Campaña del duque de Alba

De Caballipedia
Revisión del 19:26 30 mar 2017 de Fmoglop (discusión | contribuciones) (Texto reemplazado: «nobleza» por «nobleza»)
Saltar a: navegación, buscar

La guerra de los Ochenta Años o guerra de Flandes fue un conflicto que enfrentó a las Diecisiete Provincias de los Países Bajos contra su soberano, el rey de España. El coste económico de una guerra tan prolongada provocó sucesivas bancarrotas de la corona española durante los siglos XVI y XVII. Las Provincias Unidas, actual reino de los Países Bajos se convirtieron en una potencia mundial gracias a su poderosa flota, y experimentaron un importante auge económico y cultural.

Antecedentes

La historia de la Guerra de los Países Bajos no resulta fácil de contar, pues tropieza con numerosos prejuicios, tanto por parte de los holandeses, lo que parece lógico, como también de muchos españoles, que se muestran reticentes a la hora de glorificar las indudables hazañas de nuestros propios ejércitos.

La mayoría de los autores prefieres reinterpretar deliberadamente la leyenda negra con fines claramente comerciales, que bucear en busca de la verdad. Una verdad que los holandeses continúan evitando de forma mezquina, pues prefieren culpar a los crueles españoles de lo que no fue más que una guerra civil por motivos religiosos, similar a la que vivieron por aquellas fechas otras potencias europeas como Alemania, Inglaterra o Francia. Lo cierto es que, superada hace siglos la dominación española, la división de los Países Bajos en tres estados, dos confesiones y tres o cuatro lenguas, persiste en la actualidad. De ser cierto lo que pregonan sus historiadores, que todo se debió a la inquina de los españoles, qué fácil hubiera resultado volver a reunirlos.

Pero la realidad fue bien distinta. Mientras España se había convertido bajo el férreo imperio del César Carlos en el paladín de la cristiandad, toda Europa venía agitándose en una guerra religiosa sin precedentes desde las cruzadas, debido al avance imparable tanto de los protestantes como de los otomanos. No es de extrañar, por tanto, que la religión constituyera el centro de la vida europea, con toda la cadena de atrocidades que cometieron los tres bandos. Curiosamente, fue la Inquisición la que se instaló en la memoria colectiva como la gran asesina, cuando fue con diferencia la que menos crímenes cometió, especialmente en España.

Una de las causas que tradicionalmente se han esgrimido para justificar la guerra, es la propia idiosincrasia de Felipe II. A los ojos de los flamencos, acostumbrados a las lujosas cortes europeas, el monarca español se les antojaba bastante antipático. Hombre de pocas palabras, sobrio y ascético, rodeado de una corte pobre de solemnidad o cuando menos nada ostentosa, no siguió el ejemplo de su padre de ser español en España, italiano en Italia y alemán en Alemania. Al contrario que el emperador, nunca aprendió a hablar flamenco ni se rodeó de consejeros de esa nacionalidad. Además, Felipe se mostró siempre muy reacio a abandonar España, lo que quizás hubiera sido ventajoso a la hora de gobernar tan vasto imperio.

Su política de abolir fueros seculares le granjeó también numerosos enemigos entre los naturales, más atentos a protestar por su pérdida que a comprender realmente su significado. La creación de 14 nuevos obispados molestó a los neerlandeses, no solo por cuanto disminuía la influencia de los 4 abades preexistentes, sino porque reducía el poder relativo de la nobleza en los estados generales.

La renovación de los edictos anti heréticos y la intención de Felipe II de establecer en Flandes la Inquisición española, no pudo tener la importancia que se le atribuye, por cuanto los primeros no surtieron efecto bajo su padre y la segunda no llegó a convertirse en realidad.

Todo lo contrario puede decirse de la manifiesta animadversión que mostraban los flamencos hacia el cardenal Granvela, Mientras la gobernadora Margarita de Parma gozaba del respeto de sus súbditos por su conocida rectitud, su consejero contaba con la oposición sistemática de la nobleza, por su astucia y lealtad al rey.

La fortuna de estos nobles provenía en muchos casos de las tierras y ciudades con las que habían sido recompensados por su apoyo durante las guerras entre Carlos I y Francisco I. Uno de ellos, Guillermo, apodado el Taciturno, había sido consejero y general del emperador y en tiempos de su sucesor, había participado en el tratado de paz. Como pago por sus servicios había sido nombrado estatúder o gobernador de Holanda, Zelanda y Utrecht y había engrandecido sus posesiones dinásticas en Nassau (Alemania), con el título de príncipe de Orange, dominio del SE francés en la comarca pre alpina de Venaissin. Su ambición le llevó a traicionar las lealtades que antes había defendido con sus armas, se rebeló contra la Corona, casó con una hija luterana de Mauricio de Sajonia, combatió a los extranjeros cuando él también lo era y descuidó sus posesiones para conseguir el cargo de gobernador general de los Países Bajos, que le fue negado reiteradamente.

Otra de las posibles causas fue la controversia que mantuvieron Orange y Granvela a cuento de la permanencia en Flandes de los tercios viejos, tras la paz con Francia. Mientras que el primero era partidario de su retirada, por obstaculizar sus intereses, el segundo aconsejó al rey sobre la conveniencia de mantenerlos para sofocar posibles rebeliones. Para evitar indisponerse con la nobleza local, Margarita ordenó finalmente una precipitada retirada en medio del invierno de 1560.

Con objeto de mantener a su leal consejero en Flandes, Felipe II consiguió la dispensa papal necesaria para que el recién nombrado cardenal no asistiera al concilio de Trento. En respuesta, Guillermo y Egmont presentaron su dimisión del consejo de estado y consiguieron que los nobles flamencos rechazaran formar parte de un contingente de caballería que Felipe II había ofrecido a los católicos franceses, argumentando que eso les indispondría con los protestantes alemanes. Para salvar la situación, Margarita de Parma envió una fuerte suma de dinero a la reina de Francia para que ella misma reclutara los soldados.

Llegados a este punto, el señor de Montigny llegó a España para exponer personalmente ante el rey las quejas de los flamencos y a exigir que no se aplicara la pena de muerte a los rebeldes por motivos religiosos. Evidentemente no manifestó su repulsa porque en Inglaterra y otros países se le aplicase a los católicos[1]. Desde Flandes, Orange, Egmont y Horns exigían al rey la sustitución de Granvela. Felipe se demoró tres meses en contestar por encontrarse inmerso en una campaña contra los otomanos y cuando lo hizo se limitó a invitarles a acudir a Madrid para exponerle personalmente sus quejas. Ellos por supuesto lo rechazaron, exasperando al duque de Alba que de buena gana se ofrece al monarca para ir a Flandes a por ellos.

La propia Margarita escribió a su hermano pidiéndole que interviniera para atajar la grave situación, pero Felipe de nuevo se retrasó para limitarse a pedirle paciencia y mano izquierda con los nobles. Pero la presión era ya tan alta, que Granvela decidió escapar con miedo ante el grave riesgo para su vida. Al final, y de forma demasiado tardía, la gobernadora decidió ejecutar a los rebeldes de Valenciennes y Tournai, pero algunos se salvaron por la oposición popular. Egmont accedió finalmente a venir a España, pero de poco sirvió, pues a su regreso, Felipe II ordenaba a su hermana que forzara la observación del Concilio de Trento y de los antiguos edictos imperiales.

Margarita de Parma

El 2 de abril de 1566 entraron en Bruselas 350 jinetes al mando de varios nobles flamencos. Tras alojarse en casa de Guillermo de Orange, fueron recibidos por la gobernadora, quien ante esta demostración de fuerza decidió relajar el rigor de los edictos y conceder un perdón general. Los rebeldes enviaron entonces al marqués de Berghes y al barón de Montigny a la corte, pero el rey los entretuvo durante meses, mientras negociaba con la gobernadora nuevas ofertas e intentaba ganar tiempo para hacer frente a la amenaza turca.

Los rebeldes tomaron el gesto como un signo de debilidad y aumentaron sus demandas, pues lejos de buscar el bien del pueblo y su libertad de conciencia, lo que pretendían era obtener el poder absoluto en Flandes y la independencia de España. Con pocos días de diferencia se produjeron asaltos a iglesias, profanación de imágenes, biblias y ornamentos sagrados en lugares tan alejados como Saint Omer, Yprés, Amberes y Gante, lo que demuestra que no fue un levantamiento espontáneo. Como las autoridades no ofrecieron ninguna respuesta, fueron los propios habitantes católicos, hartos de sacrilegios, quienes se enfrentaron a los rebeldes. Los encabezaron los líderes del bando realista, los condes de Mansfeld, Arembergh, Noircarmes y Berlaymont.

Margarita de Parma concedió un nuevo perdón general, a cambio de que los protestantes respetaran las propiedades y el culto de los católicos. Felipe II se limitó a excusarse de acudir a Flandes por enfermedad y a aconsejarle que nombrase gobernadores católicos para las provincias en las que éstos eran mayoritarios. Sin embargo, los disturbios volvieron a producirse, forzando a los propios ciudadanos católicos a enfrentarse a los rebeldes que recibieron apoyo de Inglaterra, Suiza y los protestantes alemanes y franceses. En cambio, el apoyo del emperador Maximiliano a los católicos no pasó del nivel diplomático.

Cuando los nobles sediciosos se confederaron en Termonde, solo le quedó al monarca el recurso de la fuerza, por lo que decidió enviar al ejército, al mando de don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, duque de Alba, a pacificar los Países Bajos. La partida de las tropas se retrasó hasta la primavera por motivos logísticos, lo que aprovecharon los rebeldes para provocar nuevos enfrentamientos con la excusa de la revocación del edicto de libertad religiosa, debido a que no habían depuesto las armas. El levantamiento se generalizó en Valenciennes, Tournai, Amberes, Maastricht, Bois-le-Duc, Utrecht, Rotterdam y Groninga. Mientras Guillermo de Orange se mostraba abiertamente partidario de la insurrección, otros nobles flamencos permanecieron en el bando real: Cressonniere, Beavoir, Noirquermes, Berlaymont, Meghem, Arschot, Arembergh y Mansfeld. Egmont por su parte, permaneció fiel a la gobernadora, pidiéndole el perdón general de los sublevados.

