Empleos del siglo XVI

De Caballipedia
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Carlos I

En 1538 los hombres de armas y los veteranos de las lanzas ginetas tenían un sueldo anual de 30.000 maravedíes. Los trompetas, armeros y herradores, 18.000 maravedíes y el resto de la tropa 14.000. Todos ellos tenían derecho a un sobresueldo en caso de ser destinados fuera de la Península. Toda la caballería del Ejército estaba mandada por un general a las órdenes del capitán general y del maestre general, empleo creado en 1512 para asesorar al primero. Puede considerarse por tanto el primer antecedente del jefe de estado mayor. A su vez, el general de la caballería estaba auxiliado por un sargento mayor y un ayudante. En 1537 despareció el empleo de coronel general, que era responsable del mando de las divisiones departamentales, siendo sustituido por el de comisario general.

Felipe II

Aunque de manera excepcional, aparecían algunos voluntarios de sangre noble que se costeaban sus propios gastos de guerra, el soldado de los tercios era mayoritariamente profesional, y cobraba un salario por sus servicios. Este sueldo no varió a lo largo de todo el siglo XVI, pero experimentó una pérdida de poder adquisitivo de casi un 50%. La paga era normalmente insuficiente para la subsistencia y se recibía con notable retraso (hasta 36 meses). En cualquier caso, cuando se recibía y se descontaban los adelantos, los gastos de armamento, hospitalarios, vestuario y deudas de juego, el soldado volvía a quedar en muchos casos tan pobre como al principio. Esto no le dejaba otra salida que la del saqueo y cuando este faltaba o era escaso, la del motín. El saqueo estaba contemplado en las costumbres de la guerra y era aceptado por todos, aunque reglamentado. Los territorios correspondían ganados al rey, pero los cautivos a quiénes les apresaban, que podían cobrar rescate. Las riquezas obtenidas servían primero para pagar los gastos de la campaña, incluyendo los caballos perdidos. El resto se repartía entre todos en función del puesto desempeñado. Esto podía provocar que el soldado vencedor se desentendiese de la disciplina y se lanzase a un saqueo descontrolado que podía dar pie al enemigo a efectuar un contraataque. Para evitarlo, todos los bienes obtenidos se concentraban en un único montón del que se repartían conforme a las normas. Con ello se conseguía además que no quedaran sin botín los soldados ocupados en afianzar las posiciones. El botín estaba prohibido cuando una ciudad pactaba su rendición antes de que se emplazaran las baterías de artillería. En este caso, si se producía el pillaje, era el propio rey, como soberano de la plaza entregada, el que imponía el castigo a los infractores, generalmente el de la vida. Según las ordenanzas del Gran Capitán, el soldado debía fabricarse su propio pan a partir de las raciones de harina que recibía. Para impedir la especulación de los comerciantes, los maestres de campo imponían un precio máximo para los alimentos, a cambio de castigar el pillaje. El alojamiento, en cambio, era normalmente gratuito, recibiendo además un lecho, sábanas, mantas, mesas, asientos y cubiertos en todas sus guarniciones. En caso de alojarse en una ciudad, se repartían por casas particulares, lo que dejaba al azar tanto las comodidades como la amabilidad de los anfitriones. Sin embargo, cuando se encontraban sitiando una plaza, las condiciones de vida solían ser muy inferiores a la de los sitiados.


Referencias