Batalla de Rocroi

De Caballipedia
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Enfrentamiento ocurrido el 19 de mayo de 1643 durante la guerra de los Treinta Años (1618-1648), entre el ejército francés y el español.

Unos 300 metros antes de llegar al pueblo encontraremos una pequeña cartela con la indicación "Stèle". Giramos para meternos en la pequeña carretera que conduce a Sevigny-la-Fôret; luego, a unos 500 metros, torceremos a la derecha siguiendo la indicación "Stèle". Por este camino, hoy alquitranado, que años atrás ni senda era y había que hacerlo a pie, iremos atravesando por el centro del campo de batalla hasta llegar a la borna o estela que la evoca; está muy cerca. Pero antes, vamos a detenernos un instante, entre dos fuegos, para recordar por qué llegaron hasta aquí unos miles de hombres a matarse. España llevaba ocho años luchando, sin interrupción, contra Francia y sus aliados en la guerra de los Treinta Años. En 1643, Melo quiso atacar el primero invadiendo Francia. Quizá sus éxitos en las campañas precedentes, como la victoria de Honnecourt (26 de mayo de 1642), a pocos kilómetros de aquí, le hicieron pensar que era un gran militar cuando solo era un político que se vio metido, sin pedirlo, en el ejército; él mismo reconocía sus limitadas cualidades castrenses. Antes de Rocroi escribía al rey: «Pruebe V.M. cuanto quiera mi voluntad pero no más mi fortuna». Al inicio de la campaña Melo tenía concentrado su ejército en tres zonas: Artois, Hainaut y Alsacia, él estaba en Bruselas y al empezarla se trasladó a Lille ordenando el desplazamiento de las tropas hacia la frontera con Francia pero sin dejar ver por donde la cruzaría. Su idea era cruzarla lo más lejos de la zona de Amiens donde sabía se encontraba el duque de Enghien, el futuro Gran Condé, con su ejército, espiando los movimientos españoles. Según las maniobras de Melo y de su general Isenburg parecía que los tres cuerpos de ejército pensaban irrumpir en territorio francés entre Guisa y Vervins. El mismo duque de Enghien escribía a su padre: «Los enemigos entrarán en Francia por el lado de Vervins». Pero no fue así. En la noche del 11 de mayo Isenburg giró bruscamente hacia el sur y por la mañana temprano estaba a las puertas de Rocroi. Cercó la plaza con tal rapidez que los labriegos salidos al campo ni tiempo tuvieron, al avistar las tropas, de regresar a sus casas y hubieron de refugiarse en Sevigny-la-Fôret. El duque de Enghien no perdió tiempo. El 10 de mayo se había puesto en marcha en dirección a Peronne intentando averiguar la marcha de su enemigo. Tan pronto supo que los españoles se dirigían a Rocroi se vino hacia aquí pasando por Guise, Vervins y Aubenton, en una marcha contra reloj. El duque necesitaba llegar a Rocroi antes de que los españoles la rindieran, dejaran en ella guarnición y siguieran hacia el sur. El día 18, a media mañana, los sitiadores detectaron la llegada a la zona de la punta de van- guardia enemiga. Los franceses se habían desplazado a tal velocidad que Melo, avisado de su presencia, apenas lo creyó. La altiplanicie de Rocroi tenía zona de bosques y de pantanos. El lado donde estamos nosotros y donde se asentaron las tropas de Melo en espera de intervenir en el asedio, era un ancho rectángulo despejado y seco; más lejos, al oeste  o hacia nuestra izquierda, si miramos a Rocroi: el horizonte quedaba cerrado por un espeso muro de árboles, maleza y fango. Melo estaba seguro de que el enemigo no llegaría por aquella zona aunque puso algunos centinelas. Pero el cinturón de árboles y zona pantanosa tenía una franja elevada de terreno más practicable, al noroeste de Rocroi, por donde hoy están las carreteras a Le Rouilly y Taillette. Los franceses entraron por allí y empezaron a organizarse en orden de batalla a la izquierda de donde estamos, a unos cientos de metros de donde estaba Melo. Los españoles quedaban a nuestra derecha. Melo ordenó que las piezas de artillería que apuntaban hacia la plaza dieran media vuelta poniéndose cara al visitante y avisó a Beck, que estaba junto a Câteau Regnault, para que viniera rápido. Se dice, quizá con fundamento, que si las tropas españolas hubiesen atacado aquella misma tarde a los franceses —que llegaban cansados, sin organizar y además impresionados por la muerte de su rey Luis XIII, fallecido el día 14 de mayo, noticia que acaban de conocer— el efecto sorpresa les hubiese llevado a una victoria casi segura. Pero Melo no se atrevió, quizá esperando los refuerzos de Beck o temiendo ser atacado por la espalda desde la plaza asediada si precipitaba el ataque. La tarde del día 18 transcurrió en preparativos, cada uno buscando su orden de batalla. Cuando llegó la noche los dos ejércitos quedaron uno frente a otro, separados por la oscuridad y una franja de tierra. Se habían congregado en esta planicie unos 45.000 hombres, la mitad por cada bando, más o menos, aunque las cifras varían según las