Ésta decidió no esperar a Alba y levantó un pequeño ejército que puso bajo las órdenes de sus aliados. Noirquermes, al mando de 8 banderas de infantería valona y 300 hombres de armas, asaltó Tournai en marzo, degollando de paso a 2.000 calvinistas que se dirigían a defender Valenciennes. Tras dos días de intenso bombardeo, esta ciudad también se rindió, así como las de Maastricht y Bois-le Duc. Sus privilegios fueron abolidos, sus rebeldes desarmados y sus cabecillas ejecutados. Simultáneamente, los civiles católicos expulsaban a los rebeldes de Amberes, el feudo de Guillermo de Orange, y aunque buscaron refugio en Ousterweel, fueron derrotados por Berghes. A continuación llegó el turno de Ámsterdam, donde Noirquermes y Meghem con solo 13 compañías derrotaron a los 14.000 sublevados del caudillo Breberode. Finalmente, Groninga se sometió al conde de Arembergh. Margarita ordenó ejecutar a los profanadores de imágenes y a los cabecillas rebeldes, reconstruir los templos católicos y derruir los protestantes. A sabiendas de que la llegada del duque de Alba no conseguiría mejorar la situación, escribió al rey, aconsejándole que detuviera la marcha de los tercios y que en su lugar, acudiera personalmente a confirmar la sumisión de las provincias, mostrando clemencia. Por su parte, temiendo la llegada del duque de Alba, Guillermo vendió todas sus posesiones en los Países Bajos y huyó a Alemania junto a sus hermanos. Sin embargo, no pudo convencer a Egmont y a Horn, que valientemente prefirieron quedarse a defender la causa protestante.

Duque de Alba

El 10 de mayo de 1567, Alba se embarcó en Cartagena, para dirigirse a los Países Bajos por la ruta de Italia, al haberle negado Carlos IX su permiso para atravesar Francia para evitar enfrentamientos con los hugonotes. Componían su ejército las siguientes fuerzas:

  • Infantería (Chiapino Vitelli): 8.800 hombres, divididos en 4 tercios
    • Nápoles: Alonso de Ulloa
    • Lombardía: Sancho de Londoño
    • Cerdeña: Gonzalo Bracamonte
    • Sicilia: Julián Romero
  • Caballería (Fernando de Toledo[2]): 1.250 hombres divididos en 12 compañías de 100 lanzas, incluyendo además la primera 50 arcabuceros
    • Sancho Dávila
    • Lope Zapata
    • Rafael Manrique
    • Nicolau Basta
    • Ruy López Dávalos
    • Curcio Martinengo
    • Juan Vélez de Guevara
    • César Dávalos
    • Conde de San Segundo
    • Conde de Novelara
    • Conde de Monlero
    • Pedro Montañés
  • Artillería (Gabriel Cerbelloni)

El duque llegó a Bruselas el 22 de agosto, siendo recibido con frialdad por Margarita, que sospechaba acertadamente que venía investido de amplísimos poderes que limitarían su autoridad, por lo que solicitó al rey que la relevara del cargo. Alba, sin inmutarse, nombró un tribunal de doce personas llamado Consejo de los Tumultos, que fue conocido por el pueblo como tribunal de la sangre. Tras encarcelar en Gante a Egmont, Horn y otros nobles, juzgó en rebeldía a Orange, Luis de Nassau y Breberode. El duque ordenó ejecutar a medio millar del casi medio millón de sublevados, lo que le valió convertirse en el equivalente flamenco al "hombre del saco", pese a que los crímenes cometidos tanto por los rebeldes como por los católicos habían sido muy superiores. En cualquier caso, el gobierno español pidió en 1998 perdón al holandés por aquellas "atrocidades".

Guillermo de Orange, junto al resto de nobles partidarios, planeó invadir Flandes por tres puntos, apoyados por los protestantes franceses y alemanes. Los que entraron por Artois y el Mosa, fueron rápidamente derrotados por Sancho Dávila. Los que lo hicieron por Frisia, al mando de Luis y Adolfo de Nassau, hermanos de Guillermo, derrotaron en las cercanías de Groninga al tercio de Cerdeña que había planteado batalla en un terreno desfavorable (24 de mayo de 1568). En la acción murió el conde de Arembergh tras matar él mismo a Adolfo, así como 450 soldados españoles, perdiéndose también los 6 cañones que el tercio tenía asignados. Los supervivientes fueron cazados por los habitantes de los pueblos vecinos en busca de recompensa. Por su parte, los 700 auxiliares alemanes se rindieron vergonzosamente.

En respuesta, Alba ordenó decapitar pocos días después a Horn y Egmont, pese a que este había prestado grandes servicios a la corona durante las guerras contra Francia. Inmediatamente después, partió de Bruselas para ponerse al frente de las tropas, tomando Groninga y enfrentando en Gemmingen un ejército rebelde de 12.000 hombres. Luis de Nassau se aprestó a inundar los campos para evitar el avance español, pero una sección de caballería se lo impidió sosteniendo la esclusa frente a 4.000 enemigos hasta que consiguieron llegar los arcabuceros. Asegurada esta posición, la victoria resultó fácil y fue seguida por una persecución que duró un día y medio. Solo los supervivientes del tercio de Cerdeña sumaron más de 6.000 cadáveres enemigos e incendiaron todas las villas y granjas donde habían sido ultrajados tras su derrota anterior. Además de los 6 cañones perdidos, se apresaron otros 10, además de 20 banderas rebeldes. Pese a ello, el duque, furioso por su comportamiento, ordenó reformar el tercio entre los otros tres y ahorcar a los principales culpables.

Cuando se encontraba acantonado en Utrecht, el duque recibió noticias de que un nuevo ejército rebelde de 28.000 hombres, mandados por el propio Guillermo se aproximaba desde Maastricht. Tras constituir el nuevo tercio de Flandes con 2.500 hombres traídos de España por su hijo mayor Fadrique, y reunir varias banderas italianas, borgoñonas, flamencas y alemanas, se dedicó Alba a desgastar al de Orange, impidiéndole que tomara ninguna ciudad a la espera de que sus tropas alemanas se amotinaran por falta de paga. Su estrategia dio sus frutos, pese a que sus propios capitanes le tacharon de cobardía y finalmente el ejército rebelde se amotinó, salvando Guillermo su vida milagrosamente. Tras una nueva derrota, tuvo que volver a retirarse a Alemania con los restos de su ejército, viendo como todas las ciudades de Brabante le cerraban sus puertas y le recibían a cañonazos. La estrategia de Alba había funcionado a la perfección y tras 9 meses de campaña, solo había perdido un centenar de hombres frente a los 5.000 del enemigo.

De vuelta a Bruselas, el duque creó nuevos impuestos que, aunque le granjearon la enemistad de los flamencos, supusieron un desahogo para la maltrecha economía española, especialmente cuando la flotilla de Indias que llevaba las pagas para los tercios, atracó debido a una tormenta en Inglaterra, cuya reina se negó a devolver el dinero. Mientras duraba esta paz efímera, tuvo Alba que acudir en defensa del rey de Francia con 3.000 infantes y 2.000 caballos, venciendo a los hugonotes en Moncontour. Una vez pacificado el país, en el verano de 1571 publicó el duque un perdón general, tras lo que pidió al rey su relevo, que no le fue concedido.

La gran campaña protestante de 1572 aprovechó el agotamiento de la Corona tras la batalla de Lepanto, la reconquista de Chipre y la rebelión de los moriscos. En abril, el conde Guillermo de Limay tomó el importante puerto holandés de Brielle con una flota de 26 navíos, en su mayoría corsarios. Pocos días después fue recuperado por don Rodrigo Zapata, pero inmediatamente se sublevaron varias ciudades de Holanda, Zelanda, Güeldres, Zutphen y Frisia, expulsando a sus guarniciones. Desde Francia e Inglaterra se les enviaron refuerzos, llegando a juntar una poderosa armada de 150 naves en Flesinga. Desde allí lanzaron un ataque contra Middleburg, que pudo salvarse gracias al socorro prestado por Sancho Dávila. Por el sur, Luis de Nassau conquistaba Mons y Valenciennes, probablemente con ayuda del rey católico de Francia. Ante el riesgo de ver su honor mancillado por una retirada, el duque de Alba se negó a ser revelado cuando se presentó en Bruselas el duque de Medinaceli con 2.000 hombres de refuerzo.

Valenciennes fue recuperada sin necesidad de lucha, ya que en cuanto divisaron a los españoles, los defensores franceses sintieron tal pavor que huyeron abandonando sus banderas. Los rebeldes, apoyados por 4.000 mercenarios ingleses atacaron la provincia de Flandes, tomando Oistburg, Ecloy y Ardemburgh, pero tras fracasar ante Brujas y Gante, regresaron a Flesinga y pusieron de nuevo sitio a Middleburg. Pocos días después, al amanecer, los defensores españoles hicieron una salida y los degollaron a todos.

La situación comenzaba, no obstante a ser desesperada para los españoles, pues en Holanda solo Ámsterdam permanecían fieles a la corona. Para evitar la entrada de refuerzos desde Francia, decidió Alba recobrar Mons, tarea que encargó a sus hijos Fadrique y Rodrigo. Este último resultó herido junto a Vitelli en la primera refriega, pero cuando las tropas que envió Coligny a defender la plaza se tropezaron con los españoles, sufrieron una derrota aplastante, muriendo más de 1.000 franceses y siendo capturado su propio comandante, Genlís. El duque de Alba se dirigió entonces a Mons para dirigir personalmente el asedio. Al conocer la noticia, Guillermo cruzó la frontera con 11.000 infantes alemanes y 6.000 caballos, pero se estrelló contra los muros de la fortaleza de Weert, defendida por una treintena de españoles mandados por el capitán Zayas. Cuando reanudaron la marcha un mes después, el cerco de Mons se había cerrado.

