Reclutamiento del siglo XVI

De Caballipedia
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Durante toda esta época se mantuvo en España un sistema de reclutamiento consistente en que la monarquía autorizaba mediante patente[1] a un capitán para levantar una tropa, por medios generalmente voluntarios, aunque se dieron algunos abusos. En caso de necesidad se recurría al sistema de levas forzosas. En ambos casos se firmaban contratos anuales.

La mayor parte de la oficialidad procedía de los hidalgos, nobles españoles sin fortuna, que aspiraban a conseguirla en los ejércitos. Los altos mandos generalmente eran asumidos por la alta nobleza. Unos y otros procedían de la peculiar forma de combatir durante toda la reconquista, en la que se forjó el concepto de almogávar o guerrero de frontera. Para esta casta, no era suficiente con ser de sangre noble, sino que valoraban sobre todo el valor en la guerra y solo respetaban a quienes así lo demostraran.

La mayoría de los soldados que se enrolaron en los tercios no regresaron nunca y los pocos que lo hicieron, volvían pobres, por lo que desde el punto de vista actual, resulta difícil explicar cómo fue posible que Felipe II nunca tuviera problema para completar las levas. René Quatrefages señala tres motivos que subyacían en el espíritu de cualquier soldado de la época y le hacía pelear con singular fiereza: Dios, la Patria y el honor. Mientras que los dos primeros conferían unidad a nuestras tropas, el último era continuamente motivo de pendencias y duelos al ser nuestros soldados extremadamente puntillosos cuando su honra se encontraba en juego. No eran infrecuentes los desafíos a los oficiales y los duelos entre iguales, que estaban penados con la muerte para el provocante y el destierro para el provocado, siempre que no hubieran podido solucionarlos sin ser acusados de infames o cobardes.

Mientras en el resto de países europeos las posibilidades de ascenso social estaban muy limitadas por motivos de sangre y herencia, en España, desde los tiempos de la Reconquista, era frecuente que los guerreros valerosos accedieran a la nobleza por sus méritos en campaña. Aunque en la Edad Moderna esta movilidad social se encontraba mucho más limitada, seguía siendo posible, para algunos funcionarios y especialmente para los militares. El valor, la capacidad de sacrificio, la camaradería y la disciplina convertía a los tercios españoles en máquinas prácticamente invencibles y muy temidas en combate.

La honra no solo se demostraba en combate, sino muy especialmente en el trato con la población civil. Aunque algunos grabadores flamencos, como Franz Hogemberg, se hayan empeñado en mostrar escenas en las que los soldados españoles mataban niños y ancianos o violaban mujeres, estos hechos eran perseguidos con especial severidad tanto por los mandos como por los compañeros que lo presenciaban, pues su honra quedaba también maltrecha. Para evitar el maltrato a mujeres, las ordenanzas del ejército regulaban el número de prostitutas que debían acompañar a los tercios: ocho mujeres por cada cien soldados. De hecho, algunos artículos preveían la posibilidad de que muchas lugareñas se les entregaran voluntariamente, por miedo a represalias, condenándolo igualmente.


Referencias

  1. En tiempos de Carlos I se conoció este documento como conducta.

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