La caballería de los Austrias mayores

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Carlos I

Compañía de los Continos (1525)

El desarrollo de las armas de fuego confirmó la hegemonía de la infantería, mientras que comenzaba a desarrollarse la artillería. La necesidad de atacar unas fortalezas cada vez más complejas determinará, igualmente, la reaparición de los ingenieros, desaparecidos tras el Imperio romano al caer en el olvido sus técnicas de sitio. No obstante, Carlos I, verdadero caballero medieval, seguirá confiando en sus hombres de armas para resolver sus batallas. Les hacía formar en frentes de 20 a 30 caballos por 15 a 20 de fondo, separados 2 o 3 pasos, en lugar de los amplios frentes y las grandes separaciones de las batallas medievales. Esta disposición impedía que, si la carga de una línea fracasaba ante los piqueros, las sucesivas se encontrasen demasiado alejadas para apoyarla.

Mientras la defensa peninsular descansaba en las Guardas de Castilla, último vestigio de la caballería feudal, en las ordenanzas de Génova de 1536 se organizaron tres tercios para guarnecer Nápoles y Sicilia, Niza y Milán. El nombre tuvo tal fortuna que se aplicaría a todas las unidades expedicionarias creadas durante el Siglo de Oro. Al mando de una serie de brillantes generales, se convertirían en la fuerza hegemónica europea derrotando a los franceses en San Quintín (Manuel Filiberto de Saboya), a los protestantes alemanes en Mühlberg (III duque de Alba) , a los otomanos en Lepanto (Juan de Austria) y a los suecos en Nördlingen (Cardenal Infante).

Al principio del reinado, cuando la artillería aún no estaba muy evolucionada, las formaciones eran compactas, erizadas de picas, con la infantería en el centro y la caballería en las alas. A partir de la derrota de Cerisoles (1544), se disminuyó el fondo y se alargó el frente, para favorecer el uso de las armas de fuego. El progresivo desarrollo de estas y la nueva forma de ataque por los flancos hizo inviable esta táctica lo que, junto a los problemas logísticos que suponía el transporte de los hombres de armas hasta los Países Bajos, provocó la decadencia de la caballería pesada. Como consecuencia, gran parte de los jinetes que acompañaron a los tercios durante su época de esplendor eran extranjeros, dependiendo su eficacia de su lealtad y disciplina, que no eran siempre las más adecuadas, como suele suceder con tropas mercenarias.

Los más famosos de estos jinetes fueron los reiters alemanes, armados, montados y equipados a sus expensas. Vestían unas corazas negras que les hicieron famosos, y se armaban de espada y pistolete. Montaban caballos de menor alzada y más agilidad que los hombres de armas, lo que les permitía enfrentarse a estos compensando su menor envergadura con su mayor velocidad. En España fueron conocidos como herreruelos, nombre que pasaría a la esclavina o capa corta que vestían. Este nuevo instituto empleaba en combate la técnica del escarceo, consistente en avanzar y disparar las armas por filas para, a continuación, retroceder, a través de los intervalos hasta la retaguardia, donde recargaban sus armas. Una vez quebrantado y desorganizado el enemigo se ejecutaba la carga final a la espada. Esta táctica se conoció como "caracola".

Los arcabuceros a caballo también podían emplearse en misiones de exploración, recibiendo en este caso el nombre de despepitadores. Formaban en tres o cuatro líneas homogéneas al frente y al flanco de las compañías y, a veces, les exigían combatir a pie, de ahí que se les considere antepasados de los dragones. Pese a su misión auxiliar, los arcabuceros decidieron a veces la victoria, como ocurrió en la batalla de la Bicoca (1522), bajo el mando de Próspero Colonna. En la batalla de Pavía (1525), el marqués de Pescara dirigió magistralmente a sus arcabuceros, que desorganizaron a la caballería francesa con acciones de guerrilla. Al tener su retirada cortada, el propio Francisco I cayó prisionero de las tropas imperiales. También tuvieron una actuación destacada en esta batalla las 400 lanzas jinetas del marqués de Civita.

Las formaciones de los tercios no solo impresionaban a sus enemigos por su fama de invencibles, sino también por su férrea disciplina y el severo silencio con el que marchaban. Se castigaban tanto los comentarios capciosos como cualquier ruptura del silencio que perjudicara la correcta transmisión de las órdenes, poniendo en peligro la victoria. Además, se consideraba que los gritos con los que otros ejércitos se daban ánimos a sí mismo o intentaban amedrentar a sus enemigos procedían más de la flaqueza de ánimo y de la cobardía que del valor. Carlos I de Habsburgo, que sirvió de ejemplo para sus hombres por su intachable conducta como militar, condenaba a los parlanchines porque opinaba que quien hablaba en combate, aunque fuere para pedir munición, estaba cerca de huir. El efecto sobre el enemigo de un ejército que atacaba, vencía y comenzaba la degollina en un profundo silencio, debía de ser aterrador.