Poco después se recibió la noticia de la matanza de hugonotes franceses en la noche de San Bartolomé (24 de agosto). Como uno de los caídos fue precisamente Gaspar de Coligny, uno de los líderes que apoyaban la causa holandesa, Guillermo optó por retirarse a Malinas y abandonar a su suerte a su hermano Luis, sitiado en Mons. La caballería española le persiguió, causándole medio millar de bajas y estando a punto de capturarle. Al conocer la deserción, Nassau entregó la plaza y se retiró a Alemania. El duque de Alba puso entonces cerco a Malinas, que Orange abandonó a su suerte, huyendo a Alemania. Desde allí se dedicó a enviar embajadas al sultán Solimán el Magnífico para que lanzase nuevas campañas contra el Imperio a fin de que se relajase la presión española sobre Flandes (Parker 1986).

Entretanto, la plaza de Ter-Gves, defendida por 400 españoles y valones al mando de Isidro Pacheco, llevaba dos meses sitiada por un contingente 20 veces superior de holandeses e ingleses, que pese a su superioridad numérica y de artillería no conseguía doblegarla. Sancho Dávila y Cristóbal de Mondragón recibieron la orden de socorrerla, lo que realizaron gracias a una complicada maniobra de vadeo por los pólderes.

Desde Mons, Alba se dirigió contra Malinas, que aunque se rindió, no pudo evitar el saqueo, en parte por estar el duque furioso por su colaboracionismo y en parte por no tener dinero para pagar a sus tropas. Desde allí envió a su hijo Fadrique a tomar Naerden, que sufrió la furia española por el asesinato de los embajadores que les enviaron con la propuesta de rendición. El impacto de ambos sacos empujó a Groninga, Overijssel y Utrecht a rendirse sin lucha.

Tras socorrer Ámsterdam, que había permanecido fiel a la corona pese a no contar con guarnición española, Fadrique se lanzó contra Haarlem, obteniendo los avituallamientos necesarios de los propios refuerzos rebeldes, mandados por Limay, a los que masacró. Sin embargo, el sitio se prolongó durante 6 meses, sufriendo los españoles por la falta de víveres y por el crudo frío holandés, mientras que los sitiados recibían constantes refuerzos desde Leiden. Para colmo de males, los sitiados no se cansaban de provocar a los españoles arrojándoles las cabezas de los caídos en los asaltos y representando escenas blasfemas en las murallas. Afortunadamente, cuando la situación parecía insostenible, un soldado capturó una paloma mensajera por la que supieron de la llegada de Guillermo con refuerzos. Inmediatamente, los tercios cargaron contra ellos, causándole 3.000 bajas y apoderándose de la artillería y los suministros. Tres días después, la ciudad se rindió y otros 2.500 rebeldes y mercenarios fueron ejecutados, con lo que la suma de bajas alcanzó los 13.000, frente a los 4.000 españoles, entre cuyos heridos se encontraban D. Fadrique y la mayoría de sus oficiales. Quince días después de tomar la ciudad, los tercios se amotinaron para exigir sus pagas atrasadas, costumbre inveterada que les diferenciaba de las tropas de otras nacionalidades, que lo hacían antes de entrar en combate. La situación pudo salvarse gracias al empréstito concedido por varios banqueros flamencos.

Tras el fallido asalto a Alkmaar, que se convirtió así en una leyenda para los holandeses, y la derrota naval de Flesinga, D. Fadrique concedió un descanso a sus hombres. Simultáneamente, Felipe II decidió darle relevo a su padre el duque, gravemente enfermo y nombró gobernador a D. Luis de Requeséns, que hasta entonces ejercía dicho cargo en Milán.

Luis de Requeséns

A finales de noviembre de 1573 se produjo el relevo y la primera medida de Requeséns fue ofrecer un perdón general a los rebeldes que quisieran volver al servicio del rey. Como no tuvo éxito, se lanzó a socorrer los puertos de Zelanda, que llevaban varios meses sitiados. En su ayuda acudió Julián Romero con 62 navíos de guerra y numerosas barcazas fluviales con las provisiones, pero fue derrotado frente a Bergen-op-Zoom por una flota mucho mejor armada y mandada por marinos, no por infantes. Como consecuencia, toda Zelanda pasó a manos rebeldes, excepto la isla de Ter-Gves.

Luis de Nassau aprovechó la situación para atacar Brabante con 6.000 infantes y 3.000 jinetes. Comenzó poniendo sitio a Maastricht, guarnecida solo por 300 alemanes. La compañía de caballería de Bernardino de Mendoza fue la primera en acudir en su socorro, hostigando continuamente a los sitiadores hasta la llegada de refuerzos, 25 banderas de los tercios viejos mandadas por Bracamonte. Simultáneamente, Guillermo avanzó con otro ejército para socorrer a su hermano. El choque se produjo el 14 de abril de 1574 en Mock, resultando muertos 3.000 rebeldes frente a los escasos 30 infantes y 20 jinetes españoles y valones, lo que da idea de la diferencia de preparación militar de ambos bandos. Como era habitual, los tercios volvieron a amotinarse tras ganar la batalla y se dirigieron a Amberes para exigir sus pagas al gobernador. Esta vez, fueron los ciudadanos los que reunieron el dinero para evitar el saqueo.

En octubre, el grueso del ejército se dirigió de vuelta a Holanda, liberando de paso La Haya, cuya población era mayoritariamente católica. Para poder tomar Leiden se comenzó asaltando tres fortalezas que defendían sus alrededores y pasando a cuchillo a sus defensores, todos ingleses, pese a que Isabel I negaba su apoyo a los rebeldes. Para facilitar la llegada de refuerzos por mar, los sitiados rompieron los diques y anegaron toda la comarca. De esta forma consiguieron levantar el cerco, pero a costa de sufrir una prolongada hambruna, al perder todas las cosechas. La derrota se saldó con 1.500 bajas españolas, pero nuestras tropas consiguieron su revancha en Buren, Scoonhoven y Oudewater, siendo tomada esta última al asalto por los propios soldados, sin esperar órdenes de sus jefes.

Requeséns decidió entonces conquistar algún puerto de Zelanda para permitir la llegada de una armada española, eligiéndose los de la isla de Zierickzee. El asalto tuvo que ser realizado bajo el fuego los barcos holandeses y con el agua hasta la cintura, pese a lo que los escasos supervivientes, dirigidos de nuevo por Sancho Dávila, consiguieron tomar el fuerte de Bommenze. Cuando el ejército llegó a la capital los holandeses volvieron a inundar los campos, permitiendo la entrada de la flota holandesa con refuerzos. Sin embargo, los españoles consiguieron bloquear el acceso al puerto y finalmente la ciudad hubo de rendirse. Aunque los sitiados ofrecieron 200.000 florines a cambio de su libertad, los tercios volvieron a amotinarse y se encaminaron hacia Bruselas, haciéndose fuertes en la plaza de Alost.

El 5 de marzo de 1575, Luis de Requeséns moría de peste en Bruselas. Como no tenía previsto relevo, el gobierno recayó en el Consejo de Estado y el mando militar en el conde de Mansfeld. Felipe II confirmó al primero, confiando en que al estar compuesto por naturales, supieran acabar pronto el conflicto, pero no contaba con la presencia de traidores y otros miembros guiados solo por su propio interés. Orange aprovechó para ordenar un nuevo levantamiento, pero sus despachos fueron interceptados por los arcabuceros a caballo de Juan de Alconeta, descubriéndose sus contactos con los traidores en el consejo, Heese y Climes, así como con el duque de Alençon, hermano del rey de Francia y con la reina Isabel.

El cambio de bando de los nobles neerlandeses fue generalizado y solo la provincia de Luxemburgo, de las 17 que componían los Países Bajos, permaneció fiel a la corona. Los 6.000 soldados españoles se encontraban desperdigados por toda la geografía de la región y solo permanecían en su poder las fortalezas de Amberes, Liere, Maastricht, Utrecht, Viennen, Gante y Valenciennes. Pese a todo, los españoles no les ponían las cosas fáciles a los rebeldes y una compañía de caballería mandada por Bernardino de Mendoza, se bastó para desbaratar el saqueo de Lovaina. En Maastricht, los insurrectos consiguieron comprar a las tropas alemanas, pero las españolas se hicieron fuertes en dos torreones del castillo y lo mantuvieron hasta la llegada de D. Fernando de Toledo, quien pudo así recuperar la plaza. En otro encuentro en uno de los caminos que conducían a Brabante, una compañía de bisoños al mando de Hurtado de Mendoza consiguió frenar a un enemigo muy superior, pese a que era la primera vez que entraban en combate.

El 3 de octubre las tropas rebeldes entraron en Amberes y asediaron su castillo, defendido por apenas 400 españoles al mando del propio Sancho Dávila. Al percatarse de su delicada situación por el incesante cañoneo, los amotinados de Alost, que no habían conseguido sus reclamaciones, se lanzaron a socorrerles sin pensar, uniéndoseles un contingente de 600 compatriotas mandados por Julián Romero. Juntos consiguieron entrar en el castillo, desde donde se lanzaron sin descanso, con 500 jinetes a la cabeza, contra los 20.000 sitiadores, que pusieron pies en polvorosa. El ayuntamiento, desde donde fueron hostigados por los rebeldes, fue pasto de las llamas, cayendo 2.500 de éstos por solo 14 de los nuestros, gracias a su combatividad y disciplina.

La doble campaña contra flamencos y otomanos había dejado las arcas exhaustas, por lo que en 1575 la corona se declaraba en bancarrota, al adeudar las rentas de 7 años. El rey de Francia en cambio no dudaba en entablar conversaciones con el sultán, proponiéndole el envío a Orange de 100.000 coronas mensuales durante año y medio. En 1577, Felipe II se encuentra ya restablecido de la quiebra y en paz con el sultán, por lo que puede acometer de nuevo la guerra en Flandes.

