Categoría:Caballería pesada

De Caballipedia
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La caballería pesada o gruesa se define como aquella que acude al combate fuertemente protegida y montando caballos de gran alzada o carros de combate siendo, por tanto, la más capacitada para llegar al choque. Entre sus misiones fundamentales estaría el ataque y el contraataque, para lo cual una parte de la misma debe constituirse en reserva.

Durante la edad del carro de guerra, los pueblos que los adoptaron solían diferenciar unos carros ligeros, tirados por uno o dos caballos y tripulados por un auriga y un arquero, de otros más pesados, generalmente tirados por tres o cuatro caballos y que incluían, además, un lancero y un escudero.

Sin embargo, en época clásica este tipo de caballería cayó en desuso, quizás por la poca importancia que los griegos y los romanos atribuían al arma en el combate; con la excepción de la excelente caballería de elite macedónica (hetairoi). Incluso los intentos de emplear elefantes a modo de modernos carros de combate no solía producir los efectos esperados pues, en numerosas ocasiones, era mayor el caos que producían en las tropas propias que en las enemigas.

El renacimiento de la caballería pesada se inició con los partos y sármatas, cuyos jinetes y caballos portaban armadura. Los griegos les llamaron kataphraktós (encerrado), mientras los romanos los conocieron como clibanarii (horno), por las elevadas temperaturas que debían soportar. Si bien es cierto que su poder de choque era más que significativo y su invulnerabilidad casi total, adolecía de defectos notorios: tanto el jinete como el caballo se cansaban pronto, se movían más lentamente que otras caballerías y eran poco aptos para una lucha prolongada en climas cálidos. Por el contrario, poseían una capacidad de maniobra mucho mayor que la de las indisciplinadas caballerías ligeras occidentales, que únicamente podían cargar de tomada (esto es, repasando la línea enemiga) ya que, al carecer de estribos, podían quedar desmontados al embestir a la infantería durante el choque. Los catafractos, que cargaban en formación más ordenada, podían efectuar ataques envolventes, por el flanco, cargas frontales e incluso hostigamiento, ya que en ciertos periodos se les dotó de arcos y dardos. Durante la etapa bajo imperial, fueron adoptados como tropas de elite romanas, siendo el germen de la caballería pesada en Europa occidental y dando lugar, en el Imperio Bizantino, a una fuerza de choque casi irresistible. En la época de Justiniano, constituyeron uno de los factores determinantes para la reconquista, por parte del general Belisario, de gran parte de lo que había sido el Imperio romano de Occidente. Durante siglos fueron en Europa oriental lo que habían sido antes los legionarios romanos: soldados profesionales y fiables, reclutados en su mayoría de Asia Menor. Tras su derrota en la batalla de Manzikert (1071) por la caballería ligera de turcos seljúcidas, los catafractos prácticamente desaparecieron de Asia.

Sin embargo, la caballería pesada mantuvo su primacía incuestionable sobre el campo de batalla en toda Europa. Sus componentes se conocían en España como hombres de armas y en Francia como gen d'armes. Cada uno de ellos tenía dos caballos: un corcel de guerra encubertado a la divisa del señor feudal, y un capón o palafrén llamado de dobladura, que montaba un paje. Iban armados de punta en blanco, con lanzón de armas de arandela y ristre, maza de armas, estoque, escudo y espada con pavés. Entre sus miembros se contaba lo más florido de la nobleza europea. Sin embargo, esta caballería llevaba en sí misma el germen de su autodestrucción: al hipotecar su velocidad y movilidad a cambio de protección, se convirtió en un arma anquilosada, de gran ventaja táctica pero nula estratégica. Mientras en los ejércitos semitas e indoeuropeos de la Edad de los Metales la caballería no conocía límite en la profundidad de sus objetivos, los pesados caballeros medievales no podían extenderse más allá de unos cientos de metros, de ahí que las batallas carecieran de persecución.

El siglo XVI relegó rápidamente esta caballería a un papel muy secundario, especialmente por su empeño en seguir cargando lanza en ristre sobre unos cuadros de infantería que combinaban la pica para la defensa próxima y el arcabuz para la lejana.

En España, la escasa alzada del caballo y la baja estatura del jinete aconsejaban reducir el peso del equipo, por lo que se les autorizó a suprimir las bardas del corcel y a prescindir del palafrén. Además acortaron sus estribos para facilitar su maniobrabilidad, de ahí que recibieran el nuevo nombre de lanzas jinetas. En 1632 se les sustituyó el pesado lanzón de armas por una espada de cazoleta y dos pistoletes de arzón, y el yelmo por el morrión, naciendo así el coracero o caballo coraza, que recuperó la costumbre de cargar al arma blanca.

Durante las guerras napoleónicas reaparecen en toda Europa los coraceros, como reserva frente a la caballería enemiga. El primer regimiento español de coraceros fue creado en 1810 con las corazas arrebatadas al 13º Regimiento francés. En España este instituto nunca recuperó su antiguo esplendor, debido a la falta de caballos y jinetes adecuados. No obstante, durante el reinado de Isabel II hubo entre dos y cuatro regimientos de coraceros y/o carabineros que constituían el núcleo de reserva de la caballería, mayoritariamente constituida por lanceros.

Cuando hacia 1875 se armaron todas las unidades con la carabina Remington, comenzó el proceso inverso: desaparecieron los carabineros y se limitaron los coraceros al Escuadrón de Escolta Real ya que, ante las nuevas armas de fuego, las corazas eran más simbólicas que otra cosa. Los cazadores y húsares se mantuvieron como caballería ligera y los lanceros como caballería de línea, apoyándose esta vez en el fuego de los dragones.

Durante la Primera Guerra Mundial hizo su aparición el carro de guerra de combate. Al principio se produjo cierta confusión sobre qué arma sería idónea para acogerlo. Así en Alemania, Francia, Italia, Rusia, Estados Unidos y el Reino Unido se crearon unidades específicas de carros, que antes o después acabarían integrándose junto a la caballería en una nueva arma acorazada. En España, por el contrario, se le negaron los carros por un motivo más bien peregrino: los ligeros Renault FT-17 iban armados con una ametralladora Hothkiss de dotación en infantería y no de la Vickers reglamentaria en la caballería, mientras que los pesados Schneider CA-1 tenían un cañón de 75 mm que era servido por artilleros, por lo que se convirtieron en los antepasados de los ATP. Como consecuencia, las unidades de carros españolas fueron siempre minoritarias y dotadas de material de segunda clase, viéndose relegada el arma a misiones de reconocimiento y perdiendo el carácter decisivo que había tenido hasta entonces.