fuentes. Aquí toda la noche, a campo raso, cubiertos por la humedad pegajosa del lugar, esperando el alba para empezar a matarse. Amaneció. Todo estaba dispuesto. Fontaine que era el maestre de campo general y tenía 66 años, había colocado parte de la caballería en cada ala y en el centro la infantería valona, italiana y alemana; en segundo escalón, los tercios españoles. Los franceses adoptaron una disposición algo parecida pero más abiertos y colocando en las alas alguna infantería. La caballería francesa se puso en movimiento; el ala derecha conducida por Enghien junto a Gassion se echó contra el ala izquierda española al mando de Alburquerque. este, al advertir la maniobra, prefirió salir al encuentro. Cada bando relató los inicios de la batalla a su manera. Vincart, comentando la acometida de Alburquerque dice: —«Cerró con tan grandísimo valor con la dicha caballería e infantería francesa que rompió la vanguardia de dicha caballería, haciendo abertura en los escuadrones enemigos, dejando muchísimos franceses caer por muertos y muchos de ellos pidiendo cuartel.» En cambio, el duque de Aumale escribió que: «Al despuntar el día el ala derecha francesa dirigida por el duque de Enghien comienza el combate. Quince escuadrones apoyados por un batallón de infantería derrotan a 1.000 infantes escogidos y deshacen la caballería de Flandes». Que cada uno diga lo que le parezca, lo cierto es que la suerte o la habilidad o la buena dirección de la empresa no acompañó a los españoles. La caballería francesa dislocó sus filas, que pronto quedaron envueltas aisladas y dispersas; era la desbandada y la huida sin saber adónde. Los franceses siguieron aniquilando y avanzando por entre filas dislocadas de gente sin mando, hasta que llegaron a los tercios españoles, bien colocados, que se habían limitado a repeler agresiones sin recibir instrucciones concretas. Melo viendo la desbandada de gente tuvo la vaga esperanza de que Beck llegara con sus refuerzos, y dio orden a los tercios de resistir. Pero Beck, que estaba llegando a Rocroi, al ser advertido por los fugitivos del desastroso giro de la batalla decidió no acudir. Y Melo, comprendiendo que todo estaba perdido, abandonó el campo sin ordenar la retirada de los tercios que se quedaron solos, abandonados a su suerte, luchando contra todo el ejército del duque de Enghien. Los Tercios se agruparon, formando un gran rectángulo, como fortaleza humana imposible de asaltar. Recibían fuego de artillería, cargas de caballería, asaltos de infantería, y las brechas abiertas en las paredes humanas eran cerradas y las filas que sucumbían reemplazadas. Los escuadrones pronto quedaron diezmados o aniquilados, solo el del Sargento Mayor Juan Pérez de Peralta estaba entero y a él se unieron los restos de cada tercio. Enghien, que deseaba rendirlos por miedo a que les llegaran refuerzos, les mandó un trompeta, como pudiera enviar heraldo a un castillo o fortaleza extrañado de que fueran «tan bárbaros que llegaban a extremos tales». Y les pidió capitular como en plaza fuerte, respetando sus vidas y cuanto llevaran excepto las armas. Así lo hicieron. No tenían otra salida. Eran las diez de la mañana del 19 de mayo. Dos horas habían estado luchando los tercios, solos, abandonados y seguros de su derrota. Fue el sacrificio inútil; inútil, sangriento y heroico. Ningún monumento a la memoria del heroísmo gratuito; solo el recuerdo, y algún nombre de lugar como el de Rouge Fontaine. Dicen que después de la batalla tan cubierta de sangre quedó la hondonada que, desde entonces, el pago se llama "Rouge Fontaine". Es todo el recuerdo de los Tercios españoles en este prado. En un recodo del camino, a la izquierda, está la estela en recuerdo de la batalla; más o me- nos por donde los tercios opusieron su tenaz resistencia. Hoy y desde el 1993, fecha que aparece en el suelo empedrado, la borna tiene derecho a estar sobre alto pedestal y rodeada de arboles; antes estaba clavada en tierra y sin la compañía del camino; estaba perdida y olvidada, tan olvidada como los que murieron en su alrededor. Tiene cuatro caras, cada una con una inscripción: 1.- "Victoire du duc d'Enghien sur les espagnols". 2- "Champ de bataille de Rocroi". 3.-"1922", año en que fue erigida la estela, el 6 de agosto, en presencia del príncipe Sixto de Borbón. Y 4.- "19 mai 1643". Aquí, en este lugar, es donde, aproximadamente, se acercaron los oficiales españoles aceptando la capitulación. Entre ellos vendría el sargento mayor Juan Pérez de Peralta, un héroe de la batalla, un desconocido. Y aquí sería donde preguntaron a los españoles, si la frase es cierta: —« ¿Cuántos erais?». —«Contad los muertos y los prisioneros». Los tercios de Rocroi se rehicieron; alguno había quedado casi por completo aniquilado, como el mandado por el conde de Villalba que tantas bajas tuvo que lo llamarían, en lo sucesivo, "Tercio de la Sangre". Hoy sigue vivo, es el Regimiento de Soria.