Juan de Austria

Ante la grave situación en la que se encontraban las provincias, Felipe II recurrió a la persona de mayor confianza, su hermano D. Juan de Austria, que había salido triunfante de la rebelión de los moriscos (1570), la batalla de Lepanto (1571), la toma de Túnez (1573) y la revuelta de Génova (1574). Aunque recibió la noticia en Milán, D. Juan se trasladó primero a Valladolid para parlamentar con su hermano y tras teñirse su cabello para pasar por un criado de su amigo Octavio Gonzaga y poder atravesar Francia (el camino más corto) sin peligro, llegó a Luxemburgo.

Inmediatamente ordenó a sus tropas el cese de hostilidades contra los rebeldes y envió cartas al Consejo de Estado, proponiendo una tregua y la retirada de los tercios a cambio de que mantuvieran la fidelidad a la corona y la salvaguarda de la fe católica. Los nobles enviaron con la respuesta a un asesino llamado Yskio, al que finalmente le faltaron redaños para cometer el magnicidio. Sin embargo, por consejo de Gonzaga, D. Juan, en lugar de responder con las armas, aceptó firmar el Edicto Perpetuo que confirmaba la Pacificación de Gante, para no desobedecer las instrucciones de su hermanastro y aparecer como deseoso de poder y gloria a los ojos de la corte española.

Ante la orden de cese de hostilidades, la exigua guarnición del castillo de Gante, que por las circunstancias se encontraba mandada por la mujer del coronel Mondragón, y que había soportado valerosamente dos asaltos protagonizados por 6.000 rebeldes, tuvieron que rendirse. Fue tal su valor, que los rebeldes le presentaron honores militares a su salida. Algo similar pasó en Utrecht, donde Francisco Hernández se negó a rendirse por desconfiar de la autenticidad de la firma del nuevo gobernador, por lo que los rebeldes optaron por conceder un salvoconducto a un mensajero español para que se entrevistase personalmente con él y garantizara la orden. El de Amberes fue el último castillo en entregarse, haciéndolo Sancho Dávila a un noble flamenco que juró retenerlo en nombre de Felipe II o de sus sucesores.

Tras esto, las tropas españolas partieron hacia Milán el 27 de abril de 1577, no sin que Dávila pronosticara a D. Juan que pronto los llamaría de vuelta y de que este cometiera la injustificable torpeza de negarse a despedirles personalmente. Era ingenuo pensar que Orange cumpliese honestamente la Paz de Gante, máxime cuando no tenía autoridad ni moral ni política sobre el resto de nobles para que retornaran a la fe católica. Siguiendo su costumbre de desacreditar a los españoles, comenzó a difundir pasquines en los que afirmaba que D. Juan no cumplía el tratado y que las tropas se hallaban escondidas en las proximidades de Flandes.

D. Juan decidió pasar a la acción y se dirigió a Namur, cuyo inexpugnable castillo convirtió en su nueva residencia oficial. Pese a que envió pruebas de las traiciones de Orange a los nobles flamencos, éstos le recibieron en Bruselas como nuevo gobernador de Brabante y entregaron Flandes al archiduque Matías de Austria, hermano del emperador Rodolfo. La fortaleza de Amberes, símbolo de la dominación española fue derruida[3].

Ante la inminencia de la guerra, D. Juan escribió a los capitanes y soldados de los tercios que de tan fea manera había despedido, exhortándoles a volver. A finales de 1577 llegaban a Luxemburgo los tercios viejos al mando del tercer duque de Parma y Plasencia, Alejandro de Farnesio, hijo de la infanta Margarita. Los rebeldes, asustados, se apresuraron a pedir ayuda a Francia, Inglaterra y Alemania.

Un mes más tarde, ambos ejércitos se enfrentaban en Gembloux, siendo de nuevo la ventaja para los rebeldes: 25.000 frente a 17.000. La caballería, mandada por el propio Farnesio, se lanzó a la carga sin esperar la orden de su tío. Los jinetes rebeldes huyeron tan precipitadamente que se estrellaron contra su propia infantería, desordenándola y volviéndola presa fácil de los españoles, que los persiguieron hasta Bruselas, realizando una gran degollina. Se les arrebataron 34 banderas, toda la artillería y cantidad de bagajes y munición, que permitió a los tercios combatir durante varios meses. Aunque D. Juan reprendió severamente a Alejandro por arriesgar su vida como un simple soldado, no dudó en atribuirle la victoria en las cartas que dirigió a Felipe II, si bien el otro hizo lo recíproco, tal era la estrecha amistad que les unía desde pequeños.

Los rebeldes se retiraron precipitadamente a Amberes mientras los tercios avanzaban por Brabante. Gonzaga reconquistó Boubignes, Tillemont, Lovaina y Arschot, mientras Farnesio tomó al asalto Sitchen, ejecutando a todos cuantos habían faltado a su palabra de rendición en ocasiones anteriores. Cuando Diestem y Leyva se le rindieron sin lucha, perdonó la vida de todos sus habitantes para que sirvieran de ejemplo. Reunidos ambos ejércitos para la toma de Nivelles, los alemanes se amotinaron, pero dando muestras de compasión, D. Juan solo ajustició a uno de los líderes. Tras esto, se rindieron también Malbodio, Sabis, Reulx, Bellomont, Soingniac, Barlamont, Cimay y Philippesville, donde tuvieron que emplearse las palas en lugar de las baterías. Con ello se habían recuperado las provincias de Henao y Namur, pero D. Juan cayó enfermo del estómago y tuvo que delegar el mando en Farnesio.

En primer lugar, este sometió la provincia de Limburgo, aunque para tomar su capital tuvo que levantar una colina artificial que le permitiera emplazar la artillería a la misma altura que los muros de la fortaleza. De esta forma quedaba cerrada una de las rutas de los refuerzos alemanes. Mientras tanto Guillermo, en lugar de coger personalmente las armas, seguía su política de publicar panfletos difamando a los españoles y ejecutar a cuantos sacerdotes católicos se negaban a abjurar. Entre los éxitos de su guerra sucia se cuenta el asesinato de Juan Escobedo, secretario de D. Juan cuando fue a la corte a informar, gracias a las intrigas de Antonio Pérez y la expansión del rumor de que aquel pretendía casarse bien con la reina de Inglaterra o con la de Escocia y convertirse en soberano independiente de los Países Bajos. De sus aliados obtuvo además 12.000 soldados alemanes, financiados con oro inglés, que se establecieron en Nimega y un contingente francés mandado por el propio duque de Alençon que se dirigió a Mons.

Por entonces los españoles recibieron valiosos refuerzos, entre los que se contaban numerosos miembros de la nobleza, ansiosos por combatir, como Diego Hurtado de Mendoza o Sancho de Navarra. Con ellos se formó formidable un ejército que se dirigió a Malinas, donde les esperaban, como era habitual fuerzas superiores: 12.000 infantes y 7.000 caballos. Los rebeldes consiguieron tender una trampa a los valerosos soldados españoles, que cayeron en ella por su propio arrojo. Al final del día, gracias a la astucia de Farnesio y al sacrificio de parte de su caballería, pudieron los tercios retirarse en orden, sufriendo bajas similares a las del otro bando. Cuando, recuperada la formación volvieron a plantear batalla, los rebeldes prefirieron retirarse. Simultáneamente, en el sur, los franceses eran derrotados.

El dinero volvía a escasear y Felipe II contestaba con evasivas a su hermano. Isabel I envió a D. Juan a dos altos miembros de su corte para tratar la paz, pero gracias a una misiva de Bernardino de Mendoza, a la sazón embajador en Londres, pudo descubrirse a un asesino que se escondía entre la comitiva. Poco después volvía a enfermar D. Juan y viendo próxima su muerte nombró a su sobrino general en jefe del ejército y gobernador de Flandes. Tras una corta agonía, murió el 1 de octubre de 1578 a los 33 años. En junio de ese año había muerto también Sebastián de Portugal, cuando combatía a los moros en la batalla de Alcazarquivir. La reclamación de sus derechos al trono por parte de Felipe II, hijo de Isabel de Portugal, abría un nuevo frente en el que emplear los fondos y las tropas que tanta falta hacían en los Países Bajos.

Alejandro Farnesio

A finales de 1578 solo cuatro provincias eran leales a la corona, mientras que el resto contaban con el apoyo de la reina de Inglaterra y otros tres príncipes extranjeros: el archiduque Matías de Austria, el duque de Alençon y Juan Casimiro del Palatinado. Sin embargo, los líderes rebeldes comenzaban a luchar entre ellos por el poder. Mientras Orange arrestaba a Arschot por abolir los fueros de Gante, Borneville y Horn formaron su propio ejército en Henao, los "malcontentos", para enfrentarse tanto a sus rivales como a los españoles.

Este grupo convenció al duque de Alençon para que sitiara Namur con el mayor ejército visto en Flandes desde el comienzo de la rebelión: 40.000 infantes y 17.000 caballos. Pero el esfuerzo estaba condenado al fracaso por dos razones: el esfuerzo que suponía mantener a tantas tropas y las diferencias religiosas entre valones y franceses de un lado y flamencos y alemanes de otro. Al final, las tropas extranjeras se retiraron y los flamencos tuvieron que levantar el asedio.

Alejandro pasó inmediatamente a la ofensiva y, con 15.000 infantes y 4.000 jinetes, se internó en Brabante. Juan Bautista, marqués del Monte, que iba en descubierta con 50 hombres de armas y 25 arcabuceros, tropezó con una columna enemiga y pese a su inferioridad cargó con tal ímpetu que los puso en fuga, haciéndoles 600 bajas, apresando 100 infantes y 200 caballos y capturando 5 banderas.

