Las guerras mundiales

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Introducción

A comienzos del siglo XX, la combinación de trincheras, alambradas y ametralladoras puso punto final al segundo apogeo de la caballería a caballo. En los países más industrializados, imbuidos del pensamiento del general Fuller (Nunca estuvo la esencia de la caballería en luchar a caballo), el "espíritu jinete" se hizo compatible con el progreso y no se dudó en sustituir a las bestias de carne y hueso por las de metal. La caballería volvió así a sus orígenes y sustituyó la espuela por la rueda.

Desgraciadamente, en otros países, incluyendo a España, sus propios generales no supieron ver las ventajas de la mecanización y prefirieron aferrarse a sus tradiciones y a sus caballos, lo que les condenó a morir lentamente. Cuando las lecciones aprendidas durante la Segunda Guerra Mundial pusieron en evidencia su error, muchos jinetes pelearon por obtener los materiales adecuados, la instrucción más conveniente y la orgánica más idónea, pero la escasez de su dotación y su inferioridad manifiesta respecto a otras armas, debido a su escaso papel durante la guerra Civil Española (1936-1939), provocó un enorme desfase con respecto a otras caballerías occidentales. Con cada reorganización se disolvieron nuevos regimientos y, poco a poco, la infantería se fue apropiando de sus vehículos y misiones.

La Primera Guerra Mundial

La Primera Guerra Mundial (1914-1918) fue el producto de la aparición del proletariado, de su creciente participación en la vida política y económica, de sus constantes controversias sobre la propiedad, de la exaltación de los nacionalismos y de las disputas coloniales. Marcó el tránsito a las guerras de tercera generación (3GW) y fue, según Murray (1997), el producto de la combinación de tres revoluciones socio-militares:

  • La aparición del estado-nación en el siglo XVI.
  • La movilización ciudadana del XVIII.
  • El desarrollo industrial del XIX.

La escala de las operaciones obligó a reclutar contingentes de un tamaño inédito hasta entonces: el grupo de ejércitos o frente, renunciándose a toda polivalencia en niveles inferiores. La caballería no podía maniobrar en los campos sembrados de trincheras, alambradas y ametralladoras, por lo que acabó combatiendo como infantería . Esta, por su parte, sustituyó el orden cerrado por el abierto, y se pegó al terreno para sobrevivir a la carnicería servida por los proyectiles de fragmentación, los gases tóxicos y los aeroplanos (Keegan 1960). No se recuperaría la capacidad de maniobra hasta que se empleasen “tanques” en Cambrai. Mientras la nueva arma submarina revolucionaba la guerra naval, los ingenieros alcanzaron su cenit construyendo las ciclópeas defensas de las líneas “Maginot” y “Sigfrido”, que resultaron tan costosas como inefectivas.

La posguerra no resolvió ninguno de estos problemas, sino más bien al contrario. Véase, por ejemplo, el trato infame dado a Alemania, pese a que cuando se acordó el armisticio no había sido derrotada y tenía varios millones de hombres fuera de sus fronteras, al contrario que los "vencedores". Si a ello se suma un nuevo mapa político europeo que no contentó a ninguna de las potencias, tenemos las dos causas fundamentales de la Segunda Guerra Mundial.

A comienzos del siglo XX se discutía en todos los países sobre la necesidad de la caballería, su orgánica y su armamento, sin que se llegasen a puntualizar siquiera las misiones que debería cumplir, de ahí la disparidad de opiniones. Los más optimistas creían que el arma estaba en un buen momento y que constituía un muro infranqueable, capaz de asegurar la máxima libertad de acción al mando y constituir una potente reserva que, lanzada en el momento preciso, arrollaría al enemigo. Frente a ellos, los más pesimistas la reducían a elemento de reconocimiento y aconsejaban desprenderse cuanto antes del pesado lastre que constituía. En cualquier caso, en todos los países se mantenían el sable y la lanza como armas principales, pues se consideraba a las de fuego como algo incompatible con el "espíritu jinete".

Las organizaciones adoptadas en cada país eran bastante parecidas:

Durante la Primera Guerra Mundial los combates a caballo se redujeron considerablemente y solo tuvieron cierta trascendencia al comienzo de la misma, durante la guerra de movimientos en el Marne y Flandes. Comenzada la guerra de posiciones, la enorme potencia de fuego de las armas, reforzada por los obstáculos naturales y artificiales, condujo a la estabilización de los frentes. Todos los beligerantes desmontaron gran parte de su caballería y organizaron regimientos a pie, que dieron un magnífico resultado como apoyo de la infantería.

En 1914 la caballería se encontraba en la peor crisis de su historia, pues se consideraba el combate a pie, como la forma normal de empleo del arma, quedando el combate a caballo como algo circunstancial. Afortunadamente, ese mismo año iba a tener lugar un hecho decisivo: la invención del carro de combate. En sentido estricto, este no respondía a un concepto realmente novedoso, ya que obviando los primeros carros de guerra a bordo de los cuales nació el arma en Sumer, en 1482 ya había diseñado Leonardo da Vinci un vehículo acorazado accionado por una biela movida por varios hombres. Su invento, como tantos otros, no prosperó y habría que esperar hasta que en octubre de 1914, el teniente coronel Ernest Swinton, agregado al cuartel general británico en Francia, observase las evoluciones de un pequeño tractor de oruga en el embarrado frente y se le ocurriese la idea de construir un vehículo de combate autónomo. Su proyecto fue acogido con desconfianza por el Comité Imperial de Defensa, pero el entonces Primer Lord del Almirantazgo comprendió sus ventajas y ordenó la inmediata fabricación de varios prototipos. No en vano, Churchill había sido oficial de caballería y había cargado con solo 300 jinetes en Oudurman contra 3.000 derviches.

Fabricados por piezas en diferentes lugares, estos prototipos fueron embarcados como si fuesen tanques de agua con destino a Mesopotamia, de ahí que fueran conocidos como tanks en todos los países anglosajones, mientras que en los latinos se recuperaba el tradicional nombre de carro. Tuvieron su bautizo de fuego en la batalla del Somme, en septiembre de 1916. Ese mismo año Martel publicaría un trabajo futurista en el que describía las guerras venideras como el enfrentamiento de ejércitos de carros operando entre sí de un modo semejante a como lo hacían las escuadras navales en el mar. Poco sospechaba que la guerra del futuro era ya una realidad.

No obstante, la primera aparición del "tanque" no tuvo los deseados apetecidos. Era muy tosco y se averiaba con facilidad. De hecho, no sería hasta la batalla de Cambrai, en noviembre de 1917, cuando se empleasen en masa y se comprendiesen sus posibilidades.

El periodo entreguerras

Terminada la Primera Guerra Mundial, todos los ejércitos se esforzaron en sacar conclusiones prácticas, pero no hubo acuerdo y aparecieron diferentes doctrinas. Aunque al principio J.F.C. Fuller consideró a los carros como un simple apoyo de la infantería, no tardó en aceptar que, en sí mismos, constituían la única arma capaz de restaurar la guerra móvil. Desde 1918 defendió la posibilidad de penetraciones tácticas profundas si se utilizaban unidades de carros y, finalmente, vio premiado un trabajo suyo (Los caballos de carreras no se detienen en la meta) en el que exponía que las divisiones debían tener un regimiento de carros por cada uno a caballo.

Solamente con el carro de guerra será posible dominar los campos de batalla en el futuro, dejando a la infantería la misión de conservar el terreno conquistado por aquellos.

Por su parte, Lidell Hart defendía un ejército constituido por elementos de todas las armas, pero transportados en vehículos blindados. Desgraciadamente, el éxito de la caballería de Allenby en Palestina frente al Ejército otomano empujaba a muchos oficiales a seguir confiando en el futuro del arma. Esta sentimental devoción hacia el caballo les cegó a la hora de comprender lo que en realidad había sucedido lejos de las arenas del desierto, frente a un enemigo bien armado y protegido. Pocos jinetes supieron comprender la necesidad de adoptar el nuevo medio de combate, mucho más resistente que sus caballos y encima acorazado. Aunque Hart proclamaba abiertamente en 1925 que sustituir la caballería por una fuerza blindada supondría resucitar la capacidad de decisión del arma y que, pese al cambio del medio el espíritu sobreviviría, los resultados prácticos fueron escasos. De ahí que el propio Hart proclamase años después que las primeras batallas de la Segunda Guerra Mundial se habían perdido ya antes en los clubs de caballería.

Ante esta actitud de los propios jinetes, pocos regimientos se acabaron transformando, siendo el primero el Royal Gloucestershire Hussars. Simultáneamente, la industria fabricaba carros cada vez más ligeros, aunque ya resultaba evidente la necesidad de los pesados. En 1928 Churchill volvió a insistir en el Ministerio de Defensa por la mecanización de la caballería o su sustitución por un nuevo Royal Tank Corps. Pese a las grandes presiones a las que se vio sometido, consiguió mecanizar dos regimientos de los veintidós existentes, el 11th Hussars y el 12th Lancers. En abril de 1939, justo antes de comenzar la Segunda Guerra Mundial, el Royal Armoured Corps estaba constituido por la 1 Armoured Division, compuesta por infantería y caballería a partes iguales, y por una brigada de caballería ligera. Ante la carencia de doctrina específica, se adoptó la misma de la división de caballería a caballo. Otro gran acierto fue el de conservar los nombres tradicionales de los regimientos, así como sus historiales y escudos de armas.

En 1932, Fort Knox era ya el hogar de los jinete americanos. Ocho años después, la 7th Mechanized Cavalry Brigade, con 112 carros ligeros y un regimiento de artillería, se transformaría en la 1st Armored Division. Lógicamente, el Armor, sinónimo de arma acorazada, mantuvo desde el principio el espíritu y tradición de sus viejos regimientos a caballo.

En Francia se empezó a dotar a la caballería de vehículos blindados y carros ligeros desde 1935. Las divisiones del arma se mecanizaron con 250 carros ligeros, concebidos para ejecutar la maniobra mediante el movimiento. Sin embargo, aunque tenían más y mejores carros que los alemanes (2.460 frente a 2.439), cometieron el error de distribuir los pesados en pequeños núcleos para el apoyo directo a la infantería, al igual que habían hecho los egipcios en la batalla de Kadesh (1274 AC).

Alemania no había empleado apenas sus carros durante la Primera Guerra Mundial, pero había sufrido sus efectos. El tratado de Versalles impidió que sus oficiales sintieran apego alguno por el material existente, por lo que estudiaron con avidez todos los artículos sobre el nuevo medio. En 1929 el general von Seek afirmaba

quien busque en el futuro la victoria en la guerra de movimientos no puede renunciar al "arma del movimiento".

En 1933 Alemania contaba ya con tres divisiones de caballería y poco después aumentaron a cuatro de caballería ligera y otras tres blindadas. En 1938 se crearon dos cuerpos de ejército: el XV, al mando del general Hot con las divisiones ligeras y el XVI, cuyo jefe era Guderian, con las Panzer. Aunque la infantería también participó en la creación del arma acorazada, lo hizo en menor proporción.

En 1941 escribía Gyllenkrok:

Sin cuidarse de lo que queda atrás, de lo que sucede a uno y otro lado, las unidades acorazadas penetran profundamente dentro del territorio enemigo. Ocupan puestos importantes detrás del frente, cortan los flancos y la retaguardia del enemigo obligándole a retroceder en direcciones desfavorables.

El secreto de la superioridad alemana radicó en la confianza que depositaron en el poder decisorio de sus unidades acorazadas (Fuller, 1961).

En cambio, Polonia, con cuatro millones de caballos, una industria muy poco desarrollada, y un territorio falto de carreteras y lleno de bosques y pantanos, confió en sus jinetes hasta conducirlos al desastre.

La Segunda Guerra Mundial

En la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) el carro de combate se convirtió en el arma principal de la caballería y en el protagonista del combate terrestre, si bien la aviación se convertiría en la nueva reina de las batallas. Nada más acabar la guerra Civil Española (1936-1939), existían ya numerosos ejemplos de carros modernos. A partir del BT-5 que se había estrenado en el frente de Aragón, la URSS construyó el T-34, quizás el mejor entre los participantes en el conflicto. Alemania mejoraría sucesivamente los Panzer I hasta llegar al Panzer IV.

Precisamente fue esta nación, sacando el máximo partido de sus adelantos técnicos, la que primero consiguió desarrollar el tipo de guerra que convenía a sus unidades acorazadas: la Blitzkrieg. Pese a que sus medios eran inferiores a los franceses y rusos, Alemania lograría fulgurantes éxitos al comienzo del conflicto. Ello se debió a unas brillantes maniobras sobre objetivos lejanos, planeadas con inusitada rapidez, gracias a un ágil y moderno procedimiento operativo. Ejecutadas a una velocidad de vértigo, consecuencia directa de una intensa y exigente instrucción realizada en los años anteriores, produjeron el hundimiento del sistema defensivo occidental y la llegada de los alemanes a París.

El viejo plan Schlieffen había conducido en 1914 a un violento e interminable choque frontal. Cuando se reanudaron las hostilidades en 1939, los aliados acudieron de nuevo a Bélgica para intentar frenar el presumible ataque germano, pero este se desarrolló por las Ardenas, pobladas de bosques y colinas. A continuación, sus fuerzas blindadas cruzaron el Mosa sin resistencia, penetraron por el débil centro del frente aliado y se dirigieron al Oeste, a espaldas de los [ejército]]s desplegados en Bélgica, embolsándolos y derrotándolos sin que el grueso de la infantería alemana hubiera entrado siquiera en combate. Solo el precipitado embarque de Dunquerque permitió salvar una parte de las fuerzas aliadas y evitar un desastre aún mayor.

El triunfo de la Blitzkrieg se debió, sobre todo, a que la nueva táctica nacida, desarrollada y publicada en Inglaterra, no fue comprendida ni allí ni en Francia. El propio Guderian reconocería más tarde que creó la Panzerdivision 1 en los años treinta a partir de las ideas de Liddell-Hart. Esta nueva táctica no se basaba en la potencia de fuego o el desgaste físico, sino en la velocidad, la sorpresa y el efecto psicológico que proporcionaba la combinación de dos nuevas armas. La Luftwaffe de Göring reemplazó a la artillería como origen de fuego, lo que permitió alcanzar la retaguardia enemiga a costa de incrementar exponencialmente las víctimas civiles. Por su parte, la Panzerwaffe de Guderian se articulaba en divisiones interarmas polivalentes, compuestas por regimientos de:

  • Infantería ligera (motorizada): camiones y motocicletas.
  • Infantería pesada (mecanizada): transportes semiorugas.
  • Caballería ligera (blindada): jeeps y autoametralladoras.
  • Caballería pesada (acorazada): carros de combate.
  • Artillería: de campaña, antiaérea y contra carro.
  • Ingenieros: zapadores, pontoneros y transmisiones.
  • Logística: intendencia, mantenimiento y sanidad.
Panzerdivision.jpg

En lugar del tradicional concepto de “cercar y destruir”, el arma acorazada hacía suyo el objetivo de la caballería a lo largo de su historia: “desbordar y colapsar”. Sus unidades debían penetrar rápida y profundamente en las defensas enemigas sin preocuparse por las tropas que quedasen a retaguardia, pues estos reductos serían limpiados posteriormente por la infantería ligera. Se sustituía, además, la defensa sin idea de retroceso por otra elástica y en profundidad, más efectiva y con un menor coste de vidas humanas.

Paradójicamente, esta doctrina no era genuina de Guderian sino que ponía en práctica las teorías del británico Fuller (1920), que habían sido experimentadas y rechazadas por el ejército español en Marruecos y por el japonés en China entre 1921 y 1939. Tras el éxito alemán, Liddell-Hart (Reino Unido), De Gaulle (Francia), Zhukov (Unión Soviética) y Patton (Estados Unidos) impulsaron la transformación de la caballería en arma acorazada en sus respectivos países. El resto de ejércitos europeos y sus aliados (Canadá, Australia) lo hicieron durante la guerra Fría. Cada uno de ellos adoptó una solución diferente, pero todas basadas en un denominador común: el combate desmontado seguía siendo responsabilidad de la infantería, mientras que el montado y la obtención de información lo eran de la caballería.

Debido a las peculiaridades de la guerra Civil, al aislamiento de posguerra y a la no intervención en ningún conflicto posterior que demostrase las carencias de un modelo obsoleto, el Ejército español no sintió la necesidad de transformarse. Como consecuencia, es el único occidental que sigue careciendo actualmente de un arma acorazada, repartiéndose sus carros entre infantería y caballería pese a sus diferentes formas de empleo.

Esto demuestra que una innovación tecnológica no supone per se una revolución doctrinal si no va acompañada de la paralela innovación orgánica. A contrario sensu, el empleo de la infantería ligera en operaciones aerotransportadas como “Market Garden” supuso una revolución doctrinal que no se basaba en una innovación orgánica o tecnológica, al emplear unidades y aeronaves preexistentes. Otro tanto ocurrió con la acertada combinación de portaaviones y marines en la campaña del Pacífico, permitiendo superar las carencias que habían provocado el desastre de Gallipoli treinta años antes (Jordán 2014).

El estudio táctico de la Segunda Guerra Mundial se suele dividir en cuatro fases:

  • En la primera (septiembre de 1939 a junio de 1941) se pasa de la supremacía absoluta de la defensiva, a la no menos absoluta de la ofensiva, mediante la combinación de fuerzas blindadas, aéreas y paracaidistas.
  • En la segunda (junio de 1941 a julio de 1942) la ofensiva conserva su importancia pero el ritmo de avance es más lento al haberse perdido el factor sorpresa y haberse perfeccionado los medios contra carro.
  • En la tercera (julio de 1942 a junio de 1944) se recupera la importancia de la ofensiva, pero precediéndola de una nutrida preparación de artillería y aviación que desarticula el despliegue enemigo.
  • En la cuarta (junio de 1944 a mayo de 1945), los alemanes, perdida toda esperanza de ganar la guerra, realizan una defensiva elástica de proporciones gigantescas.

La contienda demostró que la caballería había sabido adaptarse a las nuevas tácticas modernas, al tiempo que se confirmaba la necesidad de potenciar el arma para conseguir los mismos efectos de siempre.

Referencias

Notas


Bibliografía

  • Fuller, John F. C:
    • Batallas decisivas del mundo occidental. Luis de Caralt. 1961.
    • Los caballos de carreras no se detienen en la meta. 1918.
  • Guderian, Heinz. Achtung-Panzer!. Tempus. 1938.
  • Gyllenkrok, Axel. Estrategia alemana. Nueva Época. 1941.
  • Lión Valderrábano, Raúl y Juan Silvela Miláns del Bosch. La caballería en la historia militar. Academia de Caballería. 1979.
  • López Muñiz, Gregorio. Diccionario enciclopédico de la guerra. Gloria. 1954.
  • Valderrábano Samitier, Valero. La caballería actual. Francisco de Valdés. 1947.

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