensa y con murallas desproporcionadas al número de viviendas. Para protegerse de la caballería enemiga contaban con un foso y una superficie de piedras hincadas. Todo esto da idea de que su asentamiento no fue pacífico o de que sus tribus lucharon unas contra otras por la posesión de las tierras. Estrabón los definía como

montañeses habituados al bandidaje, sobrios, de cabellos largos que se ciñen con diademas para combatir, se bañan en el agua fría de ríos y lagos que navegan con sus esquifes de cuero, beben cerveza y se alimentan de carne de cabrito.

Sus armas más características serían el hacha de talón y una espada de hierro, de unos 40 cm, con empuñadura en forma de antena. A partir de 750 AC son sustituidas por las largas espadas de tipo La Téne, fabricadas con una técnica tan perfeccionada que los legionarios romanos las copiarían para sus gladius hispaniensis. Los cuchillos tienen dorso afalcatado. El escudo típico era cóncavo de cuero y nervios trenzados, de forma circular y con un umbo convexo metálico en el centro, anillas y abrazaderas. Según Estrabón, usaban casco de tres cimeras pero, al final, se impuso el capacete puntiagudo europeo.

Los celtas trajeron con ellos sus carros tirados por ponis, de menor alzada pero muy resistentes a la fatiga. Eran caballos elipométricos (1,25 m de alzada), de cabeza pequeña y chata, orejas cortas, grupa fuerte, pelo abundante, crines largas, capa torda oscura y sin espejuelos en los cuartos traseros (como los asnos). Sus más genuinos descendientes son la jaca vasco-navarra y el asturcón. Se extendieron por la cornisa cantábrica y todo el litoral atlántico hasta la desembocadura del Betis (Guadalquivir). Las estelas extremeñas y portuguesas reproducen carros celtas, generalmente de cuatro ruedas, abiertos por detrás y con lanza para dos caballos. Al igual que en Escandinavia y Europa oriental, se reserva la rueda de radios para el carro de guerra, mientras que la carreta de transporte conserva las macizas.

También en España era venerada Epona, como lo atestigua una inscripción existente en la portada de la iglesia de Paramio (Zamora) en la que puede leerse: DVERIA EPPONE RITIS, posiblemente del siglo II de nuestra era, y que podría hacer referencia a las aportaciones que debían hacer las gentes de las tierras del Duero para sufragar los ritos en honor a la diosa. Esta inscripción tiene la particularidad de que presenta el nombre de la diosa con doble P, lo que no sucede con otras inscripciones en la península Ibérica.

Hispanos

En 1908 se descubrió en el Capitolio el acta de concesión de la ciudadanía a una turma de jinetes iberos por su valeroso comportamiento en la batalla de Asculum contra los marsos (89 AC).

Otros contingentes hispanos sirvieron en Britania, Panonia, Norico, Iliria, Dacia, Siria, Capadocia, Palestina, Egipto, Cirenaica y Mauretania, a razón de unos 7.000 reclutas anuales. Más de un centenar de cohortes y numerosas alae llevaban nombres étnicos de pueblos celtas, mientras que los turdetanos e iberos, más romanizados, se encuadraban directamente en las legiones. Numerosas estelas funerarias dispersas por el Viejo Mundo recuerdan a estos soldados hispanos desconocidos que regaron con su sangre lejanos campos de batalla.

Muchos de ellos alcanzaron fama y fortuna aunque, en numerosas ocasiones, servían también de rehenes para evitar el levantamiento de sus pueblos de origen. Aunque según Polibio eran especialmente valiosos en la guerrilla y en la escaramuza, cuando la legión se encontraba en dificultades no dudaban en echar pie a tierra y combatir junto a la infantería, a modo de primitivos dragones.

Resulta especialmente interesante un fragmento de la Táctica del griego Arriano sobre un ejercicio ecuestre que practicaban los jinetes cántabros y que era conocido en Roma como Cantabricus Impetus. Mereció los elogios de Adriano en una arenga para elogiar a la Cohors II Hispaniorum Equitata, acampada en Numidia. Arriano describe a dos escuadrones armados de jabalinas que avanzaban en hilera en direcciones contrarias hasta formar un círculo. A partir de ahí cada jinete debía lanzar su jabalina al centro del escudo contrario, sin herir ni al jinete ni al caballo. En este primer ejercicio conocido de "fuego real" se premiaba no solo la destreza en el lanzamiento, sino la serenidad de quien recibía el impacto.

Como consecuencia de la mezcla entre el caballo libio y el céltico, se produjo otro denominado celdón o fieldón. De alzada intermedia (1,40 m), solía ser calzado y cordón corrido, de cabeza grande, perfil subconvexo, pecho estrecho, grandes cascos, muy resistente y apto para el tiro, especialmente por su tendencia al paso portante o de andadura (trepidarii). Desde la Meseta fue exportado a los circos italianos, desplazando a los caballos cisalpinos en las carreras de cuadrigas. Confundido a veces con el asturcón debido a que los romanos los creían procedentes de Astúrica, su más directo representante sería la jaca gallega (no confundir con el poni homónimo). También tuvo importancia el ganado asnal y mular durante el periodo romano, destacando los burdéganos de Menorca por su calidad, talla y fuerza.

Las embocaduras utilizadas por entonces en la península, se asemejaban mucho a las actuales de filete y palillos. Se han encontrado también algunas "de sabores" que refrescaban la boca y estimulaban la salivación, destacando la encontrada en Almedinilla (Córdoba) actualmente en el Museo Arqueológico de Madrid. De época romana destacan las camas en forma de rueda calada de 55 mm de diámetro, decoradas con leyendas y coronadas por una anilla trapezoidal para su sujeción a la cabezada, destacando las de Fontaneda (Portugal) y Pedrosa de la Vega (Palencia).

Referencias

Notas


Bibliografía

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