Tras tomar Kerpen y Erclens para asegurar sus vías da abastecimiento y cruzar el Mosa con todo su ejército en solo 3 días, Alejandro sorprendió al bando rebelde, que se dispersó para proteger sus fortalezas. Llegado a este punto, despidió a sus soldados alemanes pagándoles de su propio sueldo como gobernador, pues confiaba más en los españoles para esta empresa. Los 17.000 alemanes de Juan Casimiro, a los que se les adeudaba la paga desde hacía tiempo le ofrecieron retirarse a cambio de recibirla ellos también. Farnesio les despachó diciendo que antes bien deberían pagarles a él para dejarles con vida en el combate que se avecinaba. Al final decidieron volver a Sajonia con un simple salvoconducto.

Los tercios se dirigieron entonces a Amberes, defendida por 3.000 hombres escogidos. Les acometieron con tal ímpetu que muchos perecieron ahogados en el foso. Al final de la batalla habían muerto 1.000 rebeldes y solo 8 españoles. Desde allí marchó Farnesio contra Maastricht, guarnecida por 14.000 hombres. En tan solo dos días los españoles construyeron dos puentes a cada lado del Mosa, que dividía la ciudad en dos, para facilitar el paso de las tropas y los suministros y al mismo tiempo cortar el paso a los posibles refuerzos rebeldes. A continuación los ingenieros se dedicaron a cavar un túnel que llegara hasta la puerta de la ciudad, que luego fue volada, mientras la artillería batía sin descanso las murallas y los caballos ligeros se ocupaban de llevar paja, ramas, lana y estopa para levantar un terraplén que sirviese para salvar el foso, una vez derruidos los muros. Tras darle fuego al horno, reventaron buena parte del lienzo, permitiendo a los tercios entrar en la ciudad, aunque fueron detenidos por la lluvia de todo tipo de proyectiles con los que le obsequiaron los defensores. La defensa resultó tan enconada, que tuvieron que retirarse tras dejar 300 muertos.

Alejandro decidió usar desde entonces más zapadores en sus asedios, para evitar esta sangría. Ordenó traer otros 3.000 hombres desde Lieja y construir 16 fortines unidos por una muralla continua para evitar la llegada a la ciudad de un socorro de 20.000 hombres encabezados por el propio Orange. A continuación, los españoles tomaron la puerta de Bruselas y desde allí forzaron a los sitiados a retirarse hasta su última defensa. Justo entonces Farnesio cayó enfermo de peste, decayendo el ímpetu del ataque. Milagrosamente salvó su vida y nada más recuperarse reprendió a sus generales por el retraso. Finalmente consiguieron las tropas entrar en la ciudad y no dieron cuartel en recuerdo de los caídos. Los soldados defensores huyeron con todas las riquezas que pudieron acumular hasta el segundo recinto, pero cuando se encontraron a salvo, levantaron el puente levadizo sobre el Mosa, provocando que miles de civiles que pugnaban por imitarles, cayeran al río al empujarles los que venían detrás. De todas formas, esta parte de la ciudad también fue tomada pocos días después, y sufrió un violento saqueo que duró varios días y sirvió para compensar a los soldados españoles de la falta de paga. En total murieron en Maastricht 8.000 defensores y 2.500 sitiadores.

En enero de 1579, los protestantes proclamaron la Unión de Utrecht, por la que se creaban las Provincias Unidas de Holanda, Zelanda, Utrecht, Güeldres, Frisia, Groninga y Overijssel. Pocos días antes, las provincias valonas de Artois y Hainaut, mayoritariamente católicas y descontentas con la política de Orange, habían proclamado en Arrás su fidelidad a la corona. Tras algunas conversaciones, Felipe II firmó en mayo el Tratado de Arrás, por el que comprometía a retirar a los tercios de las provincias leales, a cambio del compromiso de profesar y defender la religión católica levantando para ello un ejército de naturales. Pronto se adhirieron, además de las anteriores, las provincias de Namur, Lieja, Limburgo, Luxemburgo y parte de Flandes y Brabante. De esta forma, los Países Bajos españoles quedaban divididos, salvo por algunas modificaciones posteriores, en lo que hoy son los dos reinos de Holanda y Bélgica, respectivamente.

Inmediatamente, unos 6.000 soldados católicos desertaron del ejército de Orange y numerosas guarniciones como las de Bois-le-Duc, Malinas y Villebrock, se pasaron al bando real. Un ejército protestante de 5.000 hombres intentó recuperarlas, pero en esta última fueron detenidos y masacrados por varias compañías de caballería mandadas por García de Oliveira. Por su parte, en Frisia y Overijssel el conde de Renneberg conseguía apoderarse de algunas villas, que cuando más tarde cambió de bando, puso bajo la soberanía española.

Alejandro de Farnesio intentó en vano retirarse con sus tropas, pero Felipe II le obligó a permanecer en los Países Bajos como gobernador y capitán general del nuevo ejército. Sin embargo, el estallido de la Guerra de Independencia de Portugal, le dejaba en una difícil situación por la falta de fondos no solo para levantar el ejército de naturales y emprender nuevas campañas, sino sobre todo para poder replegar a unas tropas faltas de paga desde hacía meses. Para conseguir esto último, tuvo que poner de su propio erario el dinero que faltaba.

Los ingleses aprovecharon la coyuntura para tomar Ninove y Malinas, donde se dedicaron durante un mes a un pillaje tan exhaustivo que se llevaron hasta las lápidas de las tumbas para venderlas en su país. La situación se equilibraría pronto, pues finalmente los extranjeros abandonaron a los rebeldes, con lo que ambos ejércitos neerlandeses se vieron igual de disminuidos. Algunos nobles valones y partidarios del duque de Alençon, planearon el asesinato de Alejandro, que afortunadamente acabó siendo frustrado. Por su parte, Orange intentó tomar Groninga, defendida por Renneberg, pero una leva de 3.000 hombres pudo socorrerle a tiempo, y le permitió posteriormente recuperar algunas ciudades como Delft y Oldenzaal.

El gobierno de las Provincias Unidas acordó poner el territorio bajo la soberanía de un príncipe extranjero, de tal forma que Felipe II no pudiera reclamarlos una vez zanjada la guerra con Portugal. Guillermo escogió al duque de Alençon y Anjou, Francisco de Valois, hermano del rey de Francia, por cuanto sus territorios dinásticos se encontraban en Francia. Ello provocó la dimisión del archiduque Matías como gobernador de Flandes, al verse marginado del poder. La proclama fue sucedida de un saqueo general de templos, destrozo de imágenes sagradas y otros desmanes, a lo que Felipe contestó poniendo precio a la cabeza de Orange. Gracias al apoyo francés, los rebeldes se apoderaron de Cambrai y Tournai y amenazaron Valenciennes, que pudo salvarse gracias a la llegada de Farnesio con refuerzos.

En febrero de 1582 Alençon llegó con su ejército y un numeroso contingente de mercenarios ingleses a Amberes, donde se le ofreció el título de soberano de las Provincias Unidas. Un mes después, el vizcaíno Juan de Jáuregui estuvo a punto de acabar con la vida de Guillermo de Orange, que salvó la vida porque el exceso de pólvora que aquel había usado, hizo reventar la pistola. Cuando el Taciturno se recuperó de las heridas, consiguió que Alençon incorporase las provincias de Holanda y Zelanda al patrimonio de la casa de Orange.

Las tropas valonas consiguieron, tras muchos sacrificios, recuperar Tournai, no así Cambrai que permaneció en manos francesas. Esto les convenció de la necesidad de solicitar la vuelta de los tercios, pese a lo establecido en el acuerdo de Arrás, que ellos mismos habían impuesto. Antes de su llegada, los tercios alemanes y valones habrían de jugarle algunas malas pasadas a Farnesio, tanto por su ineficacia como por los repetidos motines por falta de paga. Al mando ya de sus tercios españoles e italianos, Alejandro consiguió recuperar con rapidez varias ciudades aunque el coronel Verdugo, fracasó en Lochum por la gran cantidad de refuerzos que Orange y Alençon consiguieron introducir en la ciudad.

En enero de 1583 estos dos personajes se enfrentaron, cuando, molesto por verse el último reducido a mera comparsa del primero, decidió conquistar toda Brabante. Las tropas francesas saquearon Amberes, donde tan bien recibidas habían sido un año antes, pero finalmente los propios ciudadanos consiguieron expulsarlos tras hacerles 2.000 muertos. Como Farnesio no consintió en pactar con él, no tuvo más remedio Alençon que hacer las paces con Guillermo. Mientras tanto, los españoles aprovechaban estas disidencias para tomar Terramunda, Dunkerque, Nieuport, Uvinociberg, Turna y Dixmunda y amenazaban Brujas y Gante. Cuando los franceses conocieron la victoria definitiva de las armas españolas contra las de don Antonio de Portugal y la inminente afluencia de hombres y dinero, decidieron abandonar Flandes. Poco después, separadas apenas un mes, se produjeron las muertes del duque de Alençon y de Guillermo de Orange, este último a manos del borgoñón Baltasar Gerard. Las Provincias Unidas ofrecieron la soberanía al rey de Francia, pero este convencido por Bernardino de Mendoza optó por declinar. Quedó como gobernador y Gran Almirante de la Confederación, el hijo del Taciturno, Mauricio de Nassau, de apenas 19 años de edad.

Tras someter Brujas e Yprés, en mayo de 1584 resolvió Farnesio acabar con la obstinada resistencia de Amberes, para lo que levantó uno de los cercos más importantes de toda la Guerra con un ejército de 10.000 infantes y 1.700 caballos, todos ellos españoles, de los tercios viejos. Tras tomar Terramunda y Gante, dos plazas fuertes que podrían socorrer a la anterior, construyeron en 7 meses un impresionante puente de 2.400 pies de largo sobre las turbulentas aguas del Escalda, cerrando la parte central con 32 barcos que capturaron en Gante y Dunkerque. De esta forma, nuestras tropas podían pasar de Flandes a Brabante con entera libertad, mientras que Amberes se veía imposibilitado de recibir refuerzos por mar. No solo fracasaron también los refuerzos terrestres, sino que por esta época se rindieron Nimega y Bruselas.

