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Con diez años mi abuelo Cándido ya me había introducido en el amor por la lectura, al regalarme cada semana un tebeo con puntualidad británica. Estaba convencido de que cuando me hiciera mayor leería libros con la misma avidez, y no se equivocó. Dos mil volúmenes compiten por el espacio en mi biblioteca personal y otros tantos diez veces más están digitalizados en mi ordenador.
Con veinte años ingresé en la Academia de Caballería gracias al apoyo de mis padres. Dos años después cabalgaba alternativamente en mi caballo "Indio" y en mi carro "Cerveró", el 126º del Regimiento Lusitania.