Durante las guerras de religión, Carlos I de Habsburgo demostró su genio militar en numerosas batallas. Apoyándose en Ratisbona como base logística, reunió sus tropas en Landhust para fortificarse en Ingostaldt y, cuando los protestantes hubieron perdido su capacidad ofensiva, pasó al contraataque, persiguiéndolos hasta su completa extinción. En la batalla de Mühlberg (1547) volvió a derrotar al elector de Sajonia gracias a dos cargas seguidas de su caballería, apoyada desde el río por los arcabuceros, que hicieron fuego con el agua hasta el pecho.

Felipe II

Durante el reinado de Felipe II de Habsburgo, la centralización administrativa inherente a la pérdida de los territorios imperiales, la entrada al servicio de palacio de gran parte de la nobleza y el desgaste producido por el levantamiento de los moriscos, redujeron sensiblemente la aportación de nobles, prelados y consejos.

El duque de Alba y Alejandro Farnesio redujeron el número de filas de las compactas formaciones de caballería a ocho y más tarde a seis, con el fin de evitar su desorden cuando atacaban en batalla. Aunque Farnesio no mantuvo formaciones superiores a la bandera o compañía, las supo emplear magistralmente en misiones de exploración y seguridad. Sus campañas en Francia contra Enrique de Borbón y a favor de los católicos lo muestran muy por encima de los demás generales de su época y le convierten en uno de los mejores de todos los tiempos, tanto en el aspecto táctico como en el estratégico.

La formación en batalla consistía en una línea con vanguardia y retaguardia, o bien dos líneas sin reserva. En el centro formaban, como siempre, los piqueros, cubiertos su frente y sus flancos por los arcabuceros. La caballería formaba en las alas, con los herreruelos delante y detrás para proteger a los lanceros. Otras veces, las compañías de jinetes se intercalaban entre los tercios de infantería, bien constituyendo la primera línea o bien la reserva, como ocurrió en la batalla de Gravelinas (1558). En esta batalla, el conde de Egmont organizó a su caballería en gruesas columnas que, apoyadas por arcabuceros, rompieron el frente francés, permitiendo entrar a la infantería por la brecha.

La caballería ligera presentaba dos tipos de formaciones. La primera consistía en pequeños núcleos de 20 o 30 lanzas jinetas. Estas unidades eran muy difíciles de utilizar pues necesitaban terreno duro y llano y jinetes muy instruidos y bien montados. Cargaban a unos 60 pasos del enemigo, abriendo brechas por las que luego se colaban los coraceros. La segunda la realizaban los herreruelos, que cumplían misiones independientes, como proteger los flancos, mantener el contacto, golpes de mano, etc.

Pese a la costumbre de dar la carga al paso o al trote, durante el reinado de Felipe II tendrá lugar una de las cargas más brillantes de la historia. Alejandro Farnesio sorprendió en el cañón de Gembloux al ejército protestante de Grigny y, sin dudarlo un instante, se precipitó con 700 jinetes sobre uno de sus flancos, que creían cubierto por un barranco cenagoso. La llegada de la vanguardia, mandada por don Juan de Austria permitió culminar la victoria.

Hombre de armas
Herreruelo

Referencias

Notas


Bibliografía

  • Barudio, Gunter. "La época del Absolutismo y la Ilustración". Historia Universal, vol. 25. Siglo XXI. 1981.
  • Dülmen, Richard van. "Los inicios de la Europa moderna". Historia Universal, vol. 24. Siglo XXI. 1982.
  • García Cárcel, Ricardo et al. "Siglos XVI-XVII". Manual de Historia de España. Historia 16, vol. 3. 1991.
  • Lión Valderrábano, Raúl y Juan Silvela Miláns del Bosch. La caballería en la historia militar. Academia de Caballería. 1979.
  • Parker, Geoffrey:
    • El ejército de Flandes y el Camino Español (1567-1659). Alianza. 1972.
    • España y los Países Bajos, 1559-1659. Rialp. 1986.
    • La revolución militar y el apogeo de Occidente, 1500-1800. Alianza. 2002.

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