Recurrieron entonces los rebeldes a Federico Giambelli, un ingeniero que había sido desairado en España y militaba ahora en el bando flamenco. Construyó este 4 gigantescos barcos-mina cargados de metralla, que lanzó río abajo contra el puente en la noche del 4 de abril de 1585. Tres de ellos perdieron el rumbo o se hundieron por el peso, pero el cuarto consiguió estrellarse contra el puente y abrió una gran brecha, matando a 800 soldados. Farnesio salvó su vida de milagro, aunque resultó conmocionado por la tremenda explosión. Sin embargo, aprovechando la noche y la humareda los españoles consiguieron remendar parte del puente y disimular el resto como si no hubiera sufrido daños, de tal suerte que los rebeldes pensaron que habían fracasado.

Giambelli no se rindió y construyó una nueva serie de barcos-mina, mejorados para que no se desviasen, pero los españoles idearon un sistema de anclaje que permitía separar los barcos que formaban el centro del puente para dejarles pasar, por lo que hacían explosión demasiado lejos. Diseñó entonces el italiano un monstruoso navío que bautizó como "El fin de la guerra", tan gigantesco que en su castillo podía albergar varios cañones y 1.000 mosqueteros. Su peso resultó desproporcionado y encalló en la campiña inundada. Un último intento de socorrer Amberes congregó a 160 navíos que en lugar de atacar el puente se dirigieron directamente a los diques, protegidos por pequeñas guarniciones de españoles e italianos. Tras una dura lucha, triunfaron éstos, consiguiendo arrebatar al enemigo 28 naves, 65 cañones y numerosas vituallas, a costa de perder 700 hombres frente a los 3.000 muertos rebeldes, que sirvieron para taponar los destrozos.

Cuando en agosto se recibió la noticia de la toma de Malinas, los ciudadanos de Amberes exigieron a sus dirigentes la rendición. Farnesio fue generoso con las condiciones, excepto con la libertad de culto, para la que se mostraba intransigente el monarca. Para las celebraciones se montaron mesas de orilla a orilla sobre el puente del Escalda, que fue desmantelado inmediatamente después.

Mientras el coronel Verdugo obtenía nuevos éxitos en Frisia, el tercio de Bobadilla se vio cercado en la isla de Bommel, por una flota de 100 navíos. Cuando la situación parecía desesperada, un soldado que cavaba un túnel encontró una tabla flamenca con una imagen de la Virgen a la que rezaron todos los supervivientes. A la mañana siguiente el río amaneció helado y los barcos tuvieron que retirarse, si bien poco después la isla acabó siendo capturada.

Tras la caída de Amberes, los rebeldes ofrecieron la soberanía de los Países Bajos a la reina Isabel, que aunque la rechazó, accedió a mantener una fuerza permanente de 7.000 hombres en Flandes, cuyos gastos le serían reembolsados al acabar la contienda. A cambio, los rebeldes le entregarían algunos puertos cercanos a Inglaterra, como el de Flesinga y se comprometían a no firmar la paz con España sin su consentimiento. La expedición sería mandada por el conde de Leicester, pese a que la reina había ordenado ejecutar a su hermano años atrás.

Su primera acción de guerra se saldó sin embargo con una victoria española: el cerco de Grave, al que acudió Farnesio para enfrentarse personalmente con su nuevo rival. Le siguieron las de Mega, Battemburg y Venloo. Mientras se encontraba apoyando al elector de Colonia al que los protestantes habían arrebatado varias ciudades, Leicester cercó Zutphen, pero la heroica resistencia de su guarnición permitió ganar el tiempo suficiente para que los españoles pudieran introducir en la ciudad hombres y vituallas suficientes para hacer inviable el asedio.

Además de estas derrotas que le mostraban como un mal general, Leicester demostró ser peor gobernante, pues derrochaba el dinero, perjudicaba al comercio, violaba los privilegios, despreciaba a la nobleza y oprimía al pueblo. En cuanto tuvo que regresar a Inglaterra para informar a su reina y amante, los flamencos lo depusieron como gobernador y nombraron en su lugar a Mauricio de Nassau.

Para entonces quedaban todavía en manos rebeldes las importantes plazas de Ostende y La Esclusa, llamada así por albergar la de los 5 puertos de la provincia. Este sitio, iniciado en mayo de 1587 sería el que más esfuerzos costó a los españoles. Dos meses después, Leicester y Nassau acudieron en su socorro, pero el primero se retiró vergonzosamente frente a Farnesio, pese a que sus 10.000 hombres duplicaban a las fuerzas españolas, que además no contaban con apoyo naval. Pese a los nuevos intentos de socorro desde Flesinga, Ostende e Inglaterra, la plaza tuvo que capitular, sorprendiendo a propios y extraños.

Isabel llamó de nuevo a Leicester y le obligó a dimitir para intentar parar el golpe que advertía contra ella, pero fue inútil, pues Farnesio había decidido cortar con el problema inglés de raíz y decidió invadir Inglaterra. Sin embargo, desoyendo sus consejos de tomar el puerto de Flesinga para facilitar un fondeo seguro a la armada española en caso de necesidad, Felipe II optó por atacar directamente. El duque de Parma, disciplinado, ordenó construir 130 barcos de quilla plana y otros 40 de hasta 200 Tm y los hizo navegar hasta la costa por un canal que construyó al efecto. Además reunió un formidable ejército de 30.000 hombres, de los que 7.000 eran españoles.

La armada Invencible, al mando del duque de Medina Sidonia, partió de Lisboa el 30 de mayo pero tuvo que refugiarse en La Coruña por un temporal hasta el 22 de julio, llegando a Calais el 7 de agosto. Al día siguiente llegaron las tropas a Dunkerque y embarcaron inmediatamente. Tras el desastre naval, Farnesio regresó a Amberes con los 8.000 supervivientes. Tras un breve descanso, envió al conde de Mansfeld a tomar Wachtendonck y él con el resto se dirigió contra Bergen op Zoom, donde el traidor inglés Graveston había prometido entregar la plaza. Sin embargo, los españoles cayeron en una celada, que se saldó con numerosas bajas. Mejor suerte tuvieron en Bona y Gertrudisberg, no así en Heusd, que se salvó por la ineficacia de Mansfeld. Este poco después tuvo la culpa del motín del tercio de Leyva, el más veterano de Flandes. Pese a ello, Alejandro no dudó en disolverlo, repartiendo a sus hombres entre los de Manrique, Bobadilla y el recién fundado de Idiáquez, como castigo por su sedición.

Tampoco tuvo mejor suerte el marqués de Barambón, enviado a socorrer Colonia, pues fue derrotado fácilmente por Schenck. Envalentonado, este inmediatamente se lanzó sobre Nimega, que pudo resistir gracias al esfuerzo de su reducida guarnición. Su ejército quedó destrozado y él mismo murió en la batalla, adornando sus restos troceados las murallas de la ciudad. Rehechas de su anterior derrota, las tropas de Barambón consiguieron tomar Rimberg, con lo que finalizaba esta nueva campaña alemana.

En enero de 1590 Mauricio de Nassau consiguió tomar Breda, que fue pésimamente defendida por los normalmente aguerridos italianos. A continuación el estatúder sitió Nimega, pero cuando Farnesio se encaminó a defenderla, recibió órdenes de Felipe II de acudir personalmente a defender París frente a las tropas de Enrique de Borbón. De nuevo el apoyo a los católicos franceses debilitaba el frente flamenco cuando ya solo dos provincias (Holanda y Zelanda) permanecían en rebeldía.

El duque de Parma partió hacia Francia a primeros de agosto de 1590 con 14.000 infantes y 3.000 caballos, entre españoles, italianos y valones, dejando por tanto los Países Bajos muy debilitados, bajo el gobierno interino del conde de Mansfeld. Dos semanas después se reunió con los 12.000 hombres del duque de Umena. Enrique de Borbón, que contaba con 20.000 infantes y 6.000 jinetes, abandonó el cerco de París para plantear batalla en la llanura de Celes. Alejandro pretendía rehuir el combate para conseguir tiempo y poder socorrer la capital, por lo que desoyendo los mensajes de Borbón, se lanzó a tomar Lagny, en la ribera contraria del río. Tras emplazar una batería, levantaron un puente que inmediatamente cruzó la caballería de Jorge Basta y algunos tercios, los cuales se bastaron para rendir y saquear Lagny. Los franceses intentaron recuperarla, pero fueron repelidos desde los fuertes construidos a tal efecto y posteriormente desde las murallas de París. Desanimado, Enrique disolvió parte de su ejército y se retiró a Saint Denis. Farnesio decidió volver a Flandes, contrariando a sus aliados de la Liga Católica, que querían que se quedase en Francia para acabar con los hugonotes. Finalmente accedió a dejar allí 5.000 hombres como refuerzo.

Alejandro regresó a Bruselas y enfermó al poco, no solo de salud, sino también de espíritu, pues no comprendía como Felipe II, tras el fracaso de la Invencible, volvía a malgastar en Francia fondos que le eran preciosos para asegurar la pacificación de los Países Bajos. Los rebeldes aprovecharon la oportunidad y tomaron Blanchemberg, Vesterloo y Tournai. A mediados de mayo, Mauricio de Nassau, con 10.000 infantes, 2.000 caballos y una potente artillería, cercó Zutphen, que se rindió tres días después, seguida de Deventer y Delsziel. Cuando por fin pudo Farnesio cercarlo en Schinche, recibió órdenes de partir de nuevo hacia Francia, lo que le permitió tomar Hulst y Nimega.

Las tropas coaligadas hispano-francesas se dispusieron a liberar Rouen, cercada por Borbón, que tenía una caballería muy superior en número a la española. Por ello decidió dejar al grueso de su infantería en el sitio y cargar con parte de sus jinetes a la vanguardia española, mandada por el albanés Jorge Basta. Los galos fueron repelidos y Enrique perseguido sin tregua y herido de un arcabuzazo en los riñones. Sin embargo, Farnesio receló de tan fácil victoria y ordenó volver grupas a su caballería, impidiéndoles conseguir su objetivo y cambiar para siempre la historia de Francia. Cuando llegó a Rouen, volvió a desaprovechar, esta vez por seguir a sus consejeros franceses, la oportunidad de derrotar definitivamente a los hugonotes.

Desanimado y herido en un brazo por un arcabuz, volvió a Flandes y solicitó el relevo de sus cargos, a lo que su tío se negó. Cuando, por orden del monarca, se encontraba preparando su nueva campaña francesa, murió de hidropesía.

Ínterim

Como Mansfeld se había ocupado en dos ocasiones del gobierno de Flandes en ausencia de Farnesio, Felipe II le designó gobernador, obviando las limitadas cualidades que había mostrado como general. Las campañas francesas habían debilitado la posición de España en los Países Bajos, justo cuando más cerca se encontraba la victoria final. Las cosas no cambiaron y el propio hijo de Mansfeld tuvo que partir inmediatamente hacia Francia con 6.000 infantes y 1.000 jinetes. En la plaza de Fera se les unieron otros 9.000 infantes y 2.000 jinetes franceses mandados por el duque de Umena, y juntos se lanzaron contra Noyon, plaza partidaria del de Borbón, que tomaron rápidamente.

Poco después, Umena pactó por su cuenta un alto el fuego con los hugonotes, mientras Felipe II se dedicaba a apoyar los derechos de la hija tenida con Isabel de Valois, Isabel Clara Eugenia, como sucesora a la corona francesa. Tras algún tiempo de inactividad, las tropas españolas se amotinaron por falta de paga. La situación fue aprovechada por Nassau, que rindió la plaza de Santa Gertrudisberg, aprovechando la lentitud con la que reaccionaron las tropas de Mansfeld. Felipe decidió cesarlo inmediatamente y a comienzos de 1594 entregó el gobierno al archiduque Ernesto de Austria, hermano del emperador Rodolfo II.

En Francia la situación se había relajado debido a que Enrique de Borbón se había vuelto católico, argumentando que "París bien valía una misa", lo que hizo que toda la población le aceptase inmediatamente como rey. Hastiado del conflicto flamenco, Felipe II accedió a que Ernesto iniciase unas rondas de negociaciones con los rebeldes, pero sabedores de la debilidad por la que atravesaba la corona, éstos rechazaron la propuesta y se aprestaron a continuar la guerra con fuerzas renovadas.

Su primera acción fue el sitio de Groninga, que consiguieron tomar por coincidir con un nuevo motín de los tercios italianos. Su caída precipitó la de toda la provincia de Brabante, que decidió incorporarse a las Provincias Unidas, tras garantizárseles a sus habitantes la libertad para profesar la religión católica, siempre que no lo manifestaran públicamente.

Por su parte, las provincias de Holanda y Zelanda se hallaban tan desembarazadas del esfuerzo de guerra, que se lanzaron a combatir la fuente de ingresos de la corona, el comercio de las Indias occidentales. Ernesto murió poco después, dejando el gobierno al conde de Fuentes, mucho más experimentado que él. Su primera acción fue la toma de Huy en el obispado de Lieja, que se hallaba en manos de los rebeldes. A continuación envió al eficaz coronel Verdugo a expulsar a los franceses de Luxemburgo. Lamentablemente, este veterano militar moría poco después, tras 40 años ininterrumpidos de servicio en Flandes.

En la primavera de 1595 Fuentes intentó recuperar la ciudad de Cambrai, situada tras la frontera francesa. Para ello tomó primero las dos plazas fuertes que la protegían, Chatelet y Dorlan. Cuando cercaban esta última, los tercios fueron acometidos por la caballería del duque de Nevers, compuesta por lo más florido de la nobleza francesa, pero los jinetes españoles, mandados por Carlos Coloma les atacaron por su flanco y realizaron una masacre. Despejado el camino, el cerco de Cambrai se inició a mediados de agosto con 12.000 infantes, 3.000 jinetes y 4.000 zapadores. Cuando la artillería se emplazó a tiro de las murallas y los sitiados vieron los movimientos preparatorios para el asalto, se rindieron sin luchar.

Simultáneamente, Mauricio de Nassau cercaba Grol, la única plaza española en Güeldres, pero los refuerzos mandados por Mondragón consiguieron poner en fuga a los sitiadores. La casualidad quiso que los campos de ambos generales se acercaran lo suficiente para que el rebelde preparase una celada a los jinetes españoles cuando éstos se dirigían a forrajear a las orillas del Lieppa. Frustrada la sorpresa, se produjo un violento combate de caballería en el que perecieron 70 españoles y 300 rebeldes. Poco después, ambos ejércitos levantaron el campo, regresando Mondragón a Amberes donde murió a los 92 años, tras 50 de servicio en Flandes.

Alberto de Austria

A primeros de febrero de 1596 llegaba a Luxemburgo el archiduque Alberto de Austria, hermano del fallecido Ernesto, recién nombrado por su cuñado Felipe II nuevo gobernador de los Países Bajos. Hermano de la reina Ana, había gobernado Portugal con firmeza y eficacia entre 1580 y 1590, siendo uno de los personajes de confianza del monarca. Inmediatamente se dirigió a Namur, donde completó los maltrechos tercios locales con los refuerzos que traía desde España, 5.500 de infantería española, 3.000 italianos y valones y 600 jinetes.

Desde allí partió hacia Bruselas, donde llegó tras casi 6 meses desde su partida de Madrid. Su primer acto de gobierno fue escribir al Gobierno de La Haya para tratar de llegar a un entendimiento. Antes de que contestasen, partió en socorro de La Fera, plaza fuerte española tras la frontera francesa que llevaba 5 meses sitiada por Enrique de Borbón. Para despistar a los posibles traidores del Consejo de Estado de sus verdaderos planes, ordenó tomar Calais mientras Jorge Basta conseguía introducir 700 jinetes, 500 infantes y avituallamientos en La Fera. En la otra plaza, tras fracasar un asalto por parte de una mezcla de las diferentes nacionalidades que componían su ejército, solicitaron los maestres de campo realizarlo únicamente con tres compañías de españoles, que habían sido acusados de retirarse como el resto y querían lavar su honor. Lo realizaron con tanto arrojo que poco después la ciudad era víctima del saqueo.

Desde allí, Alberto se dirigió contra Ardres, plaza tan bien guarnecida que nunca antes había sido tomada, por lo que se la conocía como "la doncella de Francia". Tras solo 15 días de asedio, la plaza se rindió antes de que pudieran llegar en su ayuda las fuerzas de Borbón, que habían conseguido finalmente rendir La Fera. Los sitiados, al mando de D. Álvaro de Osorio salieron de la plaza con todo su armamento, mientras que las fuerzas francesas les presentaban armas en reconocimiento al valor demostrado durante los 8 meses del asedio.

El 18 de junio de 1596 Enrique de Borbón decidió volver a Francia ya que las grandes lluvias habían enlodado toda la región e imposibilitaban las campañas. Alberto puso sitio a Hulst, aunque para despistar a los traidores del consejo, envió el grueso de su ejército contra Breda. Cuando acudieron allí las fuerzas rebeldes, los españoles volvieron grupas y atacaron su objetivo, que cayó a comienzos de agosto tras la rendición de la guarnición francesa del fuerte Mauricio, aunque a costa de 2.000 muertos y 3.000 heridos.

Replegado Alberto a Bruselas, recibió la noticia de una nueva incursión de 5.000 franceses en Artois. Una primera fuerza enviada a detenerlos, al mando del marqués de Barambón, salió derrotada, pero la segunda, comandada por el duque de Arschot, no solo consiguió frenarlos, sino que les persiguió hasta Francia.

En enero de 1597 Mauricio de Nassau derrotó cerca de Tournai, al ejército del conde de Varas, compuesto por dos tercios de valones, uno de italianos y otro de tudescos, aprovechando que las tropas "del pays" se encontraban dispersas buscando sustento, por falta de pagas. Las tres únicas compañías de caballería italianas, mandadas por Nicolau Basta, cargaron repetidamente contra las vanguardias rebeldes, pero no pudieron impedir la masacre, que pudo evitarse de dispuesto mejor sus tropas el general borgoñón, que murió peleando bravamente. Lo peor fue la pérdida de 38 banderas, lo que mermó considerablemente el prestigio de los tercios, que hasta la fecha nunca habían cosechado una derrota semejante.

Un mes más tarde, los españoles devolvieron el golpe tomando Amiens, en terreno francés. Para asegurarse la maniobra, el general español, Hernán de Tello se hizo acompañar de 450 jinetes y 800 infantes españoles. Para entrar en la fortaleza, se envió a una vanguardia de caballería, que impidió la bajada del rastrillo principal atravesando un carro. Una vez tomada la plaza, se descubrieron en sus arsenales 28 cañones y numerosa impedimenta con la que en primavera pensaba Enrique de Borbón invadir Valonia. Inmediatamente, el maestre de campo Manuel de Vega, propuso al archiduque enviar a Amiens a 20.000 hombres que se sustentarían con el botín de la ciudad y que tras saquear toda la comarca, podrían emplearse en atacar París. El archiduque desoyó sus sabios consejos, lo que facilitó no solo la recuperación de la ciudad por parte de los franceses, sino la pérdida de 9 compañías de caballería, mandadas por Martín López, que fueron masacradas por no retirarse a tiempo tras atacar el campamento enemigo.

El archiduque no aprendió la lección y se obstinó en volver a tomar Amiens, pese a la opinión de Vega, que pedía tomar primero los fuertes que la defendían para recuperar municiones y vituallas. En este punto contraatacó el de Borbón con lo más florido de la caballería francesa y un nutrido contingente de artillería, obligando a los españoles a replegarse. Enrique mantuvo después la iniciativa y asedió Dorlan, pero hubo de desistir ante la llegada de refuerzos. Llegado el invierno, el archiduque se retiró a Brujas y comenzó a planear la toma de Ostende, lo que a primera vista parecía imposible por las formidables defensas de la plaza. Para colmo de males, Enrique de Borbón penetró por Luxemburgo obligándole a levantar el cerco y los rebeldes tomaban varias plazas en Frisia: Bekrin, Grol, Murs y Lingen.

Todo esto provocó duras críticas hacia el archiduque por parte de las tropas, que veían con qué facilidad se perdían plazas que costaba tanto ganar y le reprochaban que hubiera sido educado para el arzobispado y no para la guerra. Ajeno a esta situación, Felipe II le concedió la mano de su hija mayor, la infanta Isabel Clara Eugenia y las 17 provincias neerlandesas como dote. Por su parte, Enrique de Borbón había iniciado conversaciones de paz con la mediación del papa Clemente VIII. Los comisionados de ambos bandos se reunieron en Vervins en febrero de 1598, junto a emisarios holandeses e ingleses que intentaron obstaculizar el tratado, que se firmó finalmente en mayo de ese año. Los españoles veían reconocida su soberanía sobre las 17 provincias, así como sobre el condado de Borgoña. A cambio debían devolver a Francia todas las ciudades tomadas desde 1559.

El 12 de julio de 1598 Alberto fue investido como soberano de los Países Bajos tras respetar sus fueros. Inmediatamente después se trasladó a España para contraer nupcias con la infanta Isabel, pasando por Alemania para recoger y escoltar a Margarita de Austria, que debía hacerlo con el príncipe Felipe. Quedaba como regente de Flandes su primo el cardenal Andrés de Austria. Lejos de esperar pacientemente, las tropas españolas, dirigidas por el almirante de Aragón, D. Francisco de Mendoza, tomaron las villas frisias de Zelckenrin, Ductechon, Esculembruk y Disburgk. En estos asedios participó como maestre de campo Carlos Coloma, que había llegado a Flandes como soldado a los 19 años y ya ostentaba 26. Durante ese invierno, el elector de Colonia al que tantas veces habían socorrido anteriormente, se negó a alojar a los tercios, por lo que hubo de convencerlo a cañonazos.

Los tercios ociosos se amotinaron en Gante, Amberes y Lieja, obligando a Andrés a conseguir dinero para pagarles. En marzo, tres compañías de caballería de servicio en Güeldres se toparon con el doble de enemigos y consiguieron repelerlas, pese a que la mayor parte de nuestros jinetes murieron en el empeño. Para atajar nuevos desastres, Andrés decidió emprender una campaña por Frisia, para lo que requirió al almirante, que se negó por tener órdenes de Alberto de permanecer en Alemania. El cardenal le acusó de traición y envió dos compañías de caballería a prenderle. Como no lo consiguió, intentó entregar el mando del ejército a su hermano, el marqués de Burgart, lo que tampoco logró. Desesperado, puso sitio a Bommel, pero lo acabó levantando cuando tuvo noticias del regreso de su hermano.

Sólo el amor fraternal le salvó tras conocer el nuevo soberano de Flandes los desastres ocurridos durante sus 10 meses de ausencia. Andrés regresó a Alemania, mientras el emperador Rodolfo II exigía la retirada de las tropas españolas de sus dominios. Alberto accedió, pero la falta de paga provocó un nuevo motín general de los tercios, que padecían además las inclemencias de un durísimo invierno. Nassau sacó partido y las tropas alemanas y valonas que custodiaban el fuerte destinado a sitiar Bommel, se pasaron a su bando.

Por aquellos tiempos llegó a Flandes el genovés Federico Espínola, que movido tanto por el afán de gloria como por el deseo de servir a España, dilapidó su fortuna personal armando flotas con las que atacaba a las rebeldes. Causó tanto daño a los rebeldes que éstos decidieron embarcar un ejército de 18.000 infantes y 2.500 caballos para sitiar Gante. Agustín de Herrera defendió la plaza con tanta bravura que les obligó a retirarse hacia las dunas de Nieuport. Allí les acometieron las fuerzas del almirante Mendoza, que seguían amotinadas por falta de pagas. Ello no impidió para que, desoyendo a sus jefes, masacraran a los rebeldes de todos los fuertes que se encontraron por el camino, hasta que se estrellaron contra el grueso de Nassau. Aprovechando que nuestra caballería se encontraba exhausta por la falta de descanso, la enemiga consiguió derrotarles, quedando en el campo 2.500 españoles y 5.000 rebeldes. Pese a todo, su valeroso esfuerzo desarticuló el ejército de Mauricio, que tuvo que reembarcarse hacia Holanda hostigado por Espínola, mientras que Alberto reforzaba Nieuport con los restos de sus tropas.

En esta situación quedaron ambos ejércitos cuando en España fallecía Felipe II, dejando un heredero de 20 años más interesado en el despilfarro cortesano que en las guerras de Flandes. No obstante, las provincias rebeldes también pasaban por apuros, ya que, confiadas en el pillaje que esperaban de la campaña de Mauricio, sufrieron una gran decepción al verle volver con las manos vacías.

El final de la guerra

La situación a la muerte de Felipe II se mantuvo estable hasta que en julio de 1601 Mauricio de Nassau al mando de 20.000 hombres conseguía rendir Remberch, plaza desde la que los españoles bloqueaban la navegación por el Rin. En respuesta, el archiduque accedió a las presiones de los nobles valones y puso cerco a la plaza fuerte de Ostende, defendida por 4.000 hombres. Para dividir las fuerzas sitiadoras, Mauricio intentó tomar Bois-le-Duc, que resistió el envite gracias al empeño de sus defensores. Los de Ostende, adivinando su pronto final, se mostraron partidarios de rendir la plaza, pero solo como una estratagema para ganar tiempo y permitir la llegada de refuerzos. Al conocer la verdad, los tercios se lanzaron al asalto, pero fueron repelidos tras perder 800 hombres.

En junio llegó a Flandes Ambrosio Espínola, que como su hermano prestaría grandes servicios a España. Con los refuerzos que trajo de Italia, el almirante Mendoza marchó al encuentro de Nassau, pero no pudo impedir que tomara Grave, por lo que fue llamado a España y puesto en prisión. El archiduque asumió el mando directamente y consiguió hacer retroceder a Mauricio hasta Holanda, lo que le permitió concentrarse de nuevo en el sitio de Ostende.

En 1602 Federico Espínola viajó a España para solicitar al rey 12 galeras, de las que, tras un largo retraso, solo se le concedieron 8. De estas, entre los temporales y los ataques de holandeses e ingleses, solo 3 llegaron a Flandes y en un pésimo estado. Este mismo año menudearon los motines, destacando el de Hostrat, que implicó a 3.000 soldados.

A comienzos de 1603 Ambrosio regresó a Italia para conseguir refuerzos, pero tuvo que interrumpir las levas al tener noticias de la muerte de su hermano en un enfrentamiento contra galeras holandesas. Mauricio seguía intentando distraer tropas del sitio de Ostende, que ahora estaba bajo el mando de Espínola, para lo que atacó con éxito La Esclusa, que inexplicablemente no fue socorrida pese a su proximidad al ejército sitiador. Este tuvo por fin éxito un mes más tarde, pero las 50.000 vidas que costaron sus tres años de asedio difícilmente se podían compensar con el botín obtenido.

Ese mismo año, muerta Isabel I, subió al trono inglés Jacobo I, que en agosto de 1604 se avino a firmar la paz con España, desamparando así a los rebeldes. Inexplicablemente, el duque de Lerma aceptó un tratado humillante, en lugar de intentar devolver a los ingleses tantos años de interferencias. Una de las vergonzantes condiciones obligaba a los ingleses a devolver a España las plazas ocupadas solo si no eran reclamadas antes por los rebeldes.

Estos respondieron al tratado atacando Amberes con dos ejércitos, mandados por Mauricio y Ernesto de Nassau, pero no consiguieron rendirla. Mientras el conde de Bergh sitiaba La Esclusa, Espínola avanzó por Frisia, recuperando varias plazas importantes como Lingen y Rimberg, y derrotando a Mauricio en Grol, durante el invierno de 1606.

Al año siguiente, una flota holandesa de 30 navíos atacó Gibraltar, causando graves destrozos en los bajeles allí fondeados. Impaciente por conseguir la paz, Alberto devolvió a Mauricio parte de sus posesiones dinásticas, consiguiendo así una tregua de 8 meses. Felipe III acabó desentendiéndose de las conversaciones de paz, delegando por completo en el archiduque, que acabó firmando el 9 de abril de 1609 en Amberes una tregua que habría de durar doce años. Se reconocía la independencia de las Provincias Unidas, se devolvían todos los territorios que pudieran corresponder por herencia a la casa de Nassau y todos los bienes confiscados por el duque de Alba a Guillermo de Orange. Sin embargo, de todos los bienes eclesiásticos situados en zona rebelde, solo se devolverían aquellos que no hubieran sido enajenados en la fecha del tratado. Simultáneamente se condenaba a muerte a todos los soldados reales que se hubieran amotinado justamente por falta de paga, durante los 10 años del gobierno del archiduque, concediéndoles un plazo tan corto para abandonar Flandes, que muchos fueron capturados por los naturales en busca de recompensa.

Tras 40 años de guerra, se hacían recaer las penas precisamente en aquellos que habían dedicado su vida al servicio de la corona y no en los que la habían provocado.

Referencias

  1. De hecho en Suecia ha estado en vigor hasta entrado el siglo XX.
  2. Hijo natural del duque de Alba, combatiría valerosamente contra los araucanos.
  3. Ocho años más tarde, Alejandro Farnesio ordenó que se reconstruyera, corriendo los habitantes con los gastos.