COMENTARIO: En relación con el texto precedente, lamento concluir que se aleja notablemente del decurso de los hechos actualmente conocidos. Hoy sabemos mucho más sobre el desarrollo de aquella batalla gracias a la exhumación de documentos españoles y franceses nunca antes utilizados, testados con otros testimonios contemporáneos (Alburquerque, Pellicer, Novoa, Sirot, Montbas..., etc.). Si tiene oportunidad, lea los extensos artículos que he publicado sobre el tema en la revista Researching & Dragona, donde hallará una amplia inspección de las fuentes que nos permitieron identificar y descorrer el mito de Rocroi, en realidad un montaje propagandístico francés que logró instalarse en la historia por la parcialidad y falta de rigor con que la batalla ha sido estudiada hasta el presente, incluyendo la última inspección de Juan Carlos Losada en Batallas decisivas de la historia de España (Madrid, Santillana, 2004), la enésima persona que ha escrito sobre la batalla sin saber lo que dice ni por qué lo dice. El duque de Aumale escribió sobre su familia, expulsada de Francia, para reivindicar su regreso a Francia, que finalmente consiguió, aunque hubo de ceder al estado el palacio de Chantilly, rehabilitado a sus expensas. En realidad, nunca se propuso investigar la batalla, para cuyo desarrollo se basó exclusivamente en las relaciones coetáneas francesas, compuestas por un equipo de redactores proclives a la familia Condé que encabezó La Moussaie, ayudante de campo y compañero de juegos infantiles del duque de Enghien. Aquellos relatos, publicados en la Gaceta de Francia, el Mercure, panfletos y hojas volanderas son absolutamente falaces porque pretendieron y consiguieron transformar una batalla intrascendente y de consecuencias irrelevantes (la pérdida de Thionville), en una gran victoria militar que consiguió estabilizar a la balbuceante regencia y retrasar seis años el comienzo de la Fronda. Usted ha advertido ya que, sobre el desarrollo del combate, cada parte dice una cosa. Una evocación turística puede perfectamente aludir a estas discrepancias de parte, pero la misión del historiador no puede limitarse a constatarlas sino que debe profundizar en las divergencias y resolverlas. El texto de Vincart es más fiel con la secuencia de los hechos, pero también es parcial. Como secretario de Melo (uno de los cinco que trabajaban para el gobernador), su relato no puede transmitir que este hubiera abandonado la lucha más que hacia el final de la misma; además, no fue testigo ocular y precisamente el desenlace del combate aparece ambiguo y poco trabajado en su relato. Pero lo conocemos mejor por testimonios de soldados que allí se hallaron, como el canario Francisco Dávila Orejón, que acabó sus días como gobernador de La Habana, el relato de un soldado del tercio de Garcíez que utilizó en sus memorias Matías de Novoa, ayuda de cámara de Felipe IV, o la carta familiar que escribió a sus padres el marqués de Montbas, coronel del aniquilado Regiment du Roi de Cavalerie. La fuente primordial de la historia son los documentos originales. Gracias a las certificaciones de servicios de numerosos soldados que combatieron en Rocroi, a las revistas militares de aquellos años, a las relaciones de prisioneros que se conservan en Vincennes, etc. conocemos hoy mucho mejor lo que en realidad sucedió en aquella batalla, que dista mucho de lo que se dice sobre ella en los textos históricos. Veámosla en suma: Melo nunca tuvo intención de dar la batalla hasta recibir a Beck, a quien necesitaba porque aquel experimentado soldado fue quien le llevó a victoria el año anterior en Honnecourt. Beck llegó ante Rocroi sobre las 8 de la mañana, pero el combate había comenzado 5 horas antes y, para entonces, ya solo resistían dos o tres escuadrones españoles; las demás tropas, que solo tenían órdenes de defenderse, acabaron abandonando el campo de batalla, hacia donde estaba Beck con sus refuerzos. Durante la lucha, el ejército español tuvo la oportunidad de vencer al enemigo cuando las dos alas del ejercito de Condé fueron vencidas y rechazadas, momento en que los franceses comenzaron la retirada a la que se refiere Sirot, el jefe de la retaguardia francesa, en sus memorias. Por cierto, estas son muy fieles a las hechos pero, como no gustaron en Francia, ha sido tildado de desmemoriado y de confundir y trastocar sus recuerdos. Por ejemplo, reconoció que en el bombardeo nocturno previo a la batalla, los españoles causaron 2.000 muertos al enemigo, algo que todos los historiadores franceses han tratado de refutar, sin aportar pruebas y apelando a supuestos ridículos. En cambio, el duque de Alburquerque supo, antes del 15 de junio, que más de 5.000 franceses habían faltado a su muestra general y lo que nosotros sabemos es que Condé tardó un mes en reorganizar su ejército en Guise, «como si hubiera sido vencido», según Theodore Yung. Cuando pudo ponerse en marcha hacia Sierck, el ejército que llevaba era muy distinto al que había desplegado frente a los españoles en Rocroi, pero estos detalles no pueden percibirlos más que los estudiosos. Sirot consiguió deshacer uno de los 6 batallones en que, inicialmente, estaba desplegada la infantería española, el de Castellví. Otros dos más —uno de los de Garcíez y el de Velandia— serían también descompuestos, pero los supervivientes se agregaron a los demás, acabando por formar dos escuadrones fuertes que los franceses no lograron abrir, pese a cargarlos 6 veces (Aumale solo reconoce 3). En este punto de la lucha, con el ejército de Condé muy desorganiza- do y menguado (había sufrido más bajas que el de Melo), sin artillería (tomada y clavada en ambas alas por los españoles), y amenazado por la proximidad de Beck, que podía venir al campo de batalla en cualquier momento, Condé ofreció capitular a los dos escuadrones españoles: uno la aceptó inmediatamente, bajo la condición de que los supervivientes sean conducidos a Fuenterrabía; pero el otro no. Condé tenía ya que vencer solamente a un escuadrón y Beck, embarazado por la marea humana que se le va uniendo, seguía sin poder obrar. Además los franceses habían conseguido reutilizar dos cañones, como recuerda Sirot, con los cuales comenzaron a bombardearles. Solo entonces aceptó capitular el último escuadrón, formado inicialmente por el Tercio de Alburquerque —al mando del SGM Pérez de Peralta— al que se habían incorporado los supervivientes del de Castellví. Pero Condé endureció las condiciones porque ya te-mía menos a Beck y solamente les garantizó «el salvo de la vida y sus pertenencias». Los franceses capturaron en Rocroi 3.826 prisioneros (conocemos la cifra exacta, con des-glose de oficiales a partir de sargentos), pero unos 2.000 de ellos fueron entregados en Fuenterrabía a finales de julio de 1643. En el otoño de dicho año solo quedaban en Francia unos 1.500, que fueron socorridos por el gobierno de Bruselas hasta su intercambio en 1646. Baltasar Mercader fue el encargado de pagar sus asistencias, pero sus cuentas revelan que, en realidad, pudieron ser hasta un centenar menos, ya que algunos lograron evadirse. Novoa dice que los que llegaron a Fuenterrabía se fueron a sus casas; Pellicer que fueron enviados a Cataluña, pero lo cierto es que las revistas del Ejército de Flandes experimentan un incremento de efectivos entre el 7 de noviembre de 1643 y el 1 de julio de 1644. La mayor parte de los capitanes de infantería española que combatieron en Rocroi estaban ya en Flandes antes del otoño de 1643 y casi todos ellos fueron recompensados con el mando de una compañía de caballería. Otro hecho que no puede olvidarse, aunque no lo haya citado nadie, es que Felipe IV no llegó a enviar a Melo los 2.000 españoles comprometidos en junio de 1643, que prometió transferir del Ejército de Aragón. Ítem más, en diciembre de 1643, una escuadrilla de 4 fragatas zarpó de Dunkerque con importantes refuerzos para España, entre ellos el regimiento de caballería (desmontado) de Carlos de Padilla, que había luchado en la batalla. De manera que, lejos de ser reforzado, el Ejército de Flandes —presuntamente aniquilado en Rocroi— pudo incluso permitirse reforzar al que combatía en la Península contra los franceses, catalanes y portugueses. El Tercio de Villalba tampoco fue aniquilado en Rocroi; en realidad, ninguno lo fue, siendo el de Castellví el que más bajas sufrió, tanto en oficiales como soldados. Algunas de las tradiciones militares españolas suele estar infundadas, siendo la del «Tercio de la Sangre» una de ellas. Tal apelativo lo ganó en la batalla de Les Avins (1635), que los franceses llaman Avein, donde murieron 8 de sus 15 capitanes y los demás cayeron todos prisioneros. En 1643, el tercio tenía 18 compañías, pero aun ignoramos si todas ellas estuvieron presentes en la batalla de Rocroi, dado que 11 compañías aun no identificadas de los 5 tercios españoles quedaron en Cambray para resguardo de aquella frontera. En todo caso, solo es segura la muerte de uno de sus capitanes en la batalla: Pedro de Porres Vozmediano, aunque también es probable la de Juan de Barbón y Arango, del cual carecemos de noticias posteriores. Los 8 siguientes fueron capturados a lo largo de la lucha, aunque dos de ellos lograron escaparse y regresar al Ejército. 1.- Bernardino de Castro (fuente española), pudo escapar. 2.-Luis de Costa (fuente española), pudo escapar. 3.-Pedro Luis Dávila (SHAT. no 19)4.-Francisco de Arbaiza (SHAT no 14), regresó en 1646.5.-Alonso de Torres (SHAT no 15)6.-Cristóbal Márquez (SHAT no 13), regresó 1644.7.-Manuel de León y Sarabia (SHAT no 3), regresó 1646.8.-Alonso de Sosa (SHAT no 17) Al término de la campaña de 1643, el tercio estaba formado por 8 compañías que contaban 86 oficiales y 643 soldados (729 hombres); pero los siguientes capitanes, que habían combatido en Rocroi, habían sido ya promovidos a capitanes de caballos: 1).- Martin de Zayas y Bazán. 2).- José de Vera y Osorio. 3).- Álvaro de Miranda. 4).- Diego de Goñi Peralta y Fernández, y 5).- Silverio Benavente de Quiñones. Para completar las 18 compañías que tuvo el tercio antes de la batalla, nos faltan: 1).-Maestre de Campo. 2).- Pedro de Sao Paio (Sampayo), y 3).- Andrés González de Asarta. Antes de la batalla, el tercio tenía casi 1.400 hombres; de manera que registró unas 550 bajas entre muertos, prisioneros y desertores a lo largo de toda la campaña de 1643, y no solamente en Rocroi, donde debieron concentrarse la mayor parte. De ellos, unos 350 entre prisioneros y capitulados fueron posteriormente intercambiados; de manera que los muertos y desertores no pudieron exceder de 200, unas cifras que no permiten hablar de aniquilación salvo que no sepamos lo que decimos. Esto me lleva a enlazar con la tan manida frase de "Contad los muertos", acuñada por los propagandistas franceses, pero tomada del italiano Siri. Vittorio Siri había publicado en 1642 el primer tomo de su «Mercurio overo historia de' correnti tempi», un trabajo histórico muy sesgado, financiado por los franceses e impreso en Venecia bajo menciones de impresión falsas. En dicho libro, tras narrar el combate de Avigliana (10-7-1630), que los franceses llaman Veillane, inventó una imposible conversación entre el duque de Montmorency y Martin de Aragón, a la sazón maestre de campo del Tercio de Lombardía, al que hace prisionero del primero cuando ni siquiera se hallaba en el lugar de los hechos. Pues bien, interrogado Don Martín sobre cuál era el número de los vencidos, Siri le hizo responder: —«Los de mi nación no saben lo que es retroceder. No hay más que contar los muertos o prisioneros». Aunque explícita, la extensión de la respuesta carecía de la garra y concreción con la que volvería a usarse para Rocroi. Pero el argumento era el mismo, como también la causa eficiente, pues no hay que olvidar que Siri era un agente de la propaganda francesa en Italia y no me extrañaría su colaboración con Renaudot en la primera conformación del mito de Rocroi, aunque no la haya investigado aún. La realidad de lo que sucedió en Rocroi es compleja de explicar porque queda muy lejos de lo que se ha venido torpemente admitiendo por una historiografía entregada a las tesis francesas, basadas en fuentes de origen panfletario antes que documental. Resulta curioso que, excepto quien suscribe —perdón por la inmodestia, pero es cierto— nadie haya trabajado las relaciones de prisioneros españoles que compusieron los franceses y que aún se conservan (Service Historique de L'Armée de Terre, Vincennes). Sin embargo, cualquier autor da cifras abultadísimas que nada tienen que ver con la realidad, muy distinta a como suele pintarse. En todo caso, le apuntaré un detalle final. En la Edad Moderna, Rocroi constituye un precedente singular porque no hay constancia de una batalla campal resuelta con la capitulación en campo abierto de una parte del ejército rival. He ahí la mayor originalidad táctica de Condé en aquella batalla extraña en la que, como ya denunció el duque de Alburquerque, «Melo no dispuso el ejército para luchar sino para mostrarle». Y era cierto. Su despliegue no estuvo enfocado a plantear un combate, ni los escuadrones tenían la compactación necesaria para hacerlo; de hecho, inicial- mente tenían la mitad del tamaño que generalmente utilizaba la infantería del Ejército de Flan- des. Solamente cuando, dado el cariz de la lucha, los tercios españoles se unieron para formar escuadrones fuertes, fueron capaces de oponer una resistencia eficaz a los franceses, hasta el punto que éstos fueron incapaces de deshacerlos. Condé ganó la batalla a costa de pérdidas superiores, hecho que se negaría e invertiría, pero so supo vencer en ella. La suya fue una victoria pírrica que la Regencia necesitaba resplandeciente y acabó lográndolo. De manera que Renaudot, Siri, La Moussaie y otros propagandistas fueron los verdaderos vencedores de Rocroi; pero en la lucha la infantería española no pudo ser vencida. Lo anterior no significa que quiera aferrarme a otro mito: el de la invencibilidad de los tercios españoles. Casi cien años antes que en Rocroi, esos tercios ya fueron duramente batidos en Ceresole Alba (15-4-1544) y basta recordar los nombres de Djerba (1560), Heiligerlee (1568), La Goleta (1574), Fontaine Française (1595), Turnhout (1597), Las Dunas (1600), etc. etc., para percibir que numerosas y frecuentes derrotas se entreveran con otras tantas victorias en aquel glorioso pasado bélico. Lo que la propaganda francesa consiguió enterrar en Rocroi es que su infantería no estaba aun madura para arrebatar a la española la supremacía en los campos de batalla, como tampoco habían logrado los suecos 9 años antes en Nördlingen. El escuadrón erizado de picas bien servidas seguía bastándose para detener las cargas de la caballería e infantería, incluso atacado por los 4 costados, guste o no a los teóricos de la "Revolución militar moderna", entregados a juguetonas especulaciones antes que a la ardua tarea de documentar sus tesis. Pero la historia tiene mucho más que ver con la matemática o con la música de lo que generalmente aceptamos. También tiene su lenguaje específico, que procede del análisis tesitual, su prueba del 9 y hasta sonidos acordes o chirriantes. Es cierto que cualquiera puede entender sus signos pero interpretarlos rigurosamente es otra empresa. Como en matemáticas, también hay mucha gente capaz de perderse en el limbo.

En la famosa batalla de Rocroi, los franceses tuvieron más pérdidas que los españoles, a los que no pudieron vencer y a los que hubieron de conceder una capitulación en campo abierto para sacarlos del campo de batalla. La famosa frase "contad los muertos" fue otra falacia, además inspirada en otro suceso falseado, que había ocurrido en Italia el año anterior. En realidad, de los 95 capitanes de infantería española presentes en la batalla de Rocroi, solo murieron 4, una cifra insignificante. Pero la propaganda francesa se empeñó machaconamente en tergiversar todo aquello porque una victoria resplandeciente es lo entonces convenía para aglutinar en torno a la figura del joven Luis XIV, proclamado rey dos días antes de la batalla, toda la resistencia política que había generado el gobierno de Richelieu, que hacía 4 meses y medio que había muerto pero antes había "embastillado" a media nobleza. Aquella propaganda fue muy eficaz, y logró aplazar la Fronda 6 años.

Bibliografía

  • Artículo publicado por D. Antonio